domingo, 19 de febrero de 2012

COROLARIO DE LAS HISTÓRICAS OCURRENCIAS DE MI TÍA SOLEDAD

Han pasado ya muchísimos años desde que mis amores primeros se marcharon, primero fue mi esposo, que, inesperadamente y en plena juventud un día partió, sin previo aviso, sin excusa ni plan, una mañana triste lo tuve que llevar al camposanto, rodeada por mis numerosos hijos, sintiendo como nunca su orfandad y la mía propia.
Pocos años atrás, otra mañana inusitadamente bañada por el sol, fui a dejar a mi padre a aquella misma tumba, desolada, acompañada entonces por mi esposo y mamá, por los muchos amigos y parientes, sin olvidar la presencia valiosa del Doctor Calderón Guardia, su amigo desde siempre, y de don Otilio Ulate Blanco, un fiel amigo mío. Porque una piensa que cuando sufre, el día forzosamente debiera de ser lúgubre, no debería haber sol, ni flores bellas en el campo, ni luz en la campiña, ni música, ni cantos…
Pero eso no es así, es tan insignificante el dolor de la gente, es una repetida secuencia de tristeza acorde con el mundo, y la naturaleza, todo se va cambiando, todo se va perdiendo, y una se acostumbra a sufrir en silencio.
Después el desfile continuó, partió mamá, mis suegros, mis cuñados, mis amigas del alma, casi todos los novios, mis mejores amigos, mis profesores buenos, mis tíos, mis allegados, como a todo en la vida, yo me fui acostumbrando.
Hace algunas semanas escuchó una hija mía, un cuento algo macabro que relató una amiga, resulta que en mi casa, la bella, la perdida, la que me dio mi esposo, la que fuera vendida cuando él no estuvo más, existe ahora una tienda, de la señora misma que me comprara entonces la bella propiedad, y es ahora propietaria de toda la vecindad.
En época de fiestas, cuando llega diciembre, esa gente contrata a muchos dependientes, que para esa fecha deberán trabajar, y vienen muchachillos jovencitos del cole, que desean ganarse unos pesos de más.
Y contaba esa amiga que mi hija escuchó, que en ningún muchachillo se quiere colocar en ese local grande, porque si quedan solos, hay una viejecita que aparece barriendo, en bata y enojada les pega muchos sustos, y ellos ya no quieren quedarse por las noches cuidando la bodega, porque esa viejecita viene y los aporrea.
Entonces mi muchacha de pronto recordó, los cuentos de tía Sole y en su mente juntó las muchas experiencias de cuando estuvo viva, y no nos queda duda, la viejecita es ella.
Desesperada entonces llamé yo al Padre Juan, le conté del asunto y también pregunté, si debía celebrar una Misa rezada, por el alma de tía que de irse no acababa.
Y el padre filosófico así me contestó, déjala ya tranquila, será así lo mejor. Que ella arregle sus cuentas con el Dios Salvador.
El profesor de Yoga, que interrogué también, me aconsejó ir yo sola, después de obtener permiso de la dueña para llegar de noche, tratar de hablar con tía, hacerle mis reproches, decirle de esta forma¨:
¡Usted ya se murió! Ya no venga a esta casa que aquí no vivo yo.
¿Pero habré de ir yo sola? Le pregunté enseguida.
Yo no se lo aconsejo, hágase acompañar por algún hijo suyo o por alguno más.
¿Y quién querrá venir? A todos les da miedo, ¡Son todos tan pendejos en eso de los muertos!
Pues vaya con su yerno, que es señor tan formal, siendo un buen abogado la puede aconsejar.
Y Arturo mi yernaso pronto me zafó el lomo, No doña, usted perdone, para eso yo no voy, qué tal
si la viejita se viene atrás de mi, y se viene a esta casa para estar más feliz!
Mejor déjela quieta, paguemos una Misa, pero ir a visitarla, perdone pero: “¡Mírela!”
Copi

sábado, 18 de febrero de 2012

Ocurrencias de la tía Soledad

Fueron tres las hijas de mis abuelos maternos, y tres los varones, el menor de los cuales, Alfredito, falleció siendo niño. Las hembritas fueron La tía María del Rosario, que murió joven y soltera, mi tía Soledad, y Angelita, mi madre.
Varones: el Tío Rogelio y el Tío Mario, uno casado y el otro solterón.

Celosa hasta el extremo, la tía Sole decía que lo peor que podía sucederle a una niña, era ser “la hija del centro” porque mientras la mayor iba de la mano de la madre, y la menor era llevada en brazos, la del medio iría siempre arrastrada. También decía que, cuando, estando grave, sufría de una terrible calentura y se sentía morir, su peor pesadilla consistía en verse yendo, de bulto, hacia la escuela.

Aborreció el estudio y cualquier disciplina. Desde que entró a la escuela, fue vaguísima, solamente sabía leer “en la página cuatro del libro de mano Juan ”A pesar de poseer una excelente memoria, (lo que de mayor la hizo desempeñarse como una buena declamadora) en la escuela aprendía de memoria ciertas lecturas, ocultando así su incapacidad para leer nada más.

Al final consiguió la niñita Soledad, hacerse de una amiguita nueva. Una compañerita destacada y excelente alumna, que le ayudaría a estudiar y a hacer las tareas. Chiquilla linda, blanca y rubia con unas bellas trenzas gruesas que, terminadas en dos exagerados lazos de raso, enmarcaban su inocente carita de niña buena y aplicada.

Solita se constituyó en su sombra, y, gracias a la buena influencia, comenzó a mejorar sus notas, los padres estaban encantados.

De repente vino un examen, y la chica no había estudiado nada, pretendió copiar de su compañera, que, en esa oportunidad, por orden de la dirección, fue retirada del pupitre contiguo al de ella, y sentada en el pupitre situado directamente al frente suyo, lógicamente no consiguió copiarle.

Cuando, concluida la prueba, la amiguita se levantó del pupitre para entregar la hoja, mi tía aún no había escrito ni una línea. El asombro y la indignación de los reunidos, fue observar que la alumna aplicada, al levantarse dejó caer una de aquellas hermosas trenzas al suelo. Solita, presa de celos y envidia, se la había cortado con una tijera que trajo de la casa.

Cuando nació mamá, Solita sufrió diversas emociones, primero, la reacción natural de su carácter celoso, por otra parte le encantó la bebé, estuvo orgullosa de esa nueva adquisición de la familia.
Una mañana, le suplico a mi abuela: mamá no sea ingrata, déjeme llevar a Angelita a la escuela, y continuó: La maestra está loca por conocerla y ya me dio permiso.

