sábado, 24 de septiembre de 2011

Mal País

VISITANDO MALPAÍS

Apenitas nos vamos acercando a Malpaís, un pueblito de tantos, que surge a lo largo de la costa guanacasteca, escondido entre rocas con vista hacia el mar.
La primera vez que vine, lo hice a bordo de un velero maravilloso, que cruzando el Golfo de Nicoya, salió de la Marina de Los Sueños, comandado por su propietario, don Luis Lieberman, entonces jefe de mi hijo, quien nos invitó.
Aquel fue un delicioso deslizarse sobre un mar magistral, con el sol de verano esplendoroso, que nos llevó casi como una Alfombra Mágica sobre ese mar turquesa, hasta una encantadora playa blanca, en cuestión de minutos.
Allá quedé admirando el mar y la playa, entre rocosas formaciones, acompañada de mi encantadora amiga Flora Robert, mientras el resto de invitados iba a admirar una catarata cercana, a lo que el Sr. Lieberman pensó, no sería aconsejable que fuera “la viejita”, le pareció riesgoso.
Hoy vinimos por tierra, por las callejas polvorientas de este maravilloso Guanacaste, observando de paso sus grandes pampas, sus árboles hermosos, muchísimo ganado en las praderas, ríos y riachuelos que se pasan “por dentro”, y el oro del sol derramándose sobre todo lo creado, como en un mágico cuadro impresionista, donde el pintor derrama adrede la pintura, chorreándola desde lo alto sobre la tela limpia.
Un enorme grupo de extranjeros escogió este paraje para ser su guarida y refugio, igual que escoge el águila un risco muy alto para poder volar.
El viento a veces levanta torbellinos de arena, que caen sobre de la calzada, como copos de polvo que se van deshaciendo sobre de un rico pastel, llueve poco y el agua escasea, pero el cielo es azul como ninguno. Como sobre un espejo cristalino se refleja ese cielo celeste sobre el manto del mar, y las gaviotas sobrevuelan la playa haciendo malabares, en el encaje blanco que acarrean las olas al subir la marea, dejando dibujado, esparcido en la playa, ese encaje magnífico de conchas y coral.
Igual que asoma un niño sobre el brocal de un pozo, buscando con asombro lo que allí pueda hallar, se asoman los cangrejos saliendo de sus hoyos, y en la arena caliente caminan hacia atrás, pareciéndose en mucho a los seres humanos, que no saben a veces, ni hacia donde es que van.
Mal País, paraíso poblado de palmeras, de almendros, de maleza, a orilla de la mar, con sus cálidos aires, el ruido de sus aguas, el canto de las aves que cruzan la montaña, y los hombres humildes que viven de pescar.
Es población variada, de gentes extranjeras y de los campesinos que nacieron acá, y hay un renacimiento que propicia el turismo, negocios que son ramas de una misma labor, excursiones, carreras, mountain byke, surf, Cayacks, caminatas de playa, y mucho sol y mar. Los restaurantes surgen por todos los senderos, comida deliciosa, internacional, hay bares y cantinas, bailongos y salones, para el que esté dispuesto a ir a disfrutar.
Mal País, la cadencia de tu nombre curioso hace que mucha gente te quiera conocer, es nombre sugerente, original, distinto, como son diferentes e interesantes todas, las diversas regiones de tu sin par Provincia, que para Costa Rica ha sido bendición. Península diversa la de mi Guanacaste, rica en gentes, paisajes, talentos especiales, riqueza forestal, que fueron de la patria por propia decisión, y se hicieron hermanos, los hijos predilectos de nuestra gran nación.

martes, 20 de septiembre de 2011

Volcán turrialba

UNA EXCURSIÓN AL LODGE DEL VOLCÁN TURRIALBA
Fue una inolvidable gira hacia el pasado. Más que una excursión a “conocer una finca y un volcán”, el paseo de ayer fue, para mí, un regreso a la niñez, a los perfumes inolvidables de la infancia, perfumes de la tierra, la boñiga, el cafetal o la milpa, la musical conjunción de las nubes en un cielo limpísimo y celeste, el aire tachonado de esa esencia de la vida.
Rodamos, en excelente compañía, y sin ninguna prisa, por los olvidados caminitos internos de nuestras viejas fincas, entre una maravillosa y exuberante naturaleza, pasamos por riachuelos y lodazales, piedras finas y enormes rocas que nos devuelven a la época paleolítica del mundo. Ingresando por Pacayas, de gratísimo recuerdo los paseos juveniles a esa finca en las cercanías de Cartago, fuimos subiendo y subiendo, por el camino que se dirige hacia el volcán Turrialba.
Al comienzo, la vegetación maravillosa de esta tierra nuestra, se derrama a ambos lados del camino, con enredaderas de florecillas rosas o amarillas, entre calas y margaritas, y multitud de macizos de hortensias, de diversos tonos. Sobre espaldones de tierra, y a lo largo de un serpenteante camino bordeado de precipicios, subimos hacia aquella cima, admirando la belleza del paisaje siempre nuevo y distinto.
Ya entrando en la zona de Turrialba, la vista cambia para bañarnos en la majestuosidad de la vegetación de la zona Atlántica, plantas de palma, epífitas fabulosas pendiendo de las ramas de añosos árboles prehistóricos, helechos arborescentes de sin igual verdor, cascadas inesperadas que surgen entre rocas del paredón eterno y continuado, con reflejos y jaspes de mármol y de jade, con sonido de tribus iniciales, de jilgueros y pumas, de manigordos escondidos y serpientes rastreras.
El aire, tan puro como había olvidado que pudiese ser, capas alternativas de bruma y refulgente sol, se van intercalando a lo largo de esta grata subida a las alturas. Y a cada vuelta del camino agreste y familiar, la estampa majestuosa del inmenso volcán Turrialba, de una belleza imponente, desde cuyo cañón vemos surgir las columnas de gases de su erupción constante, y notamos, también, sobre su multicolor falda de parches, la sombre de las nubes que le circundan sobre su cúpula de piedra y lava.
No está de más el recordar, que en este suelo amado que nos viera nacer, de una superficie tan pequeña, tenemos nada menos que trescientos setenta y un volcanes, descubiertos hasta el día de hoy, somos entonces, hijos de la lava y el fuego del corazón del mundo.
Arribamos a la explanada extensa, en donde lucen maravillosos árboles altísimos, testigos de muchos siglos, grandes rocas, y senderos de hortensias tupidas y cuidadas, que separan las acogedoras casitas de hospedaje, y al centro, la cálida y familiar estancia, sala de recibo y el comedor para huéspedes. Hay senderos que conducen a la caballeriza, la lechería, y un rebaño de mil quinientas ovejas que pastan a lo largo de las extensas parcelas de pasto.

Ha sido un grato e inesperado descubrimiento para las visitantes que respondiendo a la invitación amable de nuestra compañera Lilia Castro de Lachner, nos unimos para ir a conocer este sitio magnífico y hermoso, patrimonio de los costarricenses, para todas un orgullo y un placer.
A más de la amabilidad y gentileza de su dueño y administrador, de los empleados que nos atendieron con presteza y cariño, y de la hermosura y grandeza del lugar, el mirar aquel rebaño de ovejitas, diseminado y atendido en esa hacienda, casi cual si fuera un alojamiento para pequeños niños, nos llenó de ternura. Quiera Dios que esta empresa continúe desarrollándose, y ojalá, la afluencia, cada vez mayor de turistas nacionales y criollos, le haga crecer y florecer como sus dueños desean y merecen. Para Lilia y sus hijos, hombres emprendedores que hace grande a la patria, y honran así el nombre de un abuelo pionero en estas lides, nuestra admiración y reconocimiento, María Teresa Salazar Castro
Asistente al paseo, con las compañeras de Taller Literario:
Luz Eugenia Ramírez de Vargas
Lilia Castro de Lachner
Sofía Baltodano
Xenia Gordienko
Deyanira Elizondo
Sonia Morales Solarte
Jeannette Bernard Villar, el viernes 23 de abril de 2010-

Las viajerías de Alfonso

LAS VIAJERÍAS DE ALFONSO
CUENTO POR CAPÍTULOS

Primer capítulo
ALFONSITO RECIBE UNA VISITA

El camino, empinado e irregular, impredecible a veces, sube serpenteando alrededor del imponente farallón de piedra que lo separa de la colina, colina revestida de un verdor exuberante, con árboles de copas imponentes que se pierden entre nubes y riachuelos que corren deslizándose entre piedras.
En las tierras más altas, surge resplandeciente el “Bosque Nuboso” de belleza sin par, cuya constante llovizna menuda y refrescante da origen a un místico vergel, una colección rica y completa de: piñuelas, helechos arborescentes de la prehistoria, altísimos e imponentes bambúes, árboles altos poblados de epífitas, opalescentes orquídeas y toda clase de plantas aéreas que viajan con el viento, bajo ellas pulula una fauna diversa de mamíferos pequeños: monos, guatusas, chanchos de monte y gran diversidad de anfibios y reptiles, efecto debido a la alta hidratación del lugar.
Cuanto más avanza el automóvil por el camino estrecho, un entorno de grande y serena belleza impresiona al visitante, la hacienda a la que se dirigen está cerca.
Dorita distraída, escucha su música dilecta en el ipot, regalo de su abuela.
Papá y mamá comentan acerca de las bellezas del paisaje, mientras que, con los audífonos en las orejas, inmersa en su experiencia, la niña Dora no se entera de nada. Como casi todas las niñas de la época, va sumida en la música y su tema, vive su mundo propio.
¡Gracias a Dios invitaron a la pequeña a la hacienda para esta temporada! a Dora le hacen falta sol y naturaleza, en casa vive demasiado pendiente de la computadora y la televisión, y de ese maldito aparato que eternamente cuelga de su oreja.
Tienes razón, también a mi me alegra que la chica se divierta, en casa de mi hermana estará bien.
Ingresa el coche por la entrada de la hacienda, desde adentro abrieron los portones; rueda el vehículo sobre el suelo de piedras, y en la puerta del frente, aguardan los señores.
Los visitantes bajan del vehículo, felices de estirar las piernas, don Alfredo, abraza a su cuñado y da un beso a su hermana: “Bienvenidos hermanos” dice doña Matilde contenta. ¡Qué suerte que llegaron!
Alfonso, el hijo de la casa, deposita un beso en la mejilla de cada uno de sus tíos, y abrazando a su prima la levanta del suelo: ¡Cómo has crecido Dora! Estás muy grande y linda, hace rato te espero.
¿Y cómo estuvo el viaje? El viaje estuvo bello, no sufrimos ningún inconveniente, nada se compara con el paisaje de esta zona, la campiña verde y hermosa, con sus montes azules a lo lejos.
Bajan todos del coche, arrastrando maletas sobre el suelo.
En tanto que conversan los señores, Dora y Alfonso se introducen alegres al vestíbulo acogedor y claro, suben la escala hacia el segundo piso, y Dora deposita su abrigo en la habitación de las visitas. Mientras Alfonso subió la maleta y la colocó sobre el suelo.
¡No imaginas cuantos planes tengo para jugar contigo! Dice el niño risueño, mientras ambos lavan sus manos, porque ahorita les llaman a comer.
Los padres de Dora ya se marchan, no aceptan la amable invitación para tomar el desayuno con los dueños, se levantaron con el alba para llegar temprano, y están muy precisados, tienen otro compromiso, pero prometen regresar a recoger a su hija con más tiempo, y menos prisa, y en tal oportunidad aseguran que pasarán con ellos todo el día.
ALFONSITO
Alfonso es un chiquillo inteligente, cualquier novedad le empuja al movimiento, “Este niño no puede estarse quedito”, dice siempre la abuela.
Con escasos diez años, de estatura promedio, es blanco, rubio y gato como sus dos abuelos, como dice la gente: es un muchacho alegre y bien dispuesto.
Dispuesto a la aventura, para los otros niños es amigo perfecto, y para divertirse, especial compañero.
Gozan los visitantes de la hacienda, de mucho sol y viento y hermosos lugares para jugar: montan a caballo, pescar en los riachuelos, y recorrer recovecos, que solamente Alfonso conoce.
Allí en las altas brumas o en el amplio potrero, en el monte elevado, o el valle, la mente le desborda a este “niño hechicero”, que imaginando mundos, materializa sueños, los sueños que comparte, con sus amigos nuevos, y como muy buen hijo, también es cuidadoso y le encanta ser útil a sus progenitores.

Cuando escuchó a su madre quejándose del ruido que una alimaña producía noche tras noche, en el cielo raso de su dormitorio, sin detenerse a pensar, sin miedo alguno buscó una escalera, llevando su linterna, subió, al techo, descubrió un nido de zarigüeya que destruyó celoso, botando palos y papeles viejos y colocó una trampa.
Se mantuvo por varias horas al acecho, para subir de nuevo, en cuanto regresaran los ruidos en el techo.
A la siguiente noche esperaba calmado, cuando un gran alboroto se escuchó en el tejado, salió rápidamente y con rifle de salvas le disparó al mal bicho, que, entre dos láminas de zinc, salía disparado.
Sus padres se asustaron, y más que agradecer, le reprendieron por haber planeado aquello sin avisarles. ¡Podrías haber rodado por la escalera o caer desde el tejado! dijeron, y habría sido mayor el daño.
Alfonso se sintió mal, habría deseado que sus padres agradecieran su iniciativa, y no fue así, eso le lastimó, pero guardó silencio.

Para atender visitas de primos y de amigos, él prepara un programa queriendo complacerles.
Hoy ha llegado Dora, esa dulce chiquilla, educada y simpática que es de su misma edad, y que aunque algunas veces manifiesta temores de niña consentida, siente miedo de todo, pero Alfonso la mima, y hoy, dispuso atenderla, para que nadie diga que él se aburre con ella, o que la martiriza. Como un buen niño, dispuesto a complacerla, ha pensado en la forma mejor de entretenerla.
Habitan don Alfredo, doña Matilde y su hijo, una hermosa propiedad de la Provincia de Puntarenas, en la localidad de Monteverde.
La formidable finca de recreo, asentada entre jardines, montes y praderas, ofrece un delicioso clima, aire puro y mucho sol, es finca de lechería, y crianza de ganado vacuno; e incluye cría y entrenamiento de caballos de raza.
Otra sección de la empresa invierte en sembradíos de plantas y de flores, que exportan al extranjero.
La casa de la hacienda es acogedora y espaciosa.
Cuenta con una cancha de tenis profesional, y otra mayor, al fin de la pradera, que usan para el fútbol. También hay la piscina, un bloque de vestidores y de baños, un rancho para fiestas y barbacoas con un amplio salón, para reuniones de diversas índoles.
Alfonso es un aventurero, y prefiere ir a nadar al río, cuyas aguas deliciosas forman una poza singular entre las grandes rocas, y antes que caminar por los senderos, él adora emprender excursiones solitarias por la montaña virgen que rodea el lugar. Es allí, donde el muchacho deja volar su enorme imaginación, cultivando amistad con criaturas fantásticas con quienes comparte aventuras y sueños, criaturas mágicas como hadas, duendes, trasgos, hechiceros y brujas.
En las cercanías de la casa solariega, la caballeriza luce hermosos corredores y apartos de piedra para las bestias, depósitos para la paja, y piletas de agua.
Hay una plazuela de forma circular que utilizan para entrenar a los potros y una oficina de recibo, donde numerosos aperos de equitación se acumulan.
Junto a la pared una vitrina expone los trofeos, que, a lo largo del tiempo, miembros de la familia obtuvieron como premio en diversas competencias hípicas, de algunos ganchos de acero, empotrados en la pared, cuelgan monturas, frenos y fustas.
¡A desayunar! Rompe el silencio la voz ronca y gentil de la tía Matilde.
La llamada viene de la cocina, en donde la señora prepara el desayuno de los niños: las deliciosas tortas de harina cubiertas de miel, con trocitos de banano y fresa que agradan a su hijo, un gran vaso de jugo de naranja fresca, un plato de gallo pinto y huevos con jamón.
Los niños no toman café, que es bebida para adultos.
Hoy deben de alimentarse bien para soportar el sol y el cansancio, montarán a caballo por varias horas.
El día está muy caliente, y el sol fuertísimo.
Acércate pequeña: cubriré tu cara y brazos con crema anti solar, tu piel no está acostumbrada al calor, al sol y el viento del campo abierto, dijo la tía, y esparció con sus dedos expertos la crema sobre la piel de la chica, quien quedó con la carita blanca, como un fantasma, ella y Alfonso se rieron del aspecto que ofrecía su cara tan blanca.
Caminaron hacia la caballeriza, para observar a los caballerangos que lavaban establos con mangueras largas y cepillos duros. Algunas bestias asomaban la testuz, luciendo sus brillantes crines y diversos arreos colgaban sobre las barandas de entrada.
Justino el peón se acercaba trayendo de diestra al potro que montaría Dora, un potranco joven y manso, tras de él, llegó trotando:”Lucero” el caballito de paso de Alfonso, que su padre le obsequió por navidad.
Lucero es blanco con una estrella negra sobre la frente, Alfonso es excelente jinete, y se siente orgulloso de ello.
Justino ayudó a Dora a subir a su cabalgadura, revisó la montura, los aperos y la cincha para que la chica no corriera riesgos. Ajustó también las bridas del caballo de Alfonso, quien, erguido sobre la grupa, incitó a Dora a ponerse a la par suya, a un galope parejo.
El niño cabalgaba, y poco a poco la chica se acomodó a su ritmo. Pasearon felices sobre la extensa pradera verde, que como un lago se extendía frente a ellos. Durante varias horas, trotaron los muchachos encantados, hasta llegar a un riachuelo que triscaba entre piedras redondas y blancas. Detenidos allí, bajaron de sus cabalgaduras, y se tendieron ambos sobre el césped a conversar de todo, mientras tomaban un descanso. Entre los altos juncos mecidos por el viento, las avecillas trinan sus cantos melodiosos, y alegres mariposas aletean azules, sobre el tono dorado del camino.
¿Te digo un gran secreto? Preguntó Alfonso, a la niña pequeña que a su lado descansa: “Muy cerca de nosotros, en ese jardincillo, está muy escondida, la llave del castillo, donde viven los elfos, las hadas y los gnomos, con los que juego siempre, cuando me encuentro solo.
Y otro amigo excelente, el hechicero ciego, y los trasgos dorados, con ojos de luceros, que saben del futuro y que también conocen el significado de los sueños.”
¡No seas tan mentiroso! aunque te quiero mucho, qué necesidad tienes de inventar dones y poderes ocultos, y contactos oscuros con seres de otros mundos.
¿Intentas engañarme? ¿Te parezco tan tonta que no me daré cuenta?

La verdad del asunto, prima mía muy querida, es que dentro de mí hay fuerzas extrañas, que a veces me dominan, en sueños me parece escuchar una voz me llama desde lo más profundo de la tierra, una voz ancestral de algún médico brujo de la tribu, que quizás hace miles de años fue mi primer abuelo, no es extraño siendo, como somos los costarricenses, fruto del mestizaje de esta tierra, después de la conquista. Te diré con franqueza, que mis mejores amigos en el bosque y la sierra, son los gnomos, los trasgos, los duendes, y los elfos, también el hechicero que vive aquí en la sierra, yo los conozco bien y yo les quiero, a menudo los veo y converso con ellos, me han hecho disfrutar de aventuras sin cuento, y me conceden todo lo que yo les sugiero” Ahora te pregunto ¿ Si no les conoces ni te han hecho algún mal, por qué les tienes miedo?
No es que les tenga miedo, es que no creo en ellos.
Está bien, dijo Alfonso, haz lo que quieras, sigue tú disfrutando de esta linda pradera, ¡Total, yo no podría hacer que comprendieras!
Aparentando indiferencia, el niño tomó una ocarina, que, ocultaba en su bolsillo, y comenzó a tocar una dulce melodía.
Dora, se estremeció al notar que la mañana, antes tan luminosa, inesperadamente oscurecía. Nubes negras cayeron sobre el río, cubrió el lugar un soplo desabrido, los bracitos de Dora igual que su barbilla, temblaron por el frío repentino.
De detrás de las rocas comenzó a surgir una tenue canción casi inaudible, una canción extraña, una canción de música embrujada, la canción de los elfos y las hadas.
Todo el sitio cambió súbitamente, cual piedras de destellos opalinos, las rocas reflejaron las estrellas, de los lirios del río se desprendieron figuras tenues y dispersas, que al tornarse en pequeñas hadas, tomadas de las manos, formaron rondas y alrededor de los dos niños, tejieron su guirnalda de flores y suspiros.
Entre las piedras blancas de la orilla, los elfos de zapatos puntiagudos y sombreros de picos, con sus gabanes rojos y verdes de oscuro terciopelo, entregaron a Alfonso una varita mágica, con la que lograría, según se comportase, un premio o un castigo.
Y los trasgos morados muy remisos, con mallas y camisas de tonos opalinos, ocultaban sus ojos bajo lentes modernos, oscuros y sombríos, y agitando fuertemente sus ruidosas maracas, bailaban un regué sobre una alfombra persa, tejida por un chino.
Dora estaba espantada y deslumbrada. ¡Era verdad! perdón Alfonso, no pude comprender que esto existía, ahora estoy feliz y arrepentida, sabrás que siempre yo estaré contigo.
Todavía no volvía la niña de su asombro, adormecida entre los tonos extraños de la escena vivida, cuando escuchó la voz de Alfonso que decía: “Dorita, ya es muy tarde, mamá estará asustada, levántate y montemos los caballos, porque está lejos la casa, debemos de iniciar nuestra partida.”
Junto a la ribera los caballos triscaban, amarrados al tronco de un esparvel enorme de ramos florecido.
Las nubes diamantinas brillaban sobre el río, de nuevo la mañana era espléndida. Sobre el césped descansa el sombrero de paja de la niña, y la fusta de cuero de Alfonso, quien la ayudó a montar. Silenciosos los niños emprendieron su regreso a casa.
Muy dentro de su mente Dora se preguntaba, sin musticar palabra:
“Es extraño este Alfonso, pareciera que nada ha sucedido, no habló durante el trayecto, y cuando al fin llegamos, me bajó del caballo, sin referirse nunca a lo recién vivido.
”Realmente no lo entiendo” ¡Estoy muy confundida!
Al fin llegaron niños! ¿Fue bonito el paseo? ¿Te divertiste Dora? Preguntó la señora que esperaba en su silla.
Si tía, por supuesto, fue algo de maravilla.
¡Qué bueno que pudieran disfrutar! A lavarse las manos, que vamos a almorzar!
Rico estuvo el almuerzo, y los chiquillos, como siempre comieron las delicias servidas. Muchas gracias mamita, por culpa de tus guisos nos vamos a engordar.
FIN DE LA PRIMERA PARTE. (Catorce planas)