¡No seas necia Soledad! Le respondía mi abuela, yo sé que a la escuela no se pueden llevar niños pequeños, la maestra estará ocupada!
No mamá, le digo que tengo permiso.

Fueron tales su necedad y su insistencia que la abuela cedió, y allá fue tía Sole con mamá alzada en brazos, a la escuela. He de indicar que la tía Sole era delgada y frágil, y mi mamá, gordita y mofletuda, además consentidísima, contaría entonces con apenas tres añitos.

La pobre de mi tía iba por la acera matándose con aquella pelota en brazos. Al pasar frente al Teatro Nacional, entró en pavor, todo lo dicho a su mamá había sido mentira, no tenía permiso y no se atrevió a consumar su deseo de mostrar a la maestra y a sus compañeras, a la hermanita nueva.
Sin meditarlo, subió a mamá al borde de cemento, y la dejó sentadita en la verja agarrada de los barrotes, le dijo: “ahorita vuelvo”, y se fue para la escuela, dejándola aterrorizada y dando gritos.
Dichosamente para entonces mi abuelo era administrador del teatro nacional, uno de los empleados observó la escena y lo alertó. Mi abuelito, furioso, comisionó a alguien para que regresara a la gritona, a casa con la madre.

Entre sus primas hermanas, Sole fue sumamente popular, y la inventora de las peores travesuras.
Cuando iban todas juntas a confesarse, los primeros jueves de mes, fabricaba una lista con sus pecados y la intercambiaba con alguna de las otras, para que fuese aquella quien confesara los pecados suyos. Para convencerlas, cerraba el trato, chantajeándolas con una melcocha, robada en la Pulpería de mi abuelo, o con un confite de igual procedencia.

Estando reunida la familia, de temporada, en Echeverría, la finca del abuelo, en Río Segundo de Alajuela, (Lo que es ahora la Cervecería Costa Rica) adonde todos los nietos iban con la abuela pasar las vacaciones de verano, los chicos se divertían nadando en la casi única piscina que por entonces existió en Costa Rica, pero la abuela ponía sus condiciones: “Entre Santa y Santo pared de calicanto” los nietos de un lado, y las niñas del otro.
Y después del almuerzo, por la tarde, estaban comisionados los chiquillos, para leer, en voz alta, capítulos de la vida da algún santo, mientras cada cual en su sitio, con la Tía Rosa en medio para evitar tumultos, hembritas y varones tejían, bordaban o hacían dechado (deshebrando los hijos de una tela).
Terminada la lectura se rezaba una decena del rosario, y hasta entonces había permiso de ir a la piscina.

Cuando, en el gran salón de la hacienda, los primos escuchaban “La Palabra”, mi tío Mario leyendo la vida de la Santa del día:” la Beata Imelda”, leyó a propósito: ¡La vida de la beata de mierda! Naturalmente todos los chiquillos estallaron en risa, y permanecieron castigados por ocho días sin poder ni acercarse a la piscina.

En horas tempranas de la mañana, o, pasado el rezo, sobre todo si estaban castigados, lo que sucedía con gran frecuencia, Soledad se escapaba a escondidas, con un chiquillo hijo del mandador, e iban juntos a bañarse en las pozas del río.

Alguna tarde, el asunto llegó a oídos de la abuela, y comisionados a la investigación (los primos mayores los pescaron bañándose desnudos ambos, saltando entre las rocas. El escándalo que se armó fue mayúsculo, la abuela y las tías decían aterrorizadas:
” Pero Soledad, ¿usted se da cuenta de lo grave de su horrible pecado?, ¿Y qué va a ser de su reputación cuando ese joven vaya a la ciudad, se la encuentre en la calle, y le cuente al mundo “Yo me bañé con esa niña, desnudos en el río”?

Ella contaba el cuento, atacada de risa, porque decía que aquella sentencia de su abuela había sido peor que la “Maldición de Tutancamen”. Con las vueltas de la vida, el chico se convirtió en conductor del tranvía, y dado que ella vivía en la Avenida Central, frente al swich del mismo, varias veces al día el muchacho pasaba y la saludaba muy sonriente.

Desesperada por la vagancia de su niña, mi abuelita la matriculó en clases de costura, para que al menos le ayudara en ciertos trabajos caseros, como adecuar la ropa dejada por mis tíos, para regalarla al sirviente, y aprendiera de paso algo de corte y confección.

Cuando al cabo de casi dos meses de clase, le llevó a la profesora una blusa casi terminada, ésta le indicó: Pero Soledad, eso está mal, ¡Usted pegó las mangas al revés! Y ella, imperturbable le respondió: ¡Así es como le gustan a mamá!

Aunque nunca cosió absolutamente nada, convenció a sus amistades y parientes de que era ella, y no mamá, quien cosía maravillas para satisfacer las exigencias de su enorme clientela.

Su conducta indomable y altanera, hizo que sus padres la trataran siempre con gran severidad, en el caso de la trenza cortada, la obligaron a entregar, a su compañerita, la muñeca de porcelana que su abuela había pedido a Au Bon Marché, en París, para navidad. A cambio recibió una muñeca de palo del mercado.

Por un espacio indeterminado de tiempo, le colocaron alrededor de la estrechísima cinturita desnuda, debajo de la ropa, un chicote amarrado a modo de silicio, “el cordón de San Francisco” se llamaba. La pelaron a rape después del incidente, y en casa los hermanos le llamaban por malos nombres, como “pelona de las ánimas”, en fin, que con buena voluntad y pensando en hacer lo mejor por “corregirla”, aquellos padres, con su forma errada e ignorante de actuar, deformaron para siempre su psiquis por lo que, a pesar de haber sido bellísima mujer, y haberse casado tres veces y haber hecho como ella decía “ de su capa un sayo”, jamás consiguió ser feliz, entonces no existían la sicología ni los siquiatras.

No tuvo hijos, cosa que la hacía sentir muy disminuida, porque amaba a los chiquitos, y por igual razón celaba mi cariño hacia mamá, ella querría haber sido mi madre, y en muchas formas me lo demostró siempre.