Segunda parte
LOS NIÑOS VAN AL MONTE
Después del gran almuerzo los chiquillos subieron para lavar sus dientes.
¿Y qué harán por la tarde? les preguntó mamá, ¿Quieren subir al monte para recoger allí moras silvestres, o preferirían ir hasta el bosque y recorrer senderos? Si se sienten cansados, permanezcan en casa, hoy el día será largo.
“Vamos al monte a recoger las moras”, dijo Alfonsito, sin consultar con Dora.
Los niños fueron cada quien a su cuarto, a descansar un rato, cambiar de ropa y buscar un abrigo para el paseo.
A las tres de la tarde, ya estaban listos para salir.
Doña Matilde les entregó, para el camino, una canasta con viandas, un abrigo liviano por si enfriaba, y un termo con el té.
Los muchachos salieron muy dispuestos. Esta vez el paseo sería diferente, porque irían caminando a lo largo del trillo de gardenias del frente de la casa, sobre un camino blanco de adoquines.
Al llegar a un recodo, tomaron una ruta, que sube a la colina, donde duermen las moras colmadas de su fruto, con sus tallos repletos de filosas espinas.
Para tal contingencia, la madre-tía dispuso, al fondo del canasto, las viejas podaderas y guantes acolchados, así los chicos no tendrían problemas con las espinas.
Fue hasta en aquel momento, solos los dos, cuando la niña se atrevió a interpelar a Alfonso.
Dime primo ¿Qué sucedió en la mañana? ¿Me hipnotizaste acaso, o de verdad vimos todo aquello?
¿Vimos qué? Respondió el muchacho
¿Y cuándo? De qué me estás hablando?-
Pues durante la mañana, cuando vimos las hadas y los elfos. Yo no recuerdo nada, dijo el niño, nos dormimos bajo el árbol, posiblemente lo soñaste. No, yo estoy segurísima de lo que vimos ¡Deja ya de burlarte!
El chico guardó silencio. Cansados y agitados alcanzaron al fin a la cumbre. El viento frío, como una tolvanera, aventó los cabellos de Dora que volaron como vuelan los besos en el cierzo.
La colina, cubierta por un manto verde, enfatizaba la visión de oscuros y retorcidos troncos de árbol, cubiertos de líquenes y musgos de tonos encendidos, y colgando de las ramas, larguísimas “barbas de viejo” blancas, se mecían como banderas extendidas.
En las plantas de mora, pequeñísimas lágrimas cristalinas color vino despedían sus brillantes reflejos bajo la luz, entre las hojas verde oscuro, sosteniendo un enjambre de espinas afiladas, en cada uno de los frutos, cual pequeñas espadas de oro puro. Las bolitas rojo profundo, deliciosas y ácidas, que aparecían unidas en racimos redondos y jugosos, eran joyas iguales a rubíes engarzados entre hojas de esmeraldas, que dejan en los labios sedientos un sabor increíble de nostalgia. Toda la roca oscura que bordea la colina, era totalmente cubierta por la planta.
Las moras pintaban de rojo las rocas y cuantas más moras recogían los niños, para echar dentro del canasto, más frutas apetitosas aparecían ante su vista.
¡Qué delicia comerlas con natilla!, pensó la niña.
Repentinamente Alfonso se adelantó.
¡Espera primo, gritó Dora, no me dejes atrás! Y apretando el paso le intentó alcanzar.
De forma inusitada, el ambiente cambió de nuevo, invadió el predio una nueva oscuridad.
Detrás de las colinas, las montañas azules y moradas que esperaban la noche, mostraron en intensos destellos el fulgor de los planetas, de lo alto cayó una cortina de humo transparente y oscuro, y tras un árbol inmenso de follaje tupido, saltó Alfonso de pronto, ante una asustada y sorprendida Dora, envuelto en una capa azul y moviendo para arriba y para abajo entre sus manos hábiles, la varita famosa que los elfos le habían entregado en el río, hacía unas horas.
¡ABRACADABRA, PATA DE CABRA, POR BELCEBÚ yo te conmino QUE EL HECHICERO SALGA!...
Un Alfonso pícaro y diferente la miraba sonriente, sobre su cabeza rubia se erguía un sombrero de pico, y el chico aquel, montado sobre el palo de una escoba que milagrosamente se sostenía en el aire, extendió su brazo hacia la niña, le dio la mano, y alzándola en peso la subió a su cabalgadura de madera. Ambos ascendieron al vacío sobre la escoba, que dejó tras de sí, una estela rosa y azul que les envolvió como un tornado.
Juntos viajaron por el aire, ascendieron a las nubes, miraron los planetas, y pudieron de lejos ver cómo se alejaba la tierra pequeñita, cada vez más pequeña y más lejana.
Así pasaron siglos o minutos, de repente, frente a una roca roja, azul violeta, de obsidiana, fueron bajando lento los viajeros, a reposar de nuevo en la pradera, en la profunda calma.
En la mente de Dora crecieron los temores, continuaba el misterio, ya Alfonso era de nuevo el mismo de hacía un rato, sin sombrero ni escoba.
Pasivamente, con extrema gentileza y sin premura alguna recogió la canasta con las frutas, y juntos caminaron de regreso a casa.
Sin comentarios, sin explicaciones ni preguntas, sin saber qué era realidad y qué era fantasía. ¿Será que me chiflé? ¿Me patina el coco como dicen? porque todo esto es muy extraño, pensó asustada la chiquilla.
Arribaron a casa. En corredores y balcones las luces estaban encendidas, en silencio absoluto, terminadas las faenas del campo la peonada descansa, en el potrero los cocuyos danzan entre flores y pasto, nadie en los corredores.
Doña Mercedes presurosa salió a recibirles con alborozo, ya están aquí, cuenten ¿Cómo les fue? Muy bien mamá, dijo Alfonso en vos baja, ¡Divinamente tía! dijo la niña entusiasmada.
Lleven a la cocina las moras recogidas, que las laven y guarden en recipientes limpios y sellados, son para tu mamá, y di en la lechería que agreguen una caja de natilla.
¡Gracias tía! Usted piensa en todo, mamá va a estar feliz, le fascinan las moras.
Una vez más les fue servida la apetitosa cena: pasta, carnes, fruta y golosinas. Alimentados y cansados de esfuerzo y emoción, ambos niños se retiraron a dormir.
¡Que tengas una muy buena noche! dijo Alfonso ¡Nos vidrios, acá esos cuatro! y chocaron sus manos al modo que habían visto hacer a los muchachos grandes.
Ya envuelta en sus sábanas rosadas, entre almohadas de pluma y edredones, la niña Dora cayó en profundo sueño, y olvidó sus temores.
“QUIQUIRIQUÍ! Cantó el gallo en la cerca, y todos los vecinos contestaron, QUIQUIRIQUÍ, llegó el nuevo día! QUIQUIRIQUÍ palomas y gallinas, QUIQUIRIQUÍ ¡Saludemos al sol.”
¡Hermoso sol que entra a raudales en mi habitación, ese divino sol que limpia el aire, y aleja de la mente los temores!
Ya Dora está despierta y sonríe feliz. Se baja de la cama apresurada, calza pantuflas y bata, se dirige al baño a lavar los dientes y a tomar su baño diario, quiere que el día le rinda para mil cosas que planea hacer, se siente un poco triste porque debe partir, ya entra la escuela y no queda más tiempo, terminó la vacación.
Anoche Alfonso le platicó por largo rato sobre “El hechicero del río”, que vive entre las rocas en una humilde choza, y conoce el futuro y el pasado, trucos de brujería, y conoce de la lotería el número exacto. Eso a ella le da miedo.
Y piensa entonces: Le diré a Alfonso que no me interesa conocer a ese brujo, que es un brujo malvado,
¡Es que a mi pobre primo los libros de Harry Potter le tienen embrujado!
Él cree que podría ser igual a Harry, en su versión tica, qué tontería, aquí los hechiceros no han triunfado.
Ya lista y peinadita, se dirige al comedor. Todos están sentados.
¡Buenos días dormilona! Le dice su primo en alta voz. ¡Buenos días mentiroso! te acabas de sentar, te escuché cuando salías del baño. ¿Y cuáles son los planes para hoy? Tenemos varios planes: primero ir ver el ordeño de las vacas, y después hasta el río, a tratar de pescar.
No regresen muy tarde, hoy celebran “el tope” de San Caralampio, el Santo Patrón del pueblo, y somos los principales invitados del padre, dijo la señora. No se preocupe tía, regresamos temprano.
Los niños salieron rumbo a la lechería que estaba algo lejos. El camino sombreado por enredaderas que le dan frescor, es de piedrita suelta, la vista es maravillosa, a lo lejos se descubre la montaña agreste y majestuosa, con caídas de agua formando cataratas en la lejanía, y bordeando el sendero se extiende un extenso matón de violetas ocultas entre las verdes hojas, que ofrecen un perfume delicioso.
En potreros, separados por cercas, se distingue la mancha de animales blancos que pastan en los verdes espacios, lo que semeja ser un cuadro impresionista, mirado a la distancia.
Brillan los campos bañados en la luz de la mañana, la tierra se despereza y ríe, las nubes cantan. Alegres los dos niños avanzan hacia su destino inmediato, la lechería…
Llegan al galerón, el amplio edificio pintado de blanco con el techo rojo, tiene un gran portón de hierro, rojo también, hay una campana en la entrada y desde allí, se miran los apartos de las vacas, limpios y ordenados a lo largo de un ancho corredor, donde los animales pastan y toman agua del canal que les divide los espacios.
Es un ganado de la raza Holstein, vacas blancas con manchas negras que parecen de juguete, ejemplares magníficos y sanos que hacen las delicias de los lecheros criollos.
Otras vacas están siendo ordeñadas por máquinas modernas y muy limpias, que algunos peones manejan con esmero. La leche sale por mangueras de caucho transparente, que la conducen a grandes recipientes para ser almacenada, mientras se entrega a la Cooperativa dos Pinos, que pasteuriza y reparte la maravillosa leche y sus productos derivados, a lo largo del país, y de la región centroamericana.
Atento el capataz se acerca a los muchachos ¿Puedo ofrecerles un rico vaso de leche “al pie de la vaca”? Los niños la aceptan encantados. Toman la deliciosa leche fresca, y salen de la lechería riendo y jugando.
Dora va arrancando ramos de tréboles de cuatro hojas, que dicen que traen suerte. Después de una larga caminata, al fin avistan el río, que como una cinta azul atraviesa la pradera. Flores silvestres adornan el césped verde claro con puntitos de todos los colores. Las avecillas cantan en las ramas, la mañana es gloriosa.
El río es caudaloso y en su ribera hay playones con rocas, que se prestan para sentarse a pescar bajo la sombra de grandes árboles.
Sobre el angosto trillo por el que bajan los muchachos, saltan intempestivamente dos traviesas ranas, CROAC-CROAC-CROAC-, croan los bichos sin parar.
Dora pretendió tomar por la pata a una de ellas, y la rana saltó lejos, un salto olímpico de casi un par de metros.
Los muchachos rieron a grandes carcajadas, el cielo azul se reflejaba limpio en las aguas del río.
¿Qué sombra es esa que se cierne sobre el césped? Preguntó la niña un poquito asustada. Una cortina roja cubrió el lugar, como si un manto bajara sobre el campo cobijándolo todo. Repentina cayó esa sombra roja sobre el cielo azul, el río bullicioso y el césped verde con sus flores bellas, que quedaron sumidos en una siniestra y torva oscuridad.
A manera de un ave poderosa, como un águila inmensa negra, negra, saltó la fantasmagórica figura, un hombre viejo semejante a un vampiro, con una enorme capa, colmillos amarillos brotando de una boca retorcida, cabello largo y sucio, y ojos como de loco, rodeada de un rojo resplandor de incendio.
¿Qué es eso Alfonso? ¡Qué viejo más feo!
Dijo la niña estremecida por el miedo.
Tranquila prima, dijo el muchacho, es el genio del bosque, un hechicero que tiene un gran poder, yo mismo lo he llamado, tú no temas.
¿Cómo que yo no tema? Dijo la niña en medio de un sollozo, ¿Cómo que yo no tema, a mi me causa horror ese viejo tan loco? ¿Cómo te atreves a asustarme tanto y a poner en peligro nuestras vidas? Porque no dudo que nos hará algún mal.
La fatídica estampa se acercó más a ellos, y ante la sorpresa de Dora, se hizo pequeña, y postrándose de rodillas frente al muchacho, le dijo en alta voz: “¡ORDENA AMO, SOY TU ESCLAVO, ESTOY PARA SERVIROS!…QUE COSA PUEDO HACER PARA AGRADAROS?
Y Alfonso le ordenó: “Consígueme una barca con velas desplegadas, unas mágicas cañas de pescar que pesquen solas, una merienda digna de los reyes, un canasto para poner la pesca, música suave para la travesía, y alas para volar.”
Dora no podía creer lo que escuchaba, de pronto, como en las otras veces, el ambiente se aclaró, volvió el sol a brillar, y en la espesura de la colina, las aves piaban.
En la margen del río lucía preciosa, detenida, y cautelosa, una barca pequeña, con grandes velas que, como palomas, danzaban en el viento.
Alfonso tomó a su prima de la mano y ambos bajaron a la orilla del riachuelo, un pequeño atracadero de madera clara se extendió frente a ellos.
Pasaron a la barca, subiendo a ella, y un viento suave les condujo a lo largo del cauce de aquel río, calmo y celeste como un manantial.
Los trasgos morados con caretas brillantes, sacaron las mágicas cañas, las pusieron en manos de los niños que lanzando al río sus anzuelos, de repente comenzaron a recoger la pesca numerosa, de tal forma que casi no cabían más pececillos en la canasta.
Pececillos plateados, azules y rojizos, inquietos pececillos que más tarde entregarían en la cocina.
Terminada la pesca tomaron la merienda espléndida que el mago consiguió, mecidos por una música celeste que, brotaba del río, con una extraña voz:
YAZUMBAMBÉ, JEZABEL, YAZUMBAMBÉ, TUCUTÚ, SÓRDIDO, TÚMULO, BÁSTICO, RO….
YAZUMBABÉ, TUCUTÚ, TUCUTÚ…
En la espesura de la orilla, los elfos y los gnomos cantaban la canción, mientras los sorprendidos marineros mecidos por el viento, avanzaban lentamente hasta otro atracadero.
Se bajaron allá, porque era tarde y la madre esperaba en casa. ¡Pero estamos muy lejos Alfonsito! dijo la niña, mi tía se va a molestar.
Ponte tu abrigo prima, porque es tarde, y vamos a volar.
Dora sintió un cosquilleo cerca de sus omoplatos, dos alas brotaron en su espalda. Tomados de la mano Alfonso y Dora volaron sobre los pastos hasta llegar al jardín de las hortensias, allí bajaron para tocar el suelo, las alas nuevas desaparecieron, y caminando llegaron al jardín.
¿Por qué tienes poder con estos seres, qué hiciste para ellos? Preguntó Dora a Alfonso.
Y, por primera vez, éste la tomó en serio, y le respondió: Te diré la verdad: cuando vine pequeño, a vivir a este lugar, yo era un niño travieso de malos sentimientos, me complacía en maltratar a los animalitos, no hice amistad con los hijos de peones campesinos, era orgulloso y cruel, arrasaba las plantas con palos y con piedras, ensuciaba las aguas, hacía mucho daño, siendo muy consentido mis padres ignoraban mis errores, y no me corregían, nada de cuanto hacía les parecía mal.”
En una oportunidad, mientras estaba bañándome en el río (todavía no había aprendido a nadar bien), y estando el río muy crecido, su corriente traía palos y raíces, piedras, barro, una cabeza de agua, de las que hay en invierno.
De repente escuché un llanto y unos gritos, vi a un niño pequeñito, mucho más pequeño que yo, se estaba ahogando y luchaba por salvarse.
Solté la rama de la que me sostenía, y me lancé en su ayuda, no sé cómo logré sacarlo, ni cómo sobrevivimos ambos, pero en aquel momento el hechicero del río nos ayudó a los dos.
El hechicero, este mismo que te produce miedo, me obligó a hacer un examen de conciencia, me hizo recapacitar, reconocer todas mis maldades, y prometió ser mi amigo si yo cambiaba y ayudaba a los demás.
¿A cuales demás? Preguntó la niña.
A todos los seres del planeta: principalmente a los niños y ancianos, los desvalidos, a los animalitos, a las plantas, a todo ser viviente, que somos hijos de un mismo Dios.
Me arrepentí de mis desmanes, me propuse cambiar, y así lo prometí. Yo era aquí el único niño, no tenía con quien jugar, por eso el hechicero me presentó a las hadas y a los gnomos del bosque, y nos hicimos todos muy amigos.
Es un secreto, te lo cuento porque somos primos, no debes hablar de esto con nadie más. Tengo que usar los dones que ellos me conceden, solamente para hacer el bien y evitar el mal. Al saber que vendrías les pedí que me ayudaran a atenderte, quería que pasaras unos días diferentes, y gracias a ellos tuvimos ambos estas experiencias y aventuras extraordinarias, espero que no nos olvides cuando estés en tu casa. Jamás podré olvidar lo vivido contigo durante estos días, esta es la mejor vacación que pasé en mi vida, y eres el mejor de los primos, te quiero mucho. FIN DE LA SEGUNDA PARTE 15 PLANAS
TERCERA PARTE
LA CELEBRACIÓN
Cansadísimos llegaron los muchachos del prolongado paseo, que, con su carga de emoción, les hacía sentir prácticamente agotados, pero ellos no deseaban que los mayores lo notaran.
A la entrada de casa, esperaba la tía, quien les indicó cariñosamente:
Hijitos vayan a descansar un poco, el día ha sido largo y todavía falta un buen rato para terminar con las actividades que nos esperan:
A las cinco de la tarde se oficia la Misa en la Parroquia, y después comenzará el tope, de modo que después de la ceremonia religiosa deberemos regresar a casa y prepararnos con la ropa adecuada para participar en el tope ustedes dos, y yo para vestirme un poco menos seria, porque después del tope se efectuarán la premiación y el baile.
Dora preguntó ¿Y qué me pongo para desfilar en el tope? Yo no traje disfraz. No te preocupes, ya tengo preparado para ti el traje de amazona y el mantón de Manila y una peineta grande que fueron de tu abuela. Y Alfonso qué usará?
Alfonso irá vestido de torero, te llevará a la polca a la usanza vieja, cuando las damas únicamente podían montar de lado. Será muy divertido para todos, habrá premios para los que quieran participar.
Vienen conjuntos y orquestas de lo mejor de San José, para la noche, se va a celebrar un baile de gran gala, como este pueblo no lo ha visto en años.
¡Qué ilusión! le respondió Dorita, voy a prenderme el cabello para estar bonita. Como gustes, pero no tienes necesidad de eso dijo la señora, bonita siempre estás.
Entre tanto en el pueblo todo era movimiento y algarabía.
Detrás de la Parroquia y junto a la casa Cural, manos voluntarias trabajaban en la fabricación de las carrozas que participarían en el desfile.
Y en la caballeriza, el movimiento no era menor, los caballos eran cepillados por un jornalero y sus crines trenzadas en forma artística, con cintas y lanas de colores, mientras otro peón daba brillo a las monturas y reparaba los aperos.
El caballito de Alfonso, hermoso y elegante, de gran porte, llevaría trenzadas en crin y cola, cintas y flores rojas, para hacer juego con el traje de Dora.
A las cuatro y media de la tarde redoblaron las campanas anunciando Misa de Revestidos en la cercana capilla, los muchachos estaban preparados y junto con doña Mercedes y numerosas personas del servicio, acudieron al punto.
La misa fue impresionante, el sacerdote leyó un precioso discurso, en el que agradeció a vecinos y feligreses la ayuda recibida, para dar brillo y esplendor a las fiestas patronales. La iglesia esperaba recaudar el dinero suficiente para arreglar el techo y los bajantes, que, a razón del invierno, estaba muy deteriorado.
A la salida del templo, los caballos esperaban por sus jinetes. La calle lucía hermosa adornada con una barda de uruca y cordones de papeles de colores.
Alfonso y Dora montaron en “Lucero”• hermosamente enjaezado. Ayudado por el capataz, Alfonso se colocó tras Dora, quien, sentada a la polca, extendió la falda de su traje sobre el cuarto trasero del animal, los tres formaban un exquisito conjunto.
Dora con su cabeza cubierta por el mantón de manila, y una peineta alta de carey prendida a su moño, al estilo netamente español, parecía una Manola, y su primo estaba también muy guapo con su traje de luces y su sombrero cordobés.
El sacerdote bendijo a los participantes, asperjando con agua bendita a personas y bestias, y uniéndose a la comitiva, desfiló frente a los miembros del Jurado, que, reunidos en un balcón de la Alcaldía, terminado el desfile se sentaron a deliberar.
Muchos jinetes subieron también a sus cabalgaduras, pero ninguno lo hizo en pareja, a excepción de Dora y Alfonso quienes fueron muy aplaudidos.
Las carrozas, que habían sido decoradas por la directora de la escuela y algunas de las maestras, fueron simbólicas y bellas, en ellas se representaron diversos motivos nacionales: la primera carroza llevaba la imagen de San Caralampio, imagen de bulto del Santo Patrono al centro, y a los lados dos niñas trajeadas de ángel.
En la segunda carroza iban seis párvulos vistiendo su uniforme escolar, los que llevaban en sus manos los símbolos nacionales:
Un mapa, la bandera, y el escudo, la letra del Himno Nacional, un quetzal y un manojo de guarias moradas.
Y en la tercera, sonriendo a la multitud, destacaba otro grupo de niños, vestidos de campesinos. Los varones vestían camisa blanca y pantalón azul, pañuelo rojo al cuello y sombrero de lona, y las damitas falda de vuelos de color y blusa campesina, de gola.
Las niñas llevaban sus cabellos trenzados con cintas (igual a los caballos), algunos niños aparecían descalzos y los demás usaban guaraches.
Deleitaba a la concurrencia, en esa carroza, una marimba tocando música criolla, alrededor algunos niños con maracas y otros con pandereta colaboraban al bullicio.
Calles y aceras lucían abarrotadas de mirones, todo el pueblo acudió a la celebración, también llegaron algunos vecinos de pueblos cercanos, que, entusiasmados por la propaganda, quisieron aprovechar así el día feriado.
Las puertas de locales comerciales y casas de habitación lucían adornadas con ramos de uruca y flores naturales, y de los aleros colgaban faroles de papel y guirnaldas.
Alrededor de la plaza numerosos puestos de venta ofrecían refrescos nacionales y caseros, cebada, chan, pinolillo, cas y guanábana, (el señor cura prohibió la venta de licores y cerveza)
Y en los puestos también vendían pozol, tamales, tortillas con queso, gallo pinto, plátano maduro frito y empanadas.
En la sección de postres damas de la comunidad ofrecían a los parroquianos, arroz con leche, ayote en miel de tapa, deliciosas cocadas, mazamorra, cajetas de leche, melcochas de coco, torta de novios otras delicias, todos comían a reventar.
El jurado estuvo compuesto por el Gobernador de la Provincia, el Jefe Político y el Director de Policía, ellos
Tomaron las decisiones sobre el destino de cada premio, y cuáles fueron los mejores jinetes. Alfonso y Dora resultaron galardonados con el segundo premio entre los caballistas. En su totalidad participaron casi cuarenta jinetes, todos montando sus mejores bestias.
Algunas de las cabalgaduras pertenecían a la raza española, y otras a la criolla, todos eran magníficos ejemplares que desfilaron ante el público con elegancia y orden.
Entre los adultos hubo quien, contraviniendo la orden explícita del párroco, llevara, escondida al cinto su pachita de guaro, pero no hubo borrachos estorbando en el desfile, el orden prevaleció.
Ya cerca del anochecer, se lucieron con los juegos pirotécnicos, en la plaza central, y a los niños se les repartió paquetes con luces de bengala.
Terminada la premiación, la mayoría de los asistentes pasó al Salón Comunal, y el baile comenzó.
El premio recibido por Alfonso y Dora, consistió en una serie completa de libros de Cuentos Infantiles, con hermosísimas ilustraciones, y un bono de quinientos colones, que los niños utilizaron de inmediato, comiendo indiscriminada y exageradamente. A ambos les dolió el estómago por el exceso.
Aunque estaban agotados con tantísimo trajín, los chicos permanecieron despiertos casi hasta las diez de la noche, cuando la tía Matilde insistió en mandarlos a casa con Augusto el chofer.
Al llegar, se desvistieron rápidamente cayendo exhaustos en sus lechos, el día había sido demasiado largo.
Dora se sobaba la pancita con ambas manos, y se atrevió a decir en voz alta: ¿Y con tantos dones como tenés, no podés conseguir algo que nos haga sentir mejor? Por cierto, desde la tarde no te he visto hacer ninguna brujería, ningún truco ¿Te asusta hacerlo delante de los grandes?
Y el chico contestó muy molesto: Nada me asusta prima, oculto mis poderes por respeto a mamá, no me gustaría que ella se entere de mi amistad con esos seres fantásticos, prometí guardar ese secreto. Ella no lo comprendería, posiblemente sentiría miedo, al igual que tú.
Pero ahorita vas a ver: y saliendo de su dormitorio, dio un largo silbido, rápidamente acudieron tres oficiosos trasgos, y al minuto tenían, ambos niños, un vaso de Alka Seltzer y dos tazas de manzanilla calientita, que calmaron sus maltratados estómagos. Mejoraron y se durmieron inmediatamente.
Cuando regresaron los adultos del baile, los niños dormían plácidamente, “parecen angelitos”, dijo tía Matilde mientras les miraba arrobada.
Pasó la noche en un suspiro, y el día amaneció espléndido y caliente, los niños, ya vestidos fueron a tomar su desayuno.
Me duele mucho el tener que marchar, dijo Dora, también voy a extrañarte, expresó Alfonso, espero que regreses en la primera oportunidad.
Y doña Matilde le recordó: hoy llegan tus papás a recogerte, dile a Jacinto que prepare el recipiente con las moras y la natilla, para llevarla a tu casa y que no se te pueda manchar nada. ¿Estuviste contenta? ¡Felicísima tía, ni se imagina cuanto! Siempre que lo desees, puedes regresar con nosotros, te recibiremos con mucha ilusión.
¡Gracias tía! Usted es un amor.
Terminado el desayuno los muchachos salieron de nuevo, tristes por la separación inminente, aunque sabían que, en la próxima vacación, estarían juntos de nuevo, y eso les alentaba.
Dora era víctima de sentimientos encontrados, por una parte le ilusionaba regresar a casa, extrañaba a sus padres, pero por otra parte le había encantado compartir más días con su primo Alfonso, en ese lugar tan especial.
Pasaron la mañana arreglando la maleta de Dora, y unas cajas con frutas y productos que la tía enviaba de regalo.
Después se sentaron a conversar y a planear, una futura temporada que compartirían en cuanto se presentara la ocasión.
Al mediodía, desde la banca del corredor en que descansaban, allá en lontananza apareció el coche de los papás de Dora, que se alegró muchísimo al verlos, y juntos ambos niños corrieron a su encuentro hasta el portón de la entrada, donde les recibieron con besos y abrazos. ¡Mamá, papá, qué alegría verlos! ¡Bienvenidos tíos! Dijo Alfonsito.
Ya doña Mercedes les había alcanzado, y todos se saludaron con gran afecto.
Hermano, te felicito, tu hija es maravillosa, muy educada y dulce, me encantó tenerla con nosotros al menos unos días, la próxima temporada tendrá que ser más larga, todos disfrutamos de su compañía. La has sabido educar muy bien, dijo a su cuñada.
Gracias, dijo la dama, es una niña buena, me alegra mucho saber que supo comportarse.
¿Se quedan a almorzar?
Aceptamos encantados, muchas gracias, no querríamos desperdiciar un día tan precioso en tan excelente compañía y en un sitio tan bello como éste ¡Ustedes viven en un paraíso!
Los huéspedes se dirigieron al jardín, deseaban recorrer parte de la hacienda. ¿Le gustaría montar a caballo tío? desde luego sobrino, a tu tía y a mí nos encanta montar.
Apareció entonces Justino con las bestias ensilladas, y todos, doña Mercedes, los tíos, Alfonso, su padre y los niños, cabalgaron a lo largo de la finca, disfrutando de las bellísimas vistas que ésta ofrecía, durante el resto de la tibia mañana.
Al almuerzo la cocinera se lució como siempre con sus exquisitas viandas, la paella a la valenciana le quedó de rechupete, acompañaba de ensalada verde y de un vino delicioso de la cava del tío, que era un gourmet.
De postre prepararon un tres leches de chuparse los dedos.
Pasado el almuerzo, los visitantes se retiraron a instancias de la señora, a dormir una corta siesta para no viajar tan cerca del opíparo almuerzo, durmieron hasta casi las cinco de la tarde, y a esa hora se levantaron, tomaron un café fuerte para despabilarse, sobre todo el papá de Dorita que manejaba el coche, y se marcharon agradecidos.
El camino era largo y debían llegar a casa, mañana sería día de trabajo, Dora entraba de nuevo a clases, había que aplanchar el uniforme de la niña y arreglar sus útiles. Desde lejos divisaron a los Montealegre diciéndoles hasta luego con sus manos en alto.
Alfonso fue a su cuarto, se puso un pullover, había enfriado la tarde, y salió de casa rumbo a la montaña cercana, un poco triste con la partida de su prima, ahora estaba solo y se aburría.
Fin de la tercera parte, 12 planas


CUARTA PARTE

LA MONTAÑA MÁGICA

Alfonso, solo y triste caminó por cerca de veinte minutos, y, escondida tras las plantas de papiro del jardín, notó la boca de una cueva para él desconocida, en donde pensó que podría encontrar a sus amigos los elfos del jardín, entusiasmado con la idea, se introdujo en el túnel.
Era un túnel profundo y oscuro, con el suelo algo flojo, resbaloso y embarrialado, pero el niño conocía la forma de superar obstáculos. A poco de haber entrado, una canción lejana se escuchó en el aire.
Alfonso continuó por el trillo y silbó la tonada, en ese momento entre las rocas se hizo un claro, y pudo penetrar en un enorme salón con paredes de espejo, en donde multitud de seres se reunía.
Cubría el entorno una cúpula de cristal, y en el aire volaban criaturas transparentes, luciérnagas con cara de mujer, llevando entre sus manos miríadas de velas encendidas, pequeñas velitas que se rodeaban de distintas formas indeterminadas, deslizantes criaturas como anémonas de luz, zigzagueantes culebrinas doradas, rojas, azules y carmín, que parecían nadar dentro de un lago de plata.
Había estrellas de mar cubiertas de pedrería, caballitos de marfil y de hueso, conchas ambarinas que claveteando sus tapas llevaban bien el ritmo y el compás de la noche, mientras unas sirenas deslumbrantes y bellas bailaban al son de su canción.
Alfonso fue recibido con gran alborozo, sus amigos los duendes le rodearon y trajeron una fuente de golosinas de la fiesta.
Alfonso comió de todo, aunque venía de almorzar, no pudo resistir la tentación de probar aquellas delicias encantadas de ese mundo irreal y subterráneo.
De repente el universo se estremeció, se escuchó un estallido al fondo de la gruta encantada, los elfos corrieron afanosos a ver qué sucedía.
Un enorme animal, del tamaño y aspecto de una ballena, como la de Jonás, penetró el túnel, nadie supo cómo, atorada entre las rocas, enojada y furiosa coleteaba con energía disparando a diestra y siniestra porciones de roca en todas direcciones, golpeando sin piedad a cuanto ser vivo se hallara cerca.
Algunas anémonas desmayaron exhaustas sobre la arena blanca, dos sirenas ostentaban sendas heridas causadas por las filosas rocas introducidas en sus cuerpecitos frágiles, ambas yacían en un pozo de sangre. El cuadro era aterrador.
Alfonso determinado y ecuánime, caminó dificultosamente hasta el extremo de aquel túnel, pidió ayuda a un delfín, y con una pala fueron extrayendo arena del costado del mismo, hasta agrandar la entrada en que el enorme animal estaba atorado, y con la ayuda de una manta raya amiga, entre todos empujaron a la ballena hacia atrás, hasta que esta consiguió escapar de aquella trampa.
La ambulancia del río, bajo la dirección de los elfos enfermeros, se acercó presurosa, y diligentes atendieron a las dos sirenas, envolviendo sus cuerpecitos en gasas y algodones, y las anémonas, poco a poco recobraron su temple.
¡Qué susto enorme! Pensó Alfonso agotado, mejor me voy a casa y me acuesto a descansar, ya volveré otro día. Estoy empapado.
El niño se escurrió por la pared lateral de su casa, no deseaba que mamá y papá le vieran llegar mojado como estaba, iban a preguntarle qué le había sucedido, se iban a asustar y él no deseaba contar los detalles.
Entró despacio al cuarto, fue al baño y se dio un duchazo con agua muy caliente, después frotó sus piernas, espalda y pecho con un ungüento que le dieron los elfos para que no se refriara, y se acostó a dormir.
¿Qué se hizo Alfonso? preguntó a la empleada su mamá, algo preocupada. No sé señora, creo que se fue a dormir.
Es natural, estará cansado de tanta actividad que tuvo con su prima.
Es un niño muy bueno, dijo papá, no es cualquier chico quien se dedica a jugar con una muchachita más pequeña. Lo has educado bien, dijo a su esposa, y ella sonrió contenta.
Estando ya avanzada la mañana, se levantó Alfonsito el día lunes.
¿Te sentís mal mi hijito?
No mamá, estoy muy bien, solamente me quedé dormido. No importa m¨hijo, ven para acá, desayunemos juntos.
Esa mañana Alfonso decidió permanecer en casa, sacó del closet un gran juego de Legos que tenía guardado, y se puso a construir casas y puentes, edificios y parques, por todo el piso de su dormitorio, que quedó convertido en una gran ciudad.
Los elfos del camino, como habían hecho siempre, se introdujeron en el cuarto del niño, subiendo por el canto de la ventana abierta o deslizándose por la cerradura, escurridizos metieron sus humanidades sobre la orilla del rodapié y jugaron con Alfonso en la ciudad de miniatura, hasta que vino la hora del almuerzo, y mamá entró a llamar.
La carrera de los duendes fue olímpica, casi les pesca la señora jugando con su hijo, por suerte, acostumbrados a los sustos, corrieron como liebres.
Cuando entró doña Mercedes, del cerrojo de la puerta colgaban dos zapatos puntiagudos del último duende, con disimulo el niño los tomó y metiéndolos en una de sus bolsas, se puso a silbar, disimulando.
Te gusta construir ¿Verdad hijito?, Si mamá, me encanta.
De seguro este hijo tuyo va a ser ingeniero, dijo mamá a don Alfredo, salió igualito a vos.
Terminado el almuerzo, Alfonso recogió sus juguetes y decidió dar una vuelta al jardín.
La tarde estaba deliciosa y fresca, el sol se colaba por las ramas de los árboles del camino, su dorado fulgor llenaba todo. ¡Es maravillosa la naturaleza, todo es tan bello, tan perfecto, que me causa placer sólo de verlo!, pensó el niño con alma de poeta.
Las ardillas doradas y ligeras subían a las ramas como equilibristas, las hormigas arrieras formaban un ejército llevando a cuestas hojas y ramas. Por las grietas de barro del camino, ellas marchan a muy buen ritmo, trabajando de sol a sol como soldados, para llevar su material al nido.
A lo lejos cantaban los cocuyos, y en el campo florecen las hortensias. Hoy las ramas se doblan ante el peso de los frutos maduros.
Se desliza el riachuelo entre las piedras blancas, y se escurren los peces en el yurro.
Allá por el camino, las carretas llevan caña, el trapiche es su rumbo.
Rojos frutos agobian las ramas del cafeto, que regala al entorno su perfume, los cogedores cantan mientras lo recogen en sus canastos burdos.
La tarde que ha extendido sus crespones de lila y amarillo, rojo y verde, cubierto el cielo con estos colores que alegran el ambiente.
A lo lejos hay lampos ambarinos sobre la cordillera y el volcán, las nubes han buscado su refugio entre las altas cumbres, para poder soñar-
¡Qué bella es esta tierra, qué feraz y qué fiel! Apenas se lanza una semilla cuando se ve crecer.
El agua canta en todos los rincones, baja por las montañas, salta en los riscos, alegra las mañanas y los apriscos.
En la altura el volcán hace burbujas, hay ceniza cayendo en los sembrados.
Las fumarolas hierven entre el barro de los collados.
Y así, llevado por los sueños entre los verdes campos de la hacienda, el niño Alfonso teje pensamientos, elevando su espíritu a los cielos.
Hoy no ha necesitado de artilugios, no es preciso el encanto de los brujos, esta naturaleza de la tierra es de por sí un milagro prolongado que Dios nos regaló, dice con pensamiento muy profundo.
Una araña que teje su castillo en las ramas de un árbol solitario, despacio va bordando sus capullos de seda sobre el viento, cuando le da la luz parecen lágrimas las gotas del rocío que hay en su tela, un moscardón ingenuo se ha colado, y allí ha quedado preso.
El colibrí chupa el brocal de muchas flores, dispersas en los campos, introduce su pico impertinente entre el cáliz de azúcar de su tallo, y las flores entregan a él sus mieles, y él continúa su viaje, de flor en flor, libando.
Un ave grande, el águila imponente, planea en el cielo cerca del volcán, su mirada de lince ha descubierto escondido entre rocas, un pequeño animal.
Lanzándose en picada lo ha cazado, y lo lleva prendido de su pico, mientras vuelve a volar, es imponente su estampa en el silencio, en la grandeza de su soledad.
Ya se vienen la noche y su frescura, y las campanas llaman para el rezo, en el campo la paz cubre los llanos, y queda el pensamiento en ellos preso.
El tigre rumia entre las frondas verdes, del verde vegetal de las alturas, el tigre no se asoma al descubierto, él solamente escucha, sus pasos son como un murmullo lento, entre sombras se oculta. Con su mirada verde y amarilla, que de lejos escruta, buscando una alimaña a quien cazar.
Y en la pradera el ganado disperso, bajo de un Guanacaste se cobija, cuando el sol es muy fuerte, y cuando hay viento, pastando en la llanura se disipa.
Es la hora del ordeño, por el trillo, lentamente se acercan unas vacas, van directas hacia la lechería, y suenan en sus cuellos las campanas.
Adentro el capataz está esperando. Los terneros que fueron apartados, en un potrero están todos reunidos, los peones los acercan a las madres, se escuchan sus mugidos.
En el gran redondel de la plazuela, los caballistas, montan potros desbocados, tratan de dominar a sus monturas, que saltan como un fuego desatado. El capataz observa a cada uno, y otros peones ayudan en la faena, otro, a lo lejos, sostiene por las riendas, al potro nuevo.
Hay varios peones que son montadores, montadores de toros en las fiestas. Su valor es enorme y su prestigio, fieros son cuando están en la faena.
Y más allá, bajo tendidos de toldos negros, plantas de exportación son bien cuidadas, atemperado el sembradío, riego de gota a gota y fumigadas, las plantas crecen bellas. Un especial cuidado se les brinda, porque son muy valiosas, y cada semana viene un gran vehículo, para llevarlas a la costa, serán después, exportadas, con rumbo a Europa o para Norteamérica.
Alfonso piensa que este bello hogar en que ha crecido, no lo podría cambiar por ningún otro, porque es la tierra hermosa en que ha nacido, una tierra tan fértil, tan hermosa, no hay otra igual en el mundo conocido.
Regresa caminando lentamente hacia la casa donde es esperado, hoy le sirvió pensar en tantas cosas que a veces uno da por descontado. Es hermoso agradecer a Dios las cosas, que pensamos nos fueron obsequiadas.
Piensa el niño también en otras tierras, adonde sabe que la gente está muriendo, que no cuentan con agua, ni comida, ni para los niños hay medicamentos.
Tierras del Asia, de la India, de la China, tierras lejanas, ricas en historia, adonde pobre gente está muriendo, y son de aquella sociedad la escoria, no tienen religión, ni existe escuela, no hay diversión ni música ni canto, esos niños que sufren en la tierra, conocen solo el llanto.
Y más cercanos hay también algunos pueblos, que viven bajo el yugo de un tirano, personas pobres, seres indigentes, seres sin esperanza, que viven desolados, sin un rayo de ayuda y de consuelo, son seres marginados.
Ojalá que supiéramos guardar, y apreciar las bendiciones recibidas, que podamos desarrollar todos los dones, los mil regalos que nos dio la vida. Luchemos por ser un día mejores, protegiendo a la patria agradecida.
Cae la noche y el viento está corriendo, las ramas de los árboles murmuran, es hora de dormir, de descansar el cuerpo, y de elevar el alma hacia la vida.
¿Alfonsito, llegaste? Si mamá, ya llegué, vengo cansado, voy a comer y luego a mi camita, ¡La tarde estuvo linda!
A lo lejos se apagan los celajes, el viento ruge entre las cañas altas, la luna está asomándose en el cielo, en el alma se enciende la esperanza.
Allá, lejos del campo, en la ciudad lejana, la prima Dora repasa sus recuerdos, ¿Sería verdad lo que experimentaron ella y su primo, o fueron simples sueños?
Entra Alfonso a su cuarto agradecido, por su casa, su familia, su futuro, él sabe que hay personas en la tierra que no tuvieron nada de lo suyo, personas que perdieron el camino, personas que nacieron bajo un yugo.
Despacio se desviste el muchachillo, reza una oración y se persigna, cae en su cama cual si fuera piedra, y se queda dormido, muy profundo, afuera cantan duro las cigarras, y calla el mundo.
TERMINA EL CUARTO CAPÍTULO 11 PLANAS