Como mamá estaba tan ocupada cosiendo, era mi tía quien me peinaba, me adornaba, me chineaba, yo era su muñeca, cuando de pequeña el cabello no me salía aún, ella cortaba colochos de mi primo hermano Rogelio, y los cosía a mi gorro para salir conmigo de paseo.
Una vez que estuve casada, aborreció “con odio jarocho” a mi marido, estaba celosa, peleaba con él a diario, y aquel santo se lo permitía sin protestar.
Pero adoró a mis hijos, especialmente a los varones (tendencia de algunas damas de la época) a ellos se dedicó en cuerpo y alma, llevándoles a los paseos del kínder y la escuela, comprándoles sus antojos, y, cuando yo salía con mi marido a pasear en noches de fin de semana, accedía de inmediato a permanecer con ellos en casa para cuidarlos, porque mamá no dejaba por nada su semanal juego de canast, su única entretención.

A pesar de sus defectos de formación, (de los que comprendo, no fue culpable en absoluto) de ser muy bella y atractiva, encantadora y chistosa, divertidísima como suelen serlo muchos de los miembros de la familia Echeverría Aguilar, y también los Castro Méndez, socarrones, tipo las “ISH”, sus primas hermanas, su compañía era generalmente por demás agradable. Su presencia era apreciada en todas las reuniones, su inventiva genial, sobre todo para burlarse de los demás, e incluso de ella misma. Cuando se hablaba de alguien bueno, ella decía: ¿“Mejor que yo? ¡Solo la virgen María!
Recuerdo la ocasión en que fui con ellas a una fiesta que se celebraba en la hacienda de recreo de don Carlos Luis Jiménez y Eloisita, había orquesta y todo el grupo gozaba mil. Tía Sole vistió una bata larga de encajes y gola, y se paseaba cantando lo más desafinado posible:
“Cuando en la playa, la hermosa Lola, su blanca cola luciendo va, los marineros se vuelven locos y hasta el grumete pierde el compás.”
Los señores de la orquesta ignoraban que ella desafinaba adrede, y decían compungidos: “¡Pobrecita la señora, todos se ríen de ella sin el menor disimulo!”

Yo era muy niña, me aburrí y me fui a andar en una bicicleta, que las hijas de casa tenían, pasee por Río Segundo largo rato. En aquellos ágapes la única niña asistente era yo, no había con quién dejarme en casa.

También tía Sole declamaba poesía con gran propiedad, y su actuación era genial, declamaba “La Casada Infiel”, y poesías en aquel tiempo eróticas y prohibidas, eso le encantaba, como le encantó, a pesar de su ignorancia inveterada, aparentar ser apasionada del sistema comunista, de los mariachis, las reuniones espiritistas, las amigas de “dudosa reputación”, las obras de teatro y la revolución. Una hippie que se adelantó a esa época por más de cien años.

Ya de vieja, viviendo ambas conmigo, una tarde a mamá la vino a buscar una amiga. Mi tía era celosa y en oportunidades se mostraba antisocial, la señora que buscaba a mamá no era muy amiga suya y lucía una leve protuberancia en la espalda, era algo agachadita, entonces tía Sole gritó desde la puerta: ¡Ángela, te buscan! a lo que mamá interrogó: ¿Quién es Solita? Yo no sé, creo que te busca Rigoletto.

Ya estando muy anciana todavía vivía conmigo, en mi casa, y gozábamos entonces de los servicios de la inigualable Betty Jiménez, empleada que me acompañó por más de quince años, me ayudó con mi esposo enfermo, con papá, con mamá y con mi tía, cuando Betty se marchó, mi deseo más ferviente habría sido marchar con ella, abandonando todo lo demás.

A mi tía, la encantadora y también divertida Betty la servía con enorme abnegación, porque la viejecita era un dolor. Como ya contaba con pocos dientes, y nada pude hacer en ese aspecto pues las encías estaban desaparecidas, a diario Betty debía prepararle un chayote u otra verdura suave en determinada forma, y la pobre mujer jamás acertaba, si el chayote estaba caliente, ella lo había pedido en ensalada, si era lo contrario, estaba duro, en fin que no había manera de complacerla, pero lo más importante, era que debía tenerle siempre una cerveza fría para tomar con el almuerzo.

La viejita era sumamente guaruza y el acopio de licores que mi marido mantenía en el mueble del bar, desaparecía en forma misteriosa y constante, aquel santo se hacía el disimulado y de nuevo completaba la cuota para que nadie lo notara.

Ella tomaba largos tragos, a pico de botella, cada vez que pasaba por allí sacudiendo o limpiando. Vivía como dicen “A media ceba”, y con la bata de entrecasa abierta, sosteniendo bajo los brazos los trapos de sacudir, bajaba la escalera llevando además la escoba y la palita, y en la bolsa de la bata iba acumulando los hilos y basuritas, recogidas de la alfombra de la escalera, en donde se agachaba, para recogerlas, a cada grada que lograba bajar. Muchas veces estuvo a punto de matarse, el doctor Alpizar me decía: ponele un canasto al pie de la escalera, para que podás recoger los huesos. Hablar con ella entonces, era como decía mamá, “hablar con la pared”.
La enfermedad de mamá avanzaba a pasos rápidos, y mis amigas y vecinas acudían casi a diario a hacerme compañía, prestarme sus servicios y su solidaridad tan necesaria para mí en aquel trance. Repito hasta el cansancio que mi capital ha sido siempre el cariño de los quienes me rodean, Dios siempre puso ángeles a mi alrededor.

Una de las vecinas le preguntó a Betty, al entrar a la casa: ¿Y cómo sigue doña Angelita? A lo que Betty respondió: Pobrecita, ella esta malísima, en cambio LA QUE PRECISA, está como una uva!

Mamá se agravó, su enfermedad avanzó demasiado y la noche en que agonizaba, la tía intentó secuestrarme dentro de su cuarto para que no la dejara sola, yendo con mamá. Me le zafé en cuanto pude, a ello me ayudó mi queridísimo José María, quien, dándose cuenta del asunto, me acompañó como un padre toda la noche.
A la mañana siguiente mamá había muerto. Destrozada y confundida fui a la Iglesia en el paroxismo del dolor, acompañada por mi amiga del alma, Rose Marie, quien me ayudó hasta a vestirme, yo no sabía adónde estaba parada. Mamá había sido siempre mi fortaleza.
Cuando regresamos del funeral, Betty, también triste pero sin poder evitar el reír, me contó que al llegar los paramédicos a retirar la cama de hospital y todos los otros insumos alquilados, tardaron horas en encontrar la tapa del oxígeno. No se lo podían llevar sin tapa.
Al fin Betty lo encontró en el jardín ¡Tía Sole había sembrado en ella un nuevo helecho!
Nunca volvió a mencionar el nombre de mamá, estaba resentida de que se hubiera muerto, no se lo perdonó jamás. Y a mí me hizo la vida de cuadritos, yo asistía a Misa todas las mañanas a la capilla del Cala, cuando regresaba las empleadas me contaban que había pasado por mi cuarto, y al ver mi cama ya tendida, decía: Esta muchacha está perdida, ¡Otra noche que no duerme en la casa!
Adrede se iba para el patio de tender y rastrillaba los brazos en las latas de blanquear ropa, e iba a casa de mi consuegra que era nuestra vecina, a contarle que yo le había pegado. Por eso estaba sangrando. El doctor Carlos Luis Alpizar, su excelente médico de cabecera, cada vez que yo la llevaba a consulta, exclamaba: ¡No puedo ser tan salado! ¿Todavía estas viva? Ella lo adoraba y gozaba mucho con él, y con sus bromas, se entendían de lo mejor. Él me aconsejó que por nada del mundo la trasladara de cuarto, que a los viejitos no había que cambiarles nada, sin embargo, temerosa de que se cayera, le cedí mi dormitorio de viuda y me trasladé al suyo, en el segundo piso, al apartamento que había construido mi marido para ella, cuando por tercera vez enviudó en California.
Un día la tía llamó a Betty desde el baño, se había colocado una faja calzón apretadísima, por lo que salían protuberancias a ambos lados, sobre las piernas, entonces le dijo: Betty, revisame, yo creo que me están saliendo güevos!

Cuando se casó mi hija de en medio, estando yo ya viuda, y muerta mi mamá, logré ofrecer una modesta fiesta en el Salón Señorial, de doña Margarita Jiménez, y allá fue mi viejita arregladísima a desfilar como madrina. La tía guardó lo que yo había sacado para ella, y se puso otra vez la faja apretadísima, que según ella la hacía lucir esbelta, un traje largo rajado en la falda, y todas las joyas que encontró. Asistió al festejo y a la ceremonia.
Yo le había solicitado a Betty que, cuando ella estuviese cansada, se la trajera a casa y la acostara, para permanecer tranquila en la fiesta hasta que los invitados se despidieran.
Al rato se acercó doña Margarita a mi mesa, diciéndome asustada: Copi, te llaman de la casa, Sole se cayó y dice la muchacha que está dando de gritos.
Gracias doña Margarita, dije, dejé a mi hijo mayor encargado de despedir a los asistentes y me marché a casa con Nando, por mucho tiempo mi ángel guardián.

Rápidamente nos dirigimos hacia allá, Encontramos a tía Sole en el piso y a Betty atacada, la tía fue al baño, Betty la dejó sola pensando que no había peligro, la viejecita se bajó la faja calzón, trató de dar un paso y desde luego se cayó, se había quebrado la cadera. Mi pobre amigo la levantó del piso y salió matándose, (él era otro anciano) con ella alzada en vilo, un peso muerto, hasta el carro, en donde la metió haciendo un enorme esfuerzo, y corrimos hasta el Calderón Guardia a Emergencias. Yo no podía llevarla a una Clínica Privada después de afrontar los gastos del matrimonio aquel, y del matrimonio de mi hijo menor celebrado días antes.
Me vi obligada por las circunstancias, a vender la hermosísima residencia que mi marido me regaló, no tuve otra alternativa, en ese momento la tía debió de ser operada de la cadera y cayó grave con pulmonía, y el médico la dejó interna por más tiempo del pensado. Como ella adoraba mi casa grande y yo no deseaba hacerla sufrir, le oculté lo de la venta y esperé.
Cuando salió la interné en un sanatorio, el que, aunque sumamente oneroso, se podía pagar con la pensión que ella recibía de los Estados Unidos, dejada por su marido, mientras su situación física mejoraba y ella se reponía.
Esperé que mejorara para hacerla venir a la casita sencilla pero nueva, que compré con el saldo de la venta de la otra, no deseaba dejar a mis hijos sin techo, mis exquisitas amigas habían cubierto ya la suma adeudada por la hipoteca que pesaba sobre la antigua propiedad. Hasta en eso Dios estuvo conmigo, y días antes de traerla a la casa nueva, que a propósito arreglé minuciosamente para recibirla, falleció en el hospital de un infarto cardiaco.
Eso sí, fiel a su estilo, escogió fallecer el 24 de diciembre a las diez de la noche, cuando nuestra cena de navidad familiar apenas comenzaba. Sin permitir que los niños abrieran sus regalos, sin comer, y desesperados, acudimos todos juntos a pasar la larga noche, temblando de frío, (y yo de soledad) reunidos a su alrededor, en la aterradora Funeraria Polini de aquel tiempo.
Todo en ella debía de ser especial, el 25 de diciembre la Iglesia no recibe difuntos. Debimos velarla en la misma Capilla de la Funeraria y a la mañana siguiente, fui con mis hijos a depositar sus restos en la bóveda familiar. Mi querido e inolvidable Padre Llombart del Calasanz, celebró allí mismo el rito fúnebre, y ella tuvo la suerte inusitada, de que le tocara ocupar el mismo nicho que, muchos años antes, ocupara su idolatrada madre, a quien siempre celó y extrañó demasiado.
Con el bolsito de los amados restos a sus pies, al fin descansó en paz mi tía Soledad.