QUINTO CAPÍTULO
ALFONSITO SE INTERNA EN LA LECTURA

Ya comenzó el fragor de la mañana, el sol está en la cumbre de los cielos, las cocineras muelen en el campo, trepa la higuera, sobre el verde limón de los caminos, vibra la tierra.
Alfonso despertó muy motivado, su camita es un nido bien amado, en sus sábanas limpias y fragantes el niño ha descansado.
Se levanta de un salto, es otro día, hoy habrá que emprender un nuevo sueño, una aventura más, una proeza, para contarles a sus primos luego.
De un salto entró en el baño, bajo el chorro caliente de la ducha, lavó su cuerpo y preparó su ropa, corre presto a saludar a mamá y a papá con gran cariño, vamos a la cocina papacitos, me estoy muriendo de hambre, dijo el niño. Vamos hijo, te estamos esperando, tomemos juntos nuestro desayuno.
La mañana está un poco desabrida, un viento frío sopla desde el norte, nubes oscuras están cubriendo el cielo, y la neblina oculta el horizonte.
Será mejor hoy no acercarse al río, piensa el chiquillo, habrá que ver si el sol sale de nuevo, de lo contrario voy a traer un libro y me pondré a leer es muy probable que llueva, el invierno se acerca.
Sobre la tapia que rodea el jardín de enfrente, la enredadera está repleta de campánulas lilas, es una gloria mirar ese cuadro festivo de tonos transparentes, el niño se admira de verla florecida, no lo había notado, hace muy poco sembraron esa cepa y es increíble cómo ha retoñado, al niño le agrada la agricultura, las flores, le fascinan.
Entrando a casa, Alfonso va a la biblioteca en busca de un buen libro.
Es la oportunidad de leer los que nos dieron de premio, el día del tope, Dora no los llevó a su casa, aunque insistí mucho, prefirió dejarlos para compartir los dos, cuando regrese. El día en que nos los dieron, de mirar las estampas apenas si hubo tiempo, fueron días ajetreados, en cambio hoy tendré el tiempo y espacio para leerlos.
Los libros son bonitos, algunos tratan sobre cuentos de hadas, y otros son de aventuras, Alfonso está feliz, le gusta mucho leer y estos cuentos son nuevos.
Se sumerge en la lectura y pasa en eso toda la mañana.
La voz de doña Mercedes rompe el silencio, llama para el almuerzo. ¡Increíble, toda la mañana me la pasé leyendo!
Eso te enseñará a redactar, y a aprender ortografía, la lectura es ejercicio bueno.
El niño se llevó el libro para su cuarto, pasado el almuerzo, el día está destemplado, hace frío y está lloviendo, mejor leo en la cama, fue así su pensamiento.
Se acostó, se cobijó con una colcha y al rato se durmió. La siesta duró casi dos horas. Despertó ya casi a la hora de comida.
¡Qué vagabundo me he hecho! pensó el niño, todo el día me la pasé acostado dormitando. Y la madre en escucha respondió:
No importa m¨hijo, estás en vacaciones, pronto entrará la escuela y no habrá tiempo, aprovecha ahora que estás solito para descansar, aunque te agrada tener amigos, cuando están ellos no lo puedes lograr.
Aprovecha estos días, porque pronto llegarán Arturo y Jorge, a pasar unos días con nosotros.
¿Si mamá? ¡Qué alegría! Me encanta jugar y estar con ellos, son mis primos predilectos, ojalá y lleguen pronto,
Los alumnos del Cala son los último en salir de vacaciones.
Despreocúpate, no pasan ni tres días antes de que se presenten aquí, me parece estarlos viendo.
Las palabras de su madre fueron proféticas, al segundo día aparecieron los primos aludidos, llenos de planes y proyectos nuevos, felices de encontrarle tan dispuesto.
Alfonso preparó sus nuevas cañas, los dos rifles de copas, y las flechas, iremos a cazar a la montaña, caza pequeña.
Salieron a relucir otra vez las botas viejas, botas de cuero para la montaña, también los pantalones resistentes, y medias gruesas. Los primos no traían ropa adecuada para cacería, y Alfonso les propuso amablemente ¡Usen la ropa mía!
Clemente ha preparado los aperos, para ir trotando hasta la montaña, una bolsa de viaje de cabuya, y sombreros de paja para el viaje.
También las cañas de pescar se alistan, buscando una carnada en el jardín, los muchachillos están emocionados, porque mañana tienen que salir.
Al ser las cinco de la madrugada, suena el despertador, los niños no durmieron casi nada, por la emoción.
Se levantan de un salto los muchachos, vistiendo aquella ropa preparada de previo, bajaron ruidosos y contentos a la cocina grande, para tomar aquí sus alimentos.
Doña Mercedes no se ha levantado, es muy temprano para la señora, el padre vino para despedirlos, en la puerta de atrás, los caballos esperan por la tropa.
Felices y dispuestos los muchachos salen al campo, desde lejos les saluda la peonada, que machete en mano labra la tierra.
El sol brillante vibra sobre la gran llanura, de la montaña bajan los labriegos, cada quien va llevando su herramienta, el machete, la pala y el sombrero.
Llegan al pie de la montaña que imponente, se yergue hacia los cielos, abandonan la bestia, a pie y poco a poco, suben la cuesta.
Entre trillos bordeados de lianas, de cañas, de cabuya y enramadas, esos trillos hermosos que penetran profundo en las montañas.
Cada muchacho lleva, sobre el hombro, el rifle ya cargado, y una tira de balas.
Las balas son de salva, de juguete, porque es con el consejo y guía del baquiano, como el nuevo cazador aprende a disparar, como defensa, contra una fiera o contra quien le agreda. Llevan un foco, para encandilar cervatillos, o zorros, taltuzas, o conejos.
Su padre no les quiere cazadores que maten por placer, los quiere hombres valientes, que a subsistir deben aprender, y en cualquier medio se sepan defender.
Llevan un termo con café caliente, sándwiches preparados por la madre, una fruta de postre, u unas roscas, para engañar al hambre.
Pasan en la espesura todo el día, dentro de la montaña no se siente, si es de día o es de noche, es muy oscuro, porque las ramas altas oscurecen.
El suelo de los montes no es parejo, hay piedras, hay raíces, altos y bajos, precipicios inesperados surgen detrás de una gran roca, si la tierra está cerca del río que corre muy profundo, allá en el bajo, hay mucho barro a veces.
No es fácil caminar en ese suelo, también las alimañas se arrastran en las ramas, en el suelo, y entre las hojas secas.
Hay hormigas que pican con gran furia, hay tijeretas, alacranes, arañas venenosas, serpientes, tigrillos y hasta pumas.
Los niños poco a poco se colaron en la profundidad de la montaña, aprendieron con eso a ser hombres valientes, largo día les aguarda.
El guía anuncia una parada, para que los muchachos se sienten a almorzar. Extraen de los salveques la comida, el refresco, el agua, un huevo duro con sal, una salchicha, una rodaja de fruta y unas latas.
Allí se relajaron los chiquillos, mientras Alfonso toca una tonada, los primos cantan, sentados en las piedras sobre la maleza, en medio de la nada.
Vencieron varias horas de paso acelerado, en un suelo difícil, han probado ser resistentes y no cansarse pronto, han probado también que son valientes, que no le tienen miedo a la montaña.
Casi al filo del día regresa el grupo, el baquiano les viene acompañando, están cansados y también felices, se sienten hoy más hombres que cuando comenzaron, hombres cabales, que, de la montaña, vienen bajando.
Los padres les esperan en la hacienda, los nuevos cazadores traen constancia de su labor cumplida: cuatro conejos grandes, tres palomas, más un chancho de monte, dice doña Mercedes cariñosa: Mañana hare paella con su caza.
Por la noche los jóvenes exhaustos se acostaron temprano, hoy no hubo tiempo para pescar, mañana ya veremos, dice mamá.
Amanecieron todos entumidos, agarrotados por la caminata, “mejor hoy solamente vamos cerca, mientras que se nos pasa”.
Pero Alfonso ya tiene otro proyecto, hoy va a llevarles donde el hechicero, quiere que vivan unas aventuras que nunca olvidarán, las aventuras mágicas del sitio que hoy piensa conquistar.
Pasado el desayuno delicioso, que doña Mercedes sirvió como acostumbra, los muchachos se alejan, alegres, caminan internándose en la brumas.
Se levanta, en las faldas de la sierra, una bruma de nubes de montaña, de agua del río, de nubes bajas, que siempre se disipan con el alba. Y tras de ellas surge la luz de un sol radiante, que alegra el alma, un sol espléndido y caliente se posa encima de la enorme montaña.
El aire se hace frágil, se adelgaza, y es límpido el paisaje.
Van los muchachos trotando en el potrero, y a la vuelta de un árbol de guacales, de copa alta, descubren la entrada a una ruta escondida, que va hacia la montaña.
Se introducen por ella muy curiosos, encontrando de pronto, un farallón de piedra, con unos signos raros dibujados, sobre lo que semeja ser una gran puerta.
Alfonso sacó de nuevo la ocarina, que siempre lleva oculta en una bolsa, y tocando las notas de una canción extraña, los goznes de esa puerta se corrieron y quedó frente a ellos, otra entrada.
Va esa ruta penetrando la tierra, bajando como el túnel de una mina, hay un estrecho espacio para cada muchacho que pasa, y la ruta se inclina.
Oscura y húmeda, con un olor extraño, olor a calabaza y a sandía, olor de humedales y de grava, olor a ocre y a tierra endurecida.
Después de descender metros y metros, con aire escaso y luz enrarecida, lentamente penetran en el fondo de esa gruta perdida.
Pasaron largas horas, los muchachos estaban asustados, aparecer cobardes no querían, pero el aire era helado, y aquel sitio una tumba parecía.
Al cabo de tres horas por lo menos, una luz tenue comenzó a vibrar, el aire se tornó un poco más tibio, y el túnel pareció que iba a acabar.
Más y más luz entró a raudales por los pilares de la catacumba, se introdujeron todos a la ciudad perdida, que destacó imponente entre la bruma.
Allí las avenidas y las plazas, las pirámides escalonadas, y un grupo de personas de otra raza, con plumas y con mantos coloridos, una gran ceremonia organizaban. Ocarinas sonaban por doquier, esclavas que llevaban las ofrendas hacia el volcán lejano, los sacerdotes del dios del sol subían la escala, al ritmo de palmadas, de tambores y palos.
En un campo de juegos, diversos contendientes lanzaban la pelota al través de los aros, y los niños pequeños se dormían, en los rebozos de sus madres recostados, mientras mamaban.
Por las gradas de piedra de la plaza, la serpiente emplumada se desliza, y en un templo cercano, desde un largo cañón, los planetas son, por hombres sabios observados.
Arriba del altar, un sol de oro, de oro macizo resplandece, y en las paredes de aquella catacumba hay pinturas rupestres.
El Gran Hechicero de la tribu les miró desde lejos, se acercó a Alfonso y le saludó, a un golpe de su cetro llamó al esclavo, que ofreció a los muchachos unas viandas y un cántaro de barro.
Un cántaro de barro lleno de chicha de maíz que es parte de su historia, les ofreció también una canasta, semillas de cacao y una pluma de lora.
Al fondo del guacal ellos miraron piedras de jade verde y pepitas de oro.
El hechicero vino a acompañarles, les llevó al corazón de la montaña, allí en un pozo profundo y muy oculto, guardaban los indígenas, su oro y su plata.
Una gran torre de piedras preciosas, surgía de un lecho de arroyo abandonado, enormes ollas de bronce y de hierro, semillas de maíz trozos de caña, frutos de cacao, y esculturas de piedra hermosamente trabajadas.
Los muchachos desconocían la forma de comportarse en semejante sitio, estaban gratamente impresionados con la actitud correcta de aquel grupo.
Se sentían extraños, se preguntaban si estarían drogados, si estaban viendo aquello, o si vivían un sueño.
En los ranchos de techo pajizo, con suelo de tierra y paredes de caña, se observaban de lejos las mujeres tejiendo palmas.
En un enorme rancho había un gran fuego, en profundas ollas de hierro cocinando la comida del pueblo, pescado, yuca, ñame, maíz y caña.
Todos los habitantes se reunían en el gran templo, adonde los ancianos decidían sobre cualquier entuerto.
Al borde de los ríos, las rancherías, montadas en pilotes de madera, y en cada una un pequeño muellecito, y amarrada una lancha a sus extremos.
El día fue declinando en la montaña, la noche ya caía, Alfonso reunió entonces a sus primos, y corrieron buscando la salida.
Agotados, casi exánimes llegaron al final del sendero, Alfonso tocó de nuevo su ocarina, los duendes se le unieron, y montados todos en las alas de un ave hermosa y fuerte, cansados y felices emprenden el regreso.
Del bosque aquel salieron. El ave les dejó el pie de la montaña, de donde caminando, regresaron al pueblo, allí les esperaba el tío Alfredo, en una camioneta, y les llevó a la casa, a que comieran.
13 planas 