Las Cosas de mi tía

Veníamos de regreso del puerto, en uno de los frecuentes viajes a esa Perla del Pacífico tan cara a mis recuerdos. Doradas por el sol, llenas de vida con ese calorcito de la costa entre cuero y carne, como decían entonces, mamá, mi tía y yo, habíamos pasado una semana regocijándonos al compás de las olas, donde ellas dos jugaban conmigo, mostrándome cómo había sido su manera de aprovechar el mar, en su lejana infancia.
Acostadas de frente, mientras flotaban al compás de la marea, ellas formaban una balsa con sus cuerpos, una frente a la otra y yo subida encima de las dos, navegaba hasta que otra ola mayor nos destrozara aquella embarcación humana, y yo saliera despedida y feliz nadando hacia la playa.
Otras veces jugábamos al Sapi-tun-tún brincando cada ola, nos sumergíamos para bucear un rato con las manos unidas, y algunas veces recogimos del fondo un rosa caracol o alguna concha.
Con su natural vanidad de mujer bella, mamá me mostró cómo, uniendo ambas manos como una sola, y subiendo y bajando la misma, dentro del agua y frente al estómago, evitaría para siempre que se me hiciera panza, era un magnífico ejercicio para evitar tal tragedia.
Comíamos ceviche de mariscos y chuchecas, tomábamos Churchill hasta reventar, paseábamos por el muelle de principio a fin, escuchábamos la música caliente que desde el balneario de Los Baños endulzaba las noches, yo estaba muy pequeña y todavía no iba a bailar, pero la compañía de aquellas dos mujeres tan alegres y amadas, me hacía vivir feliz.
Doradas y felices llegamos a la estación, el tren detenido nos esperaba. Subimos las maletas que habíamos cargado juntas desde el Hotel Los Baños, y nos sentamos a esperar. Alrededor nuestro un mundo de chiquillos ofrecía caimitos, marañones, zapotes, y cajetas. La Tía compró un zapote con lo que restaba de su escasa mesada, como era de esperar veníamos sin un cinco, en la seguridad que, al arribar a San José, papá esperaría en la estación, y no tendríamos la necesidad de gastar en nada.
El tren tardaba un poco en arrancar, por la ventanilla en que me arrecostaba, vi pasar a otros viajeros, madres cuidando de sus niños, vendedores, y limosneros pobres que extendían su huesuda mano para pedir limosna a los presentes.
Cuando la mano fría y sucia, negra de tierra, de un limosnero anciano y descalzo pasó rosándome la cara, me retraje temblando hasta el fondo del asiento, y mi tía, sentada junto a mí, le preguntó sonriente: ¿Qué se le ofrece buen hombre? El viejo la miró con torva y lúgubre mirada, le pareció una burla la pregunta, y contestó ¿Y usté qué cree doñita? Mi tía entonces tomó la zapayola, que ya desnuda de la pulpa permanecía en su mano, y dándosela al hombre le dijo, ¡No tengo ni un centavo, pero tome, para que pueda remendar las medias!
Aquel viejo, echando chispas de furor, dio media vuelta y se perdió entre la concurrencia.

martes, 14 de febrero de 2012

NAVIDAD DE 2012

Otra vez navidad, todos los años esta fecha bendita viene a mover las fibras más profundas del ser, renacen como lirios los antiguos recuerdos de niñez; también está en la mente la dulce adolescencia, los tímidos destellos que abrieron mis pupilas a aquel primer amor. Continuados desvelos y esfuerzos prolongados de los padres tan buenos, sentires tan queridos e importantes, el afecto sincero de viejos compañeros, los amigos de siempre, el cultivo incesante de tiernos sentimientos, tesoro inagotable de recuerdos, que permanecen firmes al través de una vida.
Navidad… Cambiaron mucho el mundo y la forma vida, pero a pesar de eso, en esta fecha recobramos un poco de lo que creímos ya perdido, volvemos a ser niños, a esperar, a confiar…
A pesar de la obtusa importación de poses que llegaron del norte, la ridícula pretensión de “navidades blancas”, dentro de nuestro clima tropical, amenizadas por el intruso “Santa”, que ya ni nombre tiene, persiste en el recuerdo aquella Santa Navidad de niño Dios pobrísimo en humilde pesebre, con su padre y su madre junto a Él, recibiendo el cálido vaho de la mula y el buey, en un lecho pajizo, rodeado de ángeles celestiales y pastores terrenos, un coro celestial haciendo fondo dentro de los potreros a las afueras de Jerusalén. La novena del niño que recé con mi madre, año tras año, siempre… continúo rezándola después de ochenta años…
Un niño Dios pequeño que nace diariamente en los campos desiertos y en los hogares pobres de nuestra nación, que no tiene cobijas, que no tiene juguetes, pero tiene un futuro que a él pertenece, y quizá en algún tiempo, traiga la salvación.
Otra vez navidad, corren las gentes en procura de bienes y de obsequios que piensan regalar, empresarios reunidos con la Prensa se aprestan a premiar a miserables que carecen de pan. Se procuran juguetes a los niños muy pobres, y para los ancianos, se recogen los óbolos que da la sociedad.
Detrás de los telones de esta presentación, hay enfermos y ancianos que están en abandono, y son muy maltratados porque son un estorbo, también hay muchos niños que no fueron deseados, que no tienen comida y están desamparados, el mundo siempre es mundo y el hombre es destructor, y a menudo se olvidan las leyes del amor.
Otra vez navidad… Pasaron tantos años, y el mismo sentimiento me viene a refrescar, recordando los frutos que pude degustar, en el amor inmenso de aquellos padres buenos, los tíos, los abuelos, los amigos que faltan y que no volverán, esos seres hermosos que la vida prestó, para crecer con ellos, disfrutar su calor, y verlos partir luego, envueltos en los rayos más prístinos del sol.
Otra vez navidad, las caracolas cantan un homenaje de hosanna a su Creador.
Los árboles del bosque esconden en sus ramas los trinos de las aves que esperan al Señor, las flores se estremecen, las nubes se dispersan el firmamento entero se viste de rosado, porque ha nacido un niño, el que nos ha salvado, un Niño Dios bendito, felizmente esperado.
¡Otra vez navidad! hoy hace frío, está cayendo un cierzo, las garúas del Niño,
refrescan el ambiente, bañando los arriates a lo largo del trillo, y yo estoy recordando aquellas navidades, cuando fui la chiquilla, esperando regalos, cuando era adolescente abriéndome a la vida, joven y enamorada, fabricando un futuro, luego esposa y mamá, rodeada de chiquillos, que ya se hicieron grandes y tuvieron sus hijos, ahora soy una anciana feliz de estar con ellos, viviendo con mis hijos, jugando con mis nietos, y pensando en mi esposo que me ha estado esperando desde hace tanto tiempo.
Pero no se dé cierto si esta será tal vez, la última navidad que pasaré sin él…

lunes, 13 de febrero de 2012

LA VELA

Aquella noche húmeda y fría, de repente, y sin previo aviso, nos encontramos reunidos, temblorosos y asustados, en una sórdida capilla funeraria. La escena quedó gravada en mi mente, como el aviso de “PELIGRO, NO SE ACERQUE”, que a menudo escriben en un rótulo cerca de precipicios y volcanes. Aquella fue mi primera vela.
Había muerto la tía Paca, la viejecita hermana de mi suegro, escogiendo, para partir, un pésimo momento. Aquella noche debió ser alegre para las dos parejas de recién casados que, con enorme ilusión, habíamos hecho reservaciones para ir al baile de Año Nuevo al Club Unión, a celebrar con los amigos. Sería la primera oportunidad para enseñarle al mundo a nuestros flamantes esposos, y nuestras condiciones de guapas y jóvenes señoras, ya sin chaperón, escotadas y hermosas.
Estábamos mi cuñada y yo, preparándonos para el gran evento, en el Salón de Belleza de moda en aquel tiempo, en la segunda planta de la Tienda La Gloria. Ambas nos engalanábamos emocionadas, nos hicieron la manicure, nos peinaron, y creo que, aunque en aquel tiempo no se usaba todavía, hasta nos maquilló un especialista. Habíamos gastado en ello una fortuna-
Dichosamente no existían teléfonos celulares en aquella época prehistórica, de manera que, al menos, pudimos disfrutar a plenitud nuestro arreglo. Pero al llegar a casa, la fatal noticia nos esperaba. Mi suegra, con voz trémula, se encargó de informarme del terrible suceso, y yo, mirando con tristeza mi nuevo traje largo que colgaba de la puerta, las zapatillas plateadas, el bolso, y un aderezo de perlas primoroso que dejé listos desde la mañana, junto al smoking de mi esposo, me senté desolada en la cama, mientras le aseguraba por teléfono a la señora, que ahoritita llegaríamos a acompañarles.
Sometida y resignada ante la inexorable realidad, procedí a lavarme la cara, deshacer el peinado demasiado abombado que me habían hecho, y, con los ojos llorosos me dispuse a tomarme un té y partir para la funeraria. Mi marido llegó apresurado de la oficina, y al verme tan afligida me dijo: “Gracias amor, no imaginaba que quisieras tanto a la tía Paca”(Los varones no suelen ser muy asertivos).
Salimos para allá, recogiendo de paso a mi cuñada y su marido, ambos traumados por la peregrina dirección que había tomado la proyectada celebración del Año Nuevo, planeada por los cuatro, con tanta ilusión y anticipación.
Al llegar al lugar, el salón estaba en la penumbra, al centro el catafalco iluminado por cuatro velas encendidas, dos coronas de camelias, con un perfume asqueroso a muerto que, unido al aroma a parafina de las velas, nos puso de pésimo talante, y una fila de sillas frente al improvisado altar adonde la tía descansaba al fin. Sentados alrededor del catafalco las tres hijas de la finada, y al frente dos nietas, y dos yernos, algunos primos, mis suegros, unos cuatro vecinos y nosotros.
Mi suegro se levantó y nos abrazó, emocionado, cosa inusual en el excelente señor no muy propenso a demostraciones. También lo hicieron las hijas, deshechas en llanto, hipando unas deshilvanadas palabras de dolor, sorbiendo mocos, y sosteniendo en las manos un pañuelito blanco empapado. Pretendimos iniciar una conversación adecuada al momento, cosa dificilísima, no había tema apropiado para alargarlo lo suficiente, mientras transcurrían las casi nueve horas, sentados en una silla tiesa, en un sitio incómodo, mal alumbrado, sin aire puro para respirar y sin nada que hacer. Mi suegra aventuró un comienzo de rosario, que todos contestamos con desgano, pero eso duró un máximo de veinte minutos, con todo y letanías. Después la conversación fue languideciendo y todos comenzaron a cabecear. Las hijas de la occisa hipeaban frecuentemente tratando de apagar los ronquidos inoportunos que resonaban como truenos en la noche, algunas estuvieron a punto de descalabrarse cayendo de la silla. Al fin, prudentemente y tratando de no ser vistos, salimos los cuatro a la puerta del establecimiento, a tomar aire y despabilarnos un poco. A mi cuñado se le ocurrió aventurar un infortunado chiste diciendo: “Parece que las almas están de fiesta con la llegada de la tía”, reímos con miedo. Al frente de la Funeraria, en las paredes blancas del hospital de la Cruz Roja, se reflejaban las ramas de los pocos arbolitos de la jardinera, que semejaron esqueletos danzantes en la noche oscurísima, mientras en los bajantes del caño, subían llamas azuladas del suelo frío, acompasadas por el sonido fúnebre de las gotas al caer. Adrede los dos varones comenzaron a relatar cuentos de horror, recordando las manos hinchadas, la lengua fuera y el gorgoteo de sangre del ahorcado, y otros horribles detalles de las películas de horror. Se nos salía el corazón por la boca, entre el cansancio, el desengaño sufrido y la imaginación, las dos jóvenes damas estábamos enfermas de miedo. Al fin el reloj dio las seis campanadas, había salido el sol, ya nos podíamos retirar para ir a casa a bañarnos y regresar a la Iglesia para el entierro. Con cara de muertos los cuatro recién casados nos arrastramos desde la Capilla de las Ánimas hasta el cementerio Metropolitano, acompañando a la tía Paca a su última morada. Mi suegro, agradecidísimo, me dio un apretón de manos, un remedo de abrazo y me dijo” gracias niña”, la máxima expresión de cariño que recibí de él en todos esos años. Copi