CAPÍTULO SEXTO
LOS NIÑOS VAN DE PESCA
¿Qué tal estuvo el viaje’? Muy bien papá, contestó el más pequeño, y los otros dijeron: estuvo formidable tío Alfredo .¡Vieran qué gran delicia les espera en la finca! Mi mujer preparó una paella, que huele a cielo.
¡Qué gusto tío! verá que hasta la olla nos comemos, tenemos un hambre enorme, porque el viaje de hoy fue simplemente eterno.
¿Y estuvo interesante? No se imagina cómo, dijo el pequeño., cuando hayamos descansado, le contaremos…
El padre se acercó al baquiano ¿Se le portaron bien estos muchachos? Por supuesto señor, fueron muy buenos, pero vienen cansados.
Que se bañen en agua caliente, y se alisten para comer, y después a la cama, que puedan descansar profundamente.
La comida les dio una nueva fuerza a aquellos muchachillos, recuperaron pronto su sonrisa, al rato ya reían y daban bromas, la paella quedó de antología, felicitaron a la tía-cocinera, y al filo de las diez, ya estaban todos felizmente dormidos y soñando con nuevas aventuras.
¡Qué feliz es Alfonso con sus primos! ¡Claro mujer! Nada complace más a los muchachos que compartir su tiempo con otros compañeros.
Me encanta que no sea egoísta, que todo lo disfrute en compañía, ese hijo nuestro es un buen chiquillo, gracias a Dios, aunque sea hijo único no es egoísta,
¡No podría ser distinto siendo hijo tuyo!
Los primos dormían en una habitación contigua a la de Alfonso, y compartían el cuarto de baño. Por la mañana Alfonso se despertó el primero, tomó su baño y se vistió, los primos aún no despertaban, cuando doña Mercedes les llamó de la cocina: Está listo el desayuno, los chiquillos saltaron de la cama. Se dieron un rápido duchazo, y al poco rato ya estaban alrededor de la mesa de su tía, comiendo con exageración, como comen los muchachos en crecimiento, doña Mercedes y don Alfredo sonreían: ¡Son tres muchachos sanos!
Desayunaron con calma disfrutando los restos del delicioso plato de paella, fabricado con los frutos que ellos mismos cazaron.
Al final se quedaron conversando en el corredor volado de la finca, y disfrutaron de una vista hermosa como pocas, el día estaba precioso, y les llegó el almuerzo sin haberse levantado del asiento.
Increíblemente, los muchachos bajaron de nuevo al comedor, para engullir el resto de los deliciosos platos de la tía. Los tíos se rieron del asunto, ¡Son chiquillos creciendo!
Luego subieron a los dormitorios, para tomar la siesta que de forma imperiosa les llamaba, apenas recobraban el uso de sus piernas, que a resultas del ascenso a la montaña sentían destrozadas.
Los pies de cada uno también estaban adoloridos e inflamados, la tía Mercedes les puso un ungüento, para desinflamarlos. Despertaron cuando la noche ya caía, y decidieron jugar juegos de mesa, en la sala de arriba.
No se acostaron tarde los muchachos, el cansancio duraba todavía.
Un nuevo día llegó, las faenas del campo comenzaban, en la cocina se escuchó la algarabía de mujeres moliendo, los perros ladraban en el campo, sobre los adoquines de la entrada, trotaban los caballos.
Del dormitorio bajó Alfonso ya bañado, calzando botas de hule, con un traje liviano y una gorra, y llevando tres juegos de cañas y de anzuelos, para bajar al lago. Descansados y alegres los muchachos habían despertado, se alistaron muy rápido, bajaron a tomar el desayuno acostumbrado, después de eso salieron, con Alfredo su primo, todos juntos a recorrer el campo.
¿Y adonde iremos hoy? El día está despejado, es buen momento, para irnos a pescar en el cercano lago.
Caminaron cruzando la pradera extensa, llenos de impulso creador, y decididos a ejecutar el plan que habían pactado. De primero cruzaron los potreros hasta llegar al lago, y allá, subirían al muellecito de madera, para montar al bote y pescar en el lago.
Llevaban unos tarros repletos de carnada, una malla de pesca, y un canasto para guardar pescados, un sombrero de paja que cubriera los hombros, insecticidas para picaduras, de mosquito, la crema anti solar para la piel, un almuerzo campero que preparó la tía, refrescos, golosinas y un buen termo con té, además de unos libros y revistas, para así la paciencia entretener, mientras pican los peces.
Por dentro visten trusa de baño, para, cuando el calor sea excesivo, quitarse el pantalón de tela fresca, y lanzarse a nadar, sin más abrigo.
El plan era excelente y la mañana amaneció gloriosamente luminosa y cálida, los muchachos estaban muy contentos, disfrutando del campo.
Atravesaron los espacios verdes, por entre altas hierbas movidas por el viento, plantas de manzanilla y lino, con delicadas florecillas azules, mil pequeñas abejas susurraban su canto entre las flores, a lo lejos la montaña relumbraba morada bajo el firmamento.
La caminata se fue haciendo larga, después de casi dos horas de caminar parejo, avistaron al fin el reflejo del lago, un lago enorme de aguas azules y profundas, cuya superficie encrespada por el surco del viento, reflejaba en destellos luminoso del sol de ese momento.
Separaba el jardín del lago grande, un enorme cordón, una acera de piedras, rocas enormes, otras pequeñas, unas medianas y otras negras, las pequeñas cuadradas y con picos, otras blancas y lisas, otras escalonadas, gran cantidad de piedras.
Con gran dificultad las superaron, caminaban descalzos entre ellas, cayeron muchas veces, se quemaron los pies, rompieron sus rodillas en aquella dureza, y cuanto más se acercaban a las aguas, había más piedras.
Llegaron por fin a orillas de aquel lago, y, dirigiéndose a la casetilla de guarda que Alfonso indicó, se cambiaron de ropa. Dejaron las mochilas y la ropa doblada en esa casetilla cercana, y, todos en traje de baño, con una camiseta sobre su espalda, se acercaron a un muelle viejo, y se sentaron en la lancha de madera pintada, amarrada al extremo.
Sentados en la banca, sacaron los aperos de pesca, los anzuelos se colocaron al extremo de las cuerdas, poniendo en ellos un peso adicional para que no fuera difícil hundirlos en el agua, y se les agregó una porción del cebo previamente preparado, cada cuerda fue calibrada debidamente, y arrollada a la carrucha de la caña, y ya con todo listo, tomando los remos, que descansaban en el fondo del lanchón, comenzaron a remar hacia el centro del lago, a su lugar más profundo, en donde, según Alfonso, la pesca era abundante.
Salieron del muelle, se lanzaron al agua deliciosa, alistaron las cañas y sonrieron, pensando en la aventura.
Moscardones amarillos zumbaban en el aire, sus alitas azules hacen un ruido de motor, mulas del diablo sobrevuelan la embarcación, y en el agua se refleja la montaña y la orilla del lago, sus preciosas espigas danzan al viento.
Navegaron un poco hasta alcanzar el sitio que Alfonso indicó, un lugar asombrosamente fresco y tranquilo. Varios enormes sauces llorones dejan caer sus ramas delicadas en el agua, y en una de esas ramas, bajo esa sombre fresca, echaron fuera el ancla, y se sentaron a esperar.
Recostados cada uno a una porción del bote, trataron de hacer silencio como indicara Alfonso, pero les fue difícil, estaban excitados y expectantes, la pesca les había cautivado.
“Picó uno, picó uno” Gritó azorado y feliz el primo Arturo.
¡Silencio primo! Vas a ahuyentar la pesca, lo principal del pescador es el silencio, los peces no son tontos.
Perdona Alfonso, se me olvidó ese detalle.
Sostén fuerte la cuerda, ve cediendo a poquitos, que no te lleve el pez, dijo el chiquillo, hay que saber cansarlo.
A los cinco o diez minutos el pez ya no luchaba, Arturo jaló la cuerda poco a poco, y sacó el hermoso pez, que puso al centro de la barca, en el balde de abuela que trajeron a ese efecto, un pez plateado y hermoso, de cola de cristal.
¡Uno más, uno más, gritó Arturo! ¡Qué te dije animal!, reclamó Alfonso, así no va a servirnos esta pesca, ya no hagan tanta bulla majaderos. ¡Pónganse ya las pilas, mis hermanos!
Un róbalo dorado y rojo salió al fin de las aguas, Arturo le arrancó del anzuelo y le puso en el balde, estaban ambos hermanos eufóricos de éxito.
Esta noche tendrá la tía Mercedes peces para la cena, dijeron ambos, uno es plata y rojo el otro, son heredianos dijo Alfonso bromeando.
La tarde fue avanzando, se oscureció poco a poco el firmamento, algunas nubes flotaban cercanas, y de repente otra nube sórdida y enorme cubrió la tierra.
Vámonos ya, dijo el pequeño Alfonso, va a llover y aquí las lluvias son arrasadoras, vámonos pronto al muelle, “pongámole bonito a la remada”, o la salida nos será difícil.
De acuerdo los muchachos remaron fuertes, hasta alcanzar el borde de aquel lago, llegaron íntegros al muelle, cuando las nubes estaban reventando.
Goterones gruesos como piedras de río, golpeaban la superficie del lago antes tranquilo, la barquita saltaba sobre un oleaje inesperado que se encrespó de pronto, asustados y firmes continuaron remando, alcanzaron el muelle, salieron de la barca casi llena de agua, y se tiraron exánimes al pasto que a la orilla brotaba.
¡Qué salvada mi hermano! dijeron los primos aterrados, ¡Nos salvó la campana como dicen!
No, dijo Alfonso, aunque ustedes lo duden:
¡Nos salvaron mis amigos los hados!
¿Y ahora cómo diablos llegamos a la hacienda de tu padre? estamos demasiado lejos, y muy cansados para ir, bajo la lluvia, caminando en el prado.
Vamos a guarecernos de la lluvia debajo de ese árbol, tranquilos primos míos, esperaremos que pase la tormenta, después voy a llamarlos. Dijo el muchacho, no teman, en el monte mis amigos sinceros son los hados.
Llovió, llovió y llovió, entre los rayos y los truenos sonoros, el cielo electrizado les cubría, estaban empapados los muchachos, y sufrían. Alfonso sin embargo estaba fresco, indiferente y tranquilo, esperando que la tormenta terminara de pasar la montaña, él no temía.
Al cabo de una hora la lluvia ya menguaba, no sonaba tormenta, el sol apenas tibio se asomó encima de los charcos, y Alfonso, sacando su armónica encantada, comenzó a tocar el himno de los hados.
Un rayo prístino de luz enajenada, les envolvió a los tres, bajaron los seres delicados, hados de luz, tomaron a los niños de la mano, y guiándoles a un globo de colores, en tierra anclado, les subieron al canasto del globo y treparon al aire, sobre el prado empapado que, a lo lejos, parecía congelado.
Voló y voló el globo majestuoso, su sombra se miraba desde arriba reflejada en el prado, pasaron por caminos y pueblitos, pasaron sobre el fin de la llanura, pasaron por caminos desolados en la espesura.
Volaba el globo sobre un cielo grisáceo, y dentro de él, en su interior un aire cálido secó a los muchachos, que vistieron de nuevo sus ropajes, los que estaban guardados, en esa casetilla de guarda, prestada a Alfonso por los mismos hados.
Recobrado el color, los jóvenes muchachos volvieron a sonreír después del susto, y lentamente el globo fue bajando en la llanura, bajo un arbusto.
Muy cerca de la hacienda de su padre, cayó la aeronave en un potrero, se bajaron los niños, dieron gracias, y el globo regresó de nuevo al cielo.
¡Qué salvada mi primo! dijo Jorge, qué suerte que trajeras la dulzaina para llamar a tus amigos transparentes del país de las hadas.
Caminaron de nuevo, esta vez menos, saltaron y corrieron por el campo, eran niños traviesos y dispersos, el susto había pasado.
A las seis de la tarde, arribaron al fin a la casa de la hacienda, el capataz les recibió el balde con la pesca, el canasto de cañas y de anzuelos, el tarro de gusanos y las piedras.
Llevándolo a la cocina, entregó el balde lleno a la cocinera, mientras, tanto los niños escapados subieron prestos a bañarse, a lavarse la cabeza, y a cambiarse de ropa, para no oler igual de feo, que los pescados del balde de su abuela.
Al ser casi las ocho, bajaron los chiquillos a la cocina vieja, ya vestidos, peinados y dispuestos a contar parte de sus aventuras y a cenar con los tíos, que ignoraban, por suerte, como fue, durante aquella tarde, su aventura en las piedras.
La comida está lista, anunció la Matilde en la cocina, una pasta excelente y sustanciosa, acompañaba a los peces, cocinados. De la bandeja, todos comieron mucho, hasta acabar con ellos, no dejaron los niños ni boronas en esas fuentes preparadas por tía, para su cena.
¿Quieren ver una película ahora? No tía, muchas gracias, estuvo de morirse esta gran cena, pero estamos cansados y queremos dormir, mañana la veremos, si Dios quiere.
Está bien mis muchachos, a dormir entonces, el día ha sido largo y muy mojado, será mejor mañana.
Un beso y buenas noches, también iré a mi cama.
¡Qué muchachos tan buenos! dijo la señora, ni llegan tarde nunca ni se quedan jugando, así no me importa cuidarlos, sus padres están en nosotros confiados.
Tenés razón mi esposa, son muchachos muy buenos, y están bien educados.
Y allá, en el dormitorio del chiquillo, la perrita Cucú está enrollada sobre la alfombra gris, sueña que Alfonso le ha tirado una bola, y ella la alcanza.
Sueña entretanto Alfonso con su rifle de copas, cazando al gran coyote, que se come los pollos por las noches,
FIN DE Capítulo 13 planas