LA VACACIÓN

Aprovechando los pocos días que faltan para que finalicen las vacaciones escolares, decidí aceptar la invitación que hijo me hiciera, para ir a visitar su condominio en Conchal, Guanacaste, un sitio realmente excepcional, de belleza y confort.
Estuve dudando sobre la conveniencia de hacer el viaje, la invitación era para únicamente cuatro días, pensándolo mejor, decidimos mi hija Irene y yo, aprovechar la ocasión, y el domingo en horas de la mañana, iniciamos el paseo. Íbamos Irene, con sus dos muchachitas: Gloriana, una gloriosa jovencita alta y hermosa, de dieciocho años, y Mónica, la alegre quinceañera, llegando en esos días de su crucero de los quince años. Marcia de once, bella hijita mayor de mi cumiche, y Noelia, de once también, sobrinita política de Irene y sobre todo, mejor amiga de Marcia.
Las niñas se mostraban alegrísimas preparándose para el paseo, sus cantarinas voces se elevaban como las de las avecillas del verano, resonaban en todos los rincones. La mañana era hermosa y en casa todo era algarabía.
Yayita, dijo Marcia, ya alisté mi mochila ¿Querés verla por si olvidé alguna cosa? Ya voy amor, estoy muy ocupada empacando las viandas, ¿Guardaste tu pijama, pantuflas, ropa interior, sandalias y los trajes de baño? Si Yayita, también los shorts, camisetas, la cámara y el ipod. No te olvides de llevar al menos un pantalón largo, los tenis, un abrigo para el regreso, por si hace frío, y visera o sombrero para el sol, yo me encargo del bloqueador, el repelente, y lo del baño-
En la ciudad habíamos sido víctimas de una ola fría que nos llegó del norte. Ahora en la playa podríamos recuperarnos, en ese calorcito delicioso de la costa.
Al fin salimos, la camioneta rebozando, repleta de paquetes, con las cajas de viandas y refrescos, y sobre ellas el caleidoscopio de paquetes y bolsas coloridas, la patineta de Mónica, el snorkel los anteojos, los libros míos y el infaltable botiquín, “Por si las moscas” que mi experiencia de abuela sabía indispensable en esas excursiones.
Tomamos la carretera nueva, avanzamos rápidamente, de repente, como un fantasma amargando nuestra dicha se presentó: “La inevitable presa”, larguísima fila de vehículos detenidos, de la no alcanzábamos a mirar el comienzo, para variar, la carretera estaba “Cerrada por Reparaciones”.
Mi hija tomó el celular, llamó a su esposo, él nos aconsejó devolvernos hasta cierto punto y reiniciar el viaje, ahora por la carretera vieja. Animosas reanudamos la marcha.
¡Mami, ponete el radio! Del asiento de atrás llegó la orden. ¡Ah no mami, que estación más pola! esa no, mejor conecte el Ipod. Está bien mi hijita ya lo conecto. Déjenos esa pieza de Chaquira!, y la madre responde: primero vamos a escuchar la de Rossana, que a tu abuela le gusta.
El panorama por demás placentero, ¡Nada más bello que el campo en Costa Rica! un despliegue encantador de tonos verdes, el vergel de la sierra y la montaña, el celeste brutal del cielo limpio, los árboles floridos estallando en campánulas: rojas, amarillas, blancas y azules en las incomparables jacarandas. El césped verde azul de los sembrados, la corola amarilla del árbol de muñeco, y. ya llegando a Guanacaste, el inmenso portal de los potreros, con árboles abiertos cual paraguas, amparando sus ramas al ganado en reposo, garzas blancas de pie sobre los lomos, calma y calor de sol ¡Hermoso cuadro!
Ya avistamos el mar ¡La maravilla! La obra más impactante del Creador! Ese enorme caudal de agua dormida al pie de la montaña, que besando la playa teje encajes, cuyo murmullo proporciona calma. Azul profundo con vestigios verdes, su corola de plumas estallando sobre una población de caracolas, de peces, de medusas y gusanos. No son los tesoros de galeotes los que animan al buzo a investigar, es el caleidoscopio colorido de la vida que brota desde el mar. La humanidad comenzó allí, en la profundidad, el mar es, para mí Alfa y Omega, su poder da temor, es insondable, y escrita en él, está la historia de la tierra.
Arribamos al fin, fueron seis horas de un trayecto agradable y bullicioso. Conchal está esperando por nosotros, y nosotros por ese paraíso de albas playas y mar azul turquesa, sus aguas transparentes, quietas como un espejo.
Las hurracas celestes con su penacho gris, pían en el balcón, están curiosas.
Yo me retiro a ver, desde esa altura, cómo el astro dorado se está hundiendo entre el azul fulgor del horizonte, dejando pinceladas de rojizos, dorados y otros bronce, se comienza a pintar ya de morado, cae la noche.
En las sombras conversan los cocuyos, todo está en calma, y descansando en mis viejos recuerdos, se repliega mi alma.

SEGUNDO DÍA
Amaneció en la costa, es impactante la luminosidad de la mañana, en su cuarto parlotean las chiquillas, todas están despiertas y esperando, desde luego usan ya, sus respectivos trajes de baño La mucama llegó, nos sirvió un desayuno delicioso y trajo los diarios de hoy.
Terminando de comer, preparamos una canasta con refrescos, bocadillos, etc. Para ir a recorrer las playas del entorno. Los ticos tenemos alma de nómada cuando viajamos a la playa, sin importar lo bueno que sea el hospedaje, si está cerca del mar, al costarricense le gusta ir a investigar, recorrer las diferentes ensenadas, golfos, isletas y bahías que quedan cerca. Espíritu de aventura que surge solamente en estos casos.
Tomamos rumbo a playas del Coco, fuimos a descubrir el romántico paraje de la Bahía de los Piratas, pasamos por el populoso Tamarindo, y de regreso nos detuvimos en Flamingo, con sus bellos repartos, edificios y torres estilo mediterráneo, en donde larguísimas cortinas blancas brotan libres desde los balcones. Las niñas no estaban contentas, quisieron regresarse a Conchal.
Nos molesta la arena, está caliente, además hay que sentarnos en el suelo, es muy sucio, hay muchas ramas, en algunos casos, o muchas piedras, en otros, hace mucho calor, y mucho sol, en Conchal estaríamos cerca de la piscina, descansando en chaislonge y tomando cocteles, o comiendo ceviche con aguacate y mango, y yo abría podido ir al Gimnasio un rato, agregó Glory
Y yo darme un masaje reductor, para entrar luego a la piscina hirviendo y a la helada, se siente delicioso! Dijo Irene. Y yo también, respondí resignada, podría estar tirada leyendo mi novela que fue a lo que vine, entonces junten todo y lleven los motetes para el carro, vamos andando.
Pero en eso un grito atronador nos llegó de la espuma. Marcia se había parado en la colita de una manta raya, algo a lo que siempre temió, desde que una amiguita le contó que a ella le había sucedido.
La chiquita aterrada lloraba como loca, desde luego la previsora abuela no llevó el botiquín a ese paseo, pegamos gritos buscando algún auxilio, se acercó un pescador, era un chiquillo zaparrastroso y sucio, que nos dijo: Lo que ella necesita es que alguien le orine encima de ese pie, yo lo hago por un rojo. De otra forma tienen que ir a un hospital y que la sajen, duele mucho y se puede infeccionar.
Resignada saqué la billetera, mientras Marcia gritaba: Yaya, ¡yo no me dejo! prefiero este dolor a esa gran cochinada de que ese güila me orine.
¡No seas necia! le dije, ahora dejá de respirar, cerrá muy bien los ojos.
Y le dije al muchacho, ¡Dale ahora!
El chico se acercó. Sin pena alguna sacó su aparatillo y la orinó. Después se fue campante, silbando por la playa, con el rojo bien apretado entre su puño sucio, y una sonrisa pícara en la cara. Copi nos prepara un desayuno fresco y delicioso, las mayores terminamos de prepararnos, bajamos al garaje para tomar la camioneta, y acercarnos al lindo club de playa.
Llegando recogemos sendas toallas, el muchacho nos lleva las sillas de extensión, las que va a colocar sobre la playa, viene el mesero a ofrecernos algo, y, al fin, tendidas y dispuestas, estamos frente al delicioso mar de aguas tranquilas, las niñas correteando, tengo que hacer un esfuerzo poderoso, por separar al mar de mis pupilas, y acostarme a leer, agradecida.