Capítulo Sétimo
ALFONSITO EN LA MINA

Hoy estrenamos nuevo día en la hacienda, trinan las campanitas que penden del cuello de las vacas, y vienen los terneros corriendo tras las madres, hacia el establo, sonando sus matracas en las tablas.
Los carracos caminan tras la mamá carraca, van todos juntos y avanzan con sus palmeadas patas separadas, van en grupo siguiendo a su familia, por la calzada, y a veces se enredan en las patas de terneros y vacas.

En el embarcadero de la hacienda, los peones transportan enormes y pesados bultos a las barcas, son cajones con flores y con plantas que van para otros lares, los colocan en el freezer de la lancha para que lleguen frescas, no se mallen.

Ya hoy es viernes, piensa Alfonso, mis primos deberán de regresar muy pronto a su casa. Será mejor llevarlos a conocer la mina de diamantes culminaré ese plan tan pronto pueda, para lograr llevarles, antes de que por ellos, vengan sus padres.
Para ir adelantando su proyecto, Alfonso expresó al brujo su deseo, el anciano hechicero ha contestado que va a ayudarle como siempre lo ha hecho:
Si lo que quieres es visitar la mina de diamantes, para llevar tus primos al lugar, y que envíe unos gnomos para guiarles, aguardarás, por unos pocos días, a que yo organice el evento, sin que haya riesgos.
Habré de preparar algunos mapas, una brújula, focos buenos, cascos de metal y anteojos negros, también chompas muy gruesas para entrar a la mina (porque es allí muy húmedo y muy fresco), uniformes hechos de tela impermeable y unas botas de cuero.

Deberán de portar sus documentos, el consiguiente permiso de papá y cepillos nuevos, de dientes y cabello, una toalla, jabón y un mosquitero, un litro con alcohol, un linimento, insecticida para los mosquitos, pasta de dientes, una buena cobija muy caliente y sus alimentos.

Gracias, dijo el muchacho a su amigo hechicero, pero tendrás que aligerar un poco tus movimientos, porque mis primos dentro de cuatro días se irán de nuevo.
Bien mi amigo, quedaremos en eso, yo te aviso en el momento en que todo quede resuelto.

Alfonso les contó a Jorge y a Arturo lo conversado, ambos muchachos se tornaron ansiosos y asustados.
¡No sientan miedo! Dijo el muchachillo, tengo mucha confianza con el brujo, él nunca me ha fallado.

Aquella noche, todos rebuscaron en sus armarios una ropa adecuada, dijeron a la tía que irían a la montaña que estaba muy helada, y por eso necesitaban ropa abrigada, le dijeron también que preparara viandas, en cajas empacadas, un termo con café y tres cobijas apretadas.
Buscaron sus cepillos y su peine, el alcohol, cada uno su almohada, medias gruesas calientes para el viaje, todas de lana.
La emoción les movía a ser discretos, a los padres curiosos no les dijeron nada, solamente les pidieron permiso para ir a la montaña, y como don Alfredo y doña Merceditas, en el buen juicio de Alfonso confiaban, firmaron un papel y lo sellaron, pensando que jugaban.

Al día siguiente no apareció el mensaje de la montaña, el hechicero aún no contestaba, los muchachos estaban muy ansiosos, sin poder hacer nada.
“Llama al brujo otra vez”, dijeron a su primo, pero él les respondió: no coman ansias, el hechicero es serio y muy activo, está ocupado preparando lo ofrecido, no le voy a llamar antes del martes, él mismo lo ha pedido.

Entre juegos y risas y carreras transcurrió ese día, los muchachos jugaron y corrieron, y tomaron un baño en la piscina, de nuevo la tía tan complaciente les preparó delicias, nos vamos a engordar querida tía, con esta abundantísima comida.
Se acostaron aún sin las noticias que esperaron durante todo el día, dudaban del asunto, el hechicero no aparecía.

Esa mañana, Alfonso estuvo listo al comenzar el día, el hechicero envió sus instrucciones y estaba preparada la partida.
Los primos se bañaron en carrera, sacaron sus mochilas, fueron a desayuno con los tíos, y se alistaron para la partida, a la puerta del frente esperaban por ellos los gnomos disfrazados como guías, que enviara el hechicero.

Sin sospechar siquiera los motivos de la súbita partida, los padres aceptaron que Alfonso, tan diligente hubiera ya conseguido a unos guías,
¡Qué muchacho tan serio y precavido! les parecía. ¡No olviden la comida, ni los sleeping bags que están en la valija! No se preocupe tía.
De la casa salieron en carro de papá, que en un punto del camino de la hacienda a la ermita, les dejaría, para ser recogidos, por una camioneta de turismo, previamente elegida.
Allí se reunirían posiblemente con el resto del grupo que a la excursión iría.
Fueron las condiciones aceptadas por los padres del niño, que jamás sospecharon que los muchachos que allá se dirigían, iban a cargo de un hechicero indígena, hacia una extraña mina, para ellos desconocida.
¡Qué gocen mucho! les gritaron desde la cocina, que se diviertan, que sea interesante el paseo, y les toque vivir un tiempo de maravilla.
Gracias, gritaron los chiquillos, y fueron alejándose entre la polvareda del camino.
Sería mejor que el chofer espere en la ermita hasta que la camioneta les venga a recoger, dijo doña Mercedes, súbitamente preocupada.
No será necesario, dijo don Alfredo, nuestro muchacho sabe lo que hace.
No quiero que él piense que desconfiamos, y mucho menos que lo piensen sus primos, si él dijo que estaba todo bien organizado, así será.
Tienes razón marido ¡Nuestro pequeño es atrevido!
mejor así, recuerda que es hijo único, también muy consentido.
Joaquín el chofer, salió de la finca hacia la ermita, y cuando llegó allá ayudó a los muchachos a bajar las maletas y las viandas, pusieron sobre el suelo todo aquello, y el chofer se dio vuelta y los dejó a las puertas de la ermita.
Al poco rato vino el hechicero, con un gran carretón de altos parales, echaron en el carro las maletas, la comida y los trastes, y los muchachos fueron tras del carro, conversando y gozando del paisaje.
Los dos heraldos que les iban guiando, resultaron simpáticos, mostraron a los excursionistas los planos preparados, repartieron los focos y los cascos, los uniformes, botas y las bolsas de viaje.
El hechicero hizo un buen trabajo con el plano, el camino hacia la mina estaba claramente señalado, hubo que caminar un largo trecho, hasta que el cielo estuvo encapotado, casi de noche arribaron a la entrada oculta y tenebrosa, de la mina del campo, la mina que visitar deseaban tanto.
En un riachuelo corto, cuyo lecho entre piedras reposa, llevando apenas agua, un riachuelo sin ninguna importancia, sin puente ni baranda para pasar por sobre de él en la llanura, observaron unos troncos por donde los muchachos transitaban metiendo allí sus pies entre la espuma.
Y fue tras de ese riachuelo pequeñito, de importancia nula, donde se halló la clave de la ruta para entrar a la mina “La Fortuna”.
Después de atravesar sobre los troncos, pasando a la otra orilla del riachuelo, hallaron una cueva muy oscura en un gran farallón de terciopelo. Rocas grises y altas que formaban como un arco triunfal en el estero, un espacio muy lúgubre, cuyo silencio cruel, causaba miedo.
Se adentraron en el oscuro trillo del camino, después de traspasar el arco enorme, el suelo estaba húmedo, resbaloso y sombrío, el aire era pesado y muy sombrío.
Trémula voz, uno de los viajeros, interrogó a los guías del camino.
¿En dónde estamos, falta mucho rato?,
y los gnomos enviados se callaron, iban muy disgustados y pensaron: “Este no es un paseo para muchachos”

Alfonso iba adelante, con pasos firmes anduvo el viejo trillo, y después con coraje y valentía, fue el primero en penetrar la mina.
Mostró una entereza superior a sus años, sacó fuerza de flaqueza, e inspirado, pidió a sus compañeros: “Tengan calma por favor, casi llegamos”.
Los corredores iban en descenso, cada vez más y más profundos, en ciertos sitios una lamparita, marcaba el rumbo.
Fueron horas y horas de descenso, y de repente se revirtió el sentido, el camino comenzó a subir de nuevo, cada vez más arriba, el aire era más puro, más oloroso y tibio.
A lo lejos brillaron los luceros, estaba despejado y silencioso, expuestos a la frescura de la noche, junto a un río profundo y, caudaloso, a lo lejos se admiraron de observar, en la llanura, las carpas donde habitan los mineros.
Los guías les dirigieron hacia una de esas carpas dispersas por el sitio, allí se repartieron los espacios, se acomodó cada uno como pudo, sacaron la comida y la comieron, y rendidos cayeron los muchachos, en sus catres de musgo.
Agotados sus pies por el esfuerzo, los muchachos durmieron como troncos, y el alba les descubre todavía amontonados y dormidos, a pesar de los ruidos.
Lentamente el sol ha ido subiendo en la esfera celeste, sus rayos iluminan el ambiente, el canto de las aguas transparentes del río que les circunda, tiene dentro de sí a varios personajes, los mineros del río, que con cedazo fino cuelan el limo, para sacar del barro limpio, entre esas aguas caudalosas, los diamantes dormidos.
Otros mineros golpean con sus picos la piel de la montaña, y arrancando pedruscos van hallando, una piedra brillante entre sus manos.
En un recipiente hondo y metálico, ponen las piedras que salen de la orilla, las lavan en las aguas transparentes, y luego las consignan al capataz que cuida.
En la mina trabajan gentes de todas las edades, de diversas religiones y mil credos, de idiomas diferentes, y costumbres diversas, personas que vinieron buscando su lugar sobre la tierra.
Aquí no le responden a un jefe o a un patrón, su patrón es el río, que les da su limpieza y su calor.
Cada uno trabaja a propio ritmo, y en un sitio que cada uno escogió. Salen muy rara vez de la montaña, a regresar al mundo, para llevar a su familia el fruto de su ardua labor, pero regresan siempre al mismo río, cuyas aguas les dieron un valor.
Hay allí un reglamento que se cumple, lo encontrado se declara sin temor, corresponde al gobierno un porcentaje, y otro monto adecuado se le entrega al minero que lo halló.
A menos que intervengan los secuaces de ambición desmedida y acabe todo en pillaje y en dolor, conocemos historias dolorosas, en un África herida, por “diamantes de sangre” y aflicción.
Amaneció el día espléndido y caliente, en las aguas del río los muchachos se echaron, para lavar sus mentes y sus cuerpos, después que descansaron en la tienda, debajo de aquel inmenso árbol
El hechicero, cumpliendo su palabra, envió a los elfos a ayudar en todo, aquellas figurillas les guiaron por el campo, llevándoles también a conocer la mina y el collado.
En el gran almacén del territorio, pudieron los muchachos admirar sin temor, docenas de cajas repletas de diamantes, de diferentes quilates y color.
Unos diamantes límpidos y puros, transparentes y sin ningún jardín, hay diamantes de color, diamantes ambarinos, y hasta diamantes negros se pueden encontrar, los hay verdes iguales a esmeraldas, hay rojos parecidos al rubí, los hay azules y también morados, y algunos carmesí.

Se utilizan también como elementos, en aparatos que ayudan a la ciencia, también en finas joyas se pueden engarzar, hay diamantes en todas las coronas de los reyes del mundo, y hay otras para vírgenes y santos, puestas en un altar.
El diamante es una piedra de tal dureza, que con él cortan vidrios, no se pueden rayar. Hay minas de diamantes en África del Sur, y en otros sitios, y es Holanda el país mejor para comprar.
Las paredes del almacén de acopio de diamantes, eran altas y blancas, y en todo el derredor saltaban chispas, reflejos de luz brillante y fría a esas piedras de cristal, arrebatados.
El hechicero se presentó ante los muchachos, y mirando en sus ojos infantiles el brillo de codicia que despertó el tesoro allí guardado, buscó un sitio cercano a la salida, y les llamó calmado:
Mis jóvenes amigos, yo me alegro de que el paseo haya sido de su agrado, que hayan visto sus ojos maravillas al mundo aún no reveladas.
Mi amigo Alfonso me pidió traerlos a conocer un sitio reservado, del cual no tienen todavía las naciones conocimiento claro, este es un lugar fuera del tiempo, y fuera del espacio.
Para su inquieta mente de muchachos muy jóvenes, es importante poder conocerlo e incluso visitarlo, pero está fuera de los planes del Eterno, hacerlo público, a un mundo tan errado.
Estas piedras, igual que los metales valiosos: como el oro, platino, plata, significan para la vanidad del mundo un especial y egoísta goce.
Si Dios puso en la tierra, yacimientos de tales maravillas, no fue para ponerlos en manos asesinas que llegan a matar por poseerlos, y le brinden un culto a su codicia, convirtiendo estos simples materiales en señor de su vida.

Ese hombre llega a ser un ser tan despreciable como la bestia más disminuida, cuando convierte en principal tesoro las cosas materiales que el mundo magnifica, el hombre pierde en ello su valor, y su estima.

Trabajen en la vida por conseguir ideales, ayuden a los hermanos menos beneficiados, cuiden de sus abuelos y sus padres, de su hogar y sus hijos, no desperdicien su amor y su desvelo a simples ídolos.
Yo me alegro de haberles obsequiado con este viaje, dudo que en adelante algún otro niño venga, de huésped invitado a este paraje.
Si el mundo sigue destruyendo, por ignorancia y odio entre la gente, los humanos al fin habrán perdido de la vida la esencia, y el planeta destruirán sin darse cuenta, por su ambición sin fin y su inconsciencia.

Al cabo de aquel día los muchachos, regresaron al camino, cabizbajos desandando lo andado y en el pueblo, subieron a la camioneta de su tío.
El discurso del brujo consiguió despertar en los chicos la conciencia, pensando en su aventura, lograron revivir un poco su reciente experiencia, pensando más en las cosas intangibles y buenas de la vida, tratando de olvidar el deseo tan actual, de acumular tesoros de la tierra que los roban o los come el hollín y luego nada queda.
Cuando el día de marcharse llegó, vinieron los tíos a recoger los visitantes, éstos se despidieron de su primo, emocionados, por la gran experiencia de esos días, que les hizo pensar.
Dieron abrazos a su tío Alfredo, y besos a la tía que tan bien les trató, ojalá que regresen otro día, dijo el Señor.
¡Cómo han cambiado nuestros muchachillos! Hoy los vi más sensatos y más listos, dijeron los padres admirados, al escuchar sus hijos.
“Hay que dejarse de amargura y pesimismo.”, dijo el señor Alfredo
“A muchachos bien educados y prudentes, como estos nuestros, todo el mundo los quiere, y los ayuda, de eso estoy cierto.”
Cuando miró a lo lejos el automóvil que marchaba, Alfonso se sintió contento, le agradan las visitas, pero está cansado y algo molesto, desea disfrutar un poco del silencio, recordando cuan gratificante es estar solo pensando, meditando o leyendo.¨
Tenés razón mi hijito, dijo su viejo, son lindas las visitas cuando llegan, pero es mucho mejor, verlos marchar y despedirse cariñosamente de ellos, cuando se van.

Fin de capítulo sexto, dieciséis planas







CAPÍTULO SÉTIMO
TERROR EN LA LOMA VERDE

Pasaron muchos días con sus noches oscuras, comenzadas las clases, Alfonso nuestro amigo se dedicó a estudiar, y habiendo estado solo, en casa, mucho tiempo, deseó, sus aventuras poder recomenzar.
En la pradera extensa y luminosa, el verano dejó, su rastro deslucido de amarillo y café, una vez que el invierno de nuevo comenzó, vio renacer aquella divina la floración, y lleno de colores el jardín deslumbró, y Alfonso muy dichoso decía a viva voz:
¡Qué maravilla el pasto de verdura sin par! qué hermosas son las aguas celestes a rabiar, y ese cielo tan puro y cristalino y este viento nuevo de sin igual frescor, ilusiona las almas de los niños, que elevan sus cometas, y en las tardes doradas, se alimentan de sol.
¡Qué brillantes los ojos de las aves que cantan en las ramas! qué bellas las canciones de los niños, comenzando a estudiar, cuan benditas y cálidas las noches del profundo descanso en que pueden soñar.
¡Qué nubes tan hermosas las de un campo, donde no hay polución, ni olores peligrosos ni gases nauseabundos, solamente aire puro y los rallos del sol!
Terminada la tarea de la escuela, y después de alistar de nuevo el bulto, Alfonsito arregló su uniforme, y decidido, se fue a buscar el rumbo, de una aventura más.
Muy cerca de la hacienda, en la otra finca, un montículo nuevo había surgido, un monte de pequeñas proporciones
tan verde y tan hermoso como un nido.
Él nunca le había visto anteriormente, y estaba muy curioso y confundido, temeroso decidió acercarse al mismo, para así conocer ¿De qué estaba hecho, de donde había surgido, qué cosa rara sucedía en él?
Calzó sus botas nuevas, las más fuertes, y se puso uniforme de palero, tomó una pala nueva y unos baldes, y decidido fue a enfrentar el nuevo reto.
Al llegar a ese sitio tan cercano, muy curioso miró para el entorno, no había nadie vagando por el prado, dichosamente el niño estaba sólo.
Tomó la pala y comenzó a sacar, paladas y paladas de tierra y de zacate, y fue llenando cajas y más cajas de madera, en su balde.
De cerca parecía que el monte era normal, pero Alfonsito no terminaba de convencerse de eso, porque esa tierra que él iba sacando, a ratos parecía contener huesos.
Después de una mañana entera de labor continuada, al fin dio fruto su curiosidad, la capa de tierra dura terminó, y Alfonso descubrió una cavidad.
Parecía el monte ser hueco por dentro, como un huevo de dinosaurio antiguo, el monte verde resultó un lugar seguro, que, con algún fin, para él desconocido, la tierra había ocultado bajo su verde abrigo, un secreto artilugio.
Acercando a la boca del hueco producido, sus oídos cansados de aquel constante ruido de la pala y el pico, Alfonso creyó escuchar, dentro de la cavidad, un murmullo de voces apagadas, como el que hacen las olas en el fondo del mar.
Con mucho temple y sin igual valor, Alfonso al fin se decidió a bajar, poniendo un casco sobre de sus cabellos, y metiéndose al hueco comenzó a resbalar.
La tierra estaba floja y arenosa, de modo que en la cuesta el niño descendió, metros y metros eran de túnel de tierra y de piedras, y cada vez más fuerte el ruido acrecentó.
Cayó al profundo cauce de rocas y raíces, raíces enredadas en mucha profusión, raíces de los árboles antiguos del paisaje, raíces que surgían de cada farallón.
Aunque el sitio era oscuro, poco a poco el muchacho se acostumbró al entorno y recobró visión, reconoció de pronto a un conjunto de seres, que al principio causaron su gran consternación.
Aquellos seres raros semejaban hormigas, pero hormigas enormes, con un caparazón, patas largas y fuertes cual jirafas oscuras, con ojos de faroles y cuernos de latón.
En el campo minado del piso de la cueva, aquellos seres raros tenían su habitación, habían hecho con tierra enormes hormigueros, repletos de semillas y de negro carbón.
Sus caminos entonces eran como senderos, entre musgos y piedras, grandes hojas herbáceas que los seres enormes llevaban sobre el hombro, y todos caminando en un mismo sentido, llevaban a la reina, toda la producción.
En una celda oscura repleta de semillas, descansaba la reina de sin igual mansión, rodeada de las larvas que cuidan de su vida, servida por esclavos que vigilan su acción.
Unos gorgojos verdes, azules y dorados, en diversos estrados de las capas de tierra, preparaban sus lanzas de palos y de piedras, para estar preparados para época de guerra.
Separada la jaula de las larvas pequeñas, que viven esperando que se muera la reina, para así conseguir ser electa una de ellas, como una reina nueva, como sucede mucho en el planeta tierra.

En otros orificios de aquella extraña cueva, unas jaulas estrechas contienen las especies de bichos ignorados que utilizan las hembras para el caso fortuito, si llegara la hambruna, la reina tenga siempre, una opípara cena.
Alfonso estaba tenso, asustado, molesto, jamás imaginó que tan cerca de casa hubiese un núcleo cierto de esa gran amenaza de guerra y destrucción.

Si esas grandes hormigas se fueran a combate, posiblemente a casa llegaría la debacle. Pensó entonces Alfonso en un plan de combate, y se fue a consultarlo con el brujo del parque.
Era un asunto serio, casi de vida o muerte, y él no podía esperarse a que algo sucediese.
Atravesó aquel monte, monte de tierra y piedras, que él mismo con su pala había dejado al lado, se subió por los picos de las rocas externas, y muy sucio, y cansado, consiguió liberarse, salió a la superficie reptando sobre el lastre.
Entonces levantándose de entre el polvo y la grama, corrió enajenado, con los brazos en alto, hasta la otra montaña, y entrando por la gruta donde duermen los gnomos, llamó a gritos al brujo que meditaba solo.
El gran médico brujo, escuchó los aullidos, y muy rápido vino a auxiliar a su amigo.
¿Qué está pasando Alfonso? Preguntó el hechicero, por qué me estás gritando de pie sobre el sendero?
Amigo, porque he visto, que en el cerro vecino, habitan unos seres que entrañan gran peligro.
Unos seres extraños? No estarás confundido? Yo no he visto aquí nada, ni escucho ningún ruido.
¿Estás seguro amigo de que algo está pasando?
Segurísimo brujo, las hormigas gigantes están amenazando.
Son grandes como bestias, del tamaño de un perro, y tienen unos cuernos de metal y remaches, sus ojos son faroles con destellos diabólicos, y tienen hormigueros enormes como torres. Si continuaran su trabajo en el subsuelo, darán con todo al traste antes de lo que pienso.
Medita en los sucesos de los terrenos nuestros, el césped se ha secado en algunos potreros, las vacas que pastaban tranquilas en la hacienda, hoy mugen aterradas y muy seguido tiemblan.
De seguro que escuchan los ruidos de la tierra, y sienten el aroma de una colonia nueva, de seres inferiores que se arrastran por vía de las hormigas esas.
Muchas plantas que antes eran bellas y frescas, se han secado de pronto y hoy se miran marchitas, muchos árboles altos, antes llenos de frutos, hoy lucen desolados como testigos mudos.
Hechicero, te digo, que algo está sucediendo, no quiero que mi padre pierda todo lo suyo, esta hacienda tan bella que ha sido nuestro orgullo, terminará destruida por esta situación, y si existe el remedio, hay que entrar en acción.
El hechicero brujo tomó el asunto en serio, consultó con el códice de los antiguos lamas, y colocando un cazo sobre el vívido fuego, comenzó a esparcir incienso encima de las llamas.
Agregó unas maderas de sándalo y especias, unos pelos de gato y una cola de rata, además de los ojos de una vieja lechuza, las plumas de una lora, y una culebra en brama. Con esos elementos comenzó la cocción, haciendo un bebedizo que fue de destrucción, para esa gran colonia de hormigas invasoras, que estaban terminando con la paz de la zona.
Terminado el brebaje el hechicero brujo, se puso su ropaje de gran ceremonial, convocó a los demonios del indígena infierno, los ángeles caídos de aquella religión, además de los miembros de cada tribu indígena que tuvieron su casa en aquella región, y a los ancianos todos que formaron legión.
Pusieron en un cazo el líquido a enfriar, y el mismo fue secando cada día un poco más, y cuando estuvo seco rasparon las orillas y echaron ese polvo en un aspergiador, para ir luego a esparcirlo en la boca del hueco, que Alfonso había iniciado en el monte del cerco.
Todos estaban mudos, con gran expectación, desde dentro un rugido feroz se propagó, comenzó a salir humo del hueco destapado, una lluvia de azufre amarillo y pesado se esparció de repente sobre todo el montículo, y se escucharon gritos y aullidos de dolor.
Sin esperar ni un poco el brujo continuó, trajo más y más elíxir de aquel que preparó, y siguió con sus rezos y con sus abluciones, caminando despacio alrededor del sitio, entonando canciones a todos los espíritus.
Y los dioses de piedra, y las grandes esferas de la zona limítrofe de aquella gran hacienda, se bañaron de luces y de sombras arteras, y cerca del lugar retumbaba la tierra.

Alfonso estaba pálido, sus manos le sudaban, los ojos espantados, las piernas le temblaban, fingiendo ser valiente se mantuvo de pie, entretanto que el brujo rociaba aquella zona con el veneno aquel.
Los hados y los gnomos estaban escondidos, detrás de cada roca, detrás de cada nido, y todos esperando a ver qué sucedía, si perdían las hormigas o la hacienda perdía.
Ignorantes de todo, los papás de aquel niño, no tenían ni sospecha de aquellos enredijos. Vieron salir a Alfonso con su pala y su pico, y no investigaron a ver adonde había ido. Se sentían muy contentos de que el pobre chiquillo, encontrara amiguitos para jugar seguido.
La cocinera en cambio, estaba preocupada, porque a ella el lechero le había comunicado, que algo raro pasaba muy cerca del establo. Las vacas con balidos y raros movimientos, parecían expresar algún presentimiento.
También el jardinero le había comentado, que el césped del potrero se estaba resecando, y muy cerca del río, pasando la cascada, el agua se sumía en la roca calcárea, sin volver a salir, por donde antes pasaba.
Todo esto está muy raro, comentaba la doña, con las otras empleadas, pero a los dos patrones, no les contaba nada.
Pasada una semana los ruidos terminaron, el hechicero brujo estaba muy cansado, igual que sus acólitos que no habían descansado, de noche ni de día, hasta haber terminado.
Alfonso retomó su pala y su sombrero, se metió por el hueco, teniendo mucho miedo, él había comenzado aquella situación, lo justo entonces era, demostrar su valor.
Al caer por el hueco sintió mucho calor, vapores pestilentes poblaban el entorno, luces incandescentes brillaban por doquier, y cadáveres mustios de hormigas gigantescas, estaban destrozadas en el camino aquel.
En los huecos dejados por seres nauseabundos, hay una masa informe de viscosa presencia, a lo largo del tubo de la boca del monte, se desliza despacio como una serpiente, sale a la superficie y se riega en el césped.
Pasadas las semanas la lluvia comenzó, y aquel lugar tan árido de nuevo floreció, pasada la emergencia Alfonso agradeció al hechicero mago que tan bien le sirvió, salvando así a la hacienda, y a toda la región.

FIN DE CAPÍTULO diez planas