DE CAPULLO PRIMAVERAL, A ROSA DE OTOÑO

Cuento por copi

PRIMER CAPÍTULO

LAS CHIQUILLAS DEL TÉ

Éramos más cuando comenzamos a reunirnos, allá por los cincuenta y pico. Terminados los años de colegio, salíamos graduadas de bachilleres en ciencias y letras, casi todas contando diecisiete años de edad, nos sentíamos dueñas del mundo, mujeres experimentadas y adultas, pero en realidad éramos todavía unas mocosas, como se dijo entonces.
Una minoría, ingresó a la Universidad a tratar de sacar una carrera, otras, de recursos menores, o padres más conservadores, decidieron matricularse en una Escuela de Comercio, aprender mecanografía, taquigrafía, redacción, y, en algunos casos, estenotipia, que apenas comenzaba.
En muchos casos, la necesidad de entrar a trabajar para ayudar en casa, era importante.
Hubo compañeras, que, enfrentando a sus padres, optaron por la enfermería, ser enfermera en aquella época no fue muy bien visto, tuvieron que luchar con la oposición de la familia para conseguirlo.
Otras decidieron aplicar en carreras novedosas de Servicio Social y Ciencias Económicas, algunas optaron por estudiar Filosofía Y Letras, y las que tenían aptitudes para ello, se dedicaron a las Artes Plásticas. Hubo dos que estudiaron medicina, y otras dos estudiaron dentistería, de Licenciada en Farmacia salió otra.
Las compañeras que se retiraron del colegio con antelación a las demás, por diferentes causas, se graduaron en el exterior, cursaron su Finishing School o College, aprendieron Ingles, y continuaron siendo parte de nuestro grupo, aquella fue una separación provisional.
Solo una optó por tomar los hábitos de religiosa, siguiendo la ruta que le marcó su hermana, después de muchos años dedicada a ayudar a la población más necesitada de un vecino país en guerra, su congregación lo quiso impedir, prohibiéndole continuar con su ministerio, entonces se salió del convento, viajó a Paris, se hizo pintora, vino y nos brindó una exposición muy buena, después nos enteramos de su decisión de entrar a la Universidad a estudiar medicina, hace muy poco tiempo logró graduarse con honores, contando con ochenta años bien vividos.
La gran mayoría de nosotras permaneció en casa, dedicada a aprender oficios exclusivamente femeninos como coser, cocinar, bordar, tejer, pintar, y administrar un hogar, preparándose para ser buena esposa y madre. Los “adornos” en la formación de una dama, en aquel tiempo, tenían importancia: saber tocar un instrumento, declamar, cantar, conocer idiomas, decorar una mesa, arreglar un florero, atender invitados, eran detalles que harían resaltar, ante las suegras sobre todo.
Pasados los primeros meses de liberación, comenzaron las invitaciones para asistir a tés de despedida de soltera, organizados por parientes y amigas. Aquellos tés inolvidables de confidencia e ilusión, en donde compartimos nuestros planes, proyectos, deseos y temores.
Las que desde entonces integramos el grupo más cercano y unido, decidimos continuar reuniéndonos quincenalmente, para vernos y conversar. Esa estrecha y maravillosa relación, duró más de sesenta años, y dio los mejores frutos de solidaridad y apoyo mutuo. Hoy todas peinamos canas, y contamos al menos con ochenta abriles, en la época cuando comenzamos a reunirnos nos apodaron “Flores de primavera”, las sobrevivientes somos ahora “Rosas del Otoño”.
Después del retiro de algunas de las “socias” iniciales, motivado por diversas circunstancias, quedamos once compañeras, que, juntas recorrimos los trances y vericuetos de una vida larga y fructífera en muchos sentidos, y en el mejor de los casos, compartiendo penas y alegrías, ilusiones y desencantos, triunfos y fracasos, siempre unidas como una sola persona, apoyándonos y queriéndonos.
En aquel San José de los años cincuenta, fuimos graciosas y bellas jovencitas comenzando a vivir, durante una época forzosamente complicada por los avatares de la situación: la guerra mundial, la revolución local, el cambio en las costumbres, y la difícil situación económica. Durante el proceso de nuestro crecimiento, la tónica había sido, en nuestro mundo, la de la madre consagrada al hogar, al marido y a los hijos. Casi ninguna mujer casada trabajaba fuera de casa. Muy pronto incluso para las mujeres de nuestra generación, la situación cambió, y hubo algunas que, por vocación o por necesidad, fueron a engrosar las filas de trabajadores, anteriormente formadas exclusivamente por varones.
A nuestros mayores, escandalizados, el cambio les pareció peligrosísimo, para ellos la base de la sociedad era la familia, y su epicentro la madre. La tradición por largos siglos había sido de un varón, cabeza de familia, que trabajara para mantener su hogar, y una mujer responsable pero dependiente, que quedara en casa, a cargo de los hijos, eso era lo moral, lo aconsejable y lo correcto.
EL TE
Hoy es miércoles, día del té de las amigas. Desde muy temprano las muchachas se hablaron por teléfono para decidir la hora y la forma de organizarse para no llegar tarde. En un apartamento rentado, al centro de la ciudad, vive Antonieta, anfitriona en esta oportunidad.
Vestidas a la moda, con minifalda y blusa, tacones altísimos y medias de nylon, los cabellos brillantes todavía en melena, peinadas de salón, uñas pintadas, maquilladas, perfumadas y dispuestas, sentadas en la sala, ya las primeras en llegar esperan y conversan encantadas, todavía faltan algunas.
De la calle sube el bullicio de pitoretas y frenazos, esta es una arteria concurrida y hay mucho tráfico. Se escuchan frenazos y chillidos, hay sonido de pasos y carreras, el barullo es enorme.
La sala en su totalidad, y el ventanal, lucen iluminados por el reflejo del espléndido sol, que pinta el edificio de colores pastel, reflejando los celajes del atardecer en los limpios cristales.
Las cortinas, impulsadas por el viento veraniego, rozan las brillantes cabelleras de las jóvenes sentadas junto a ellas.
¿Bueno, y qué cuentan? Interroga Violeta mientras toma asiento, cruzando sus bien torneadas piernas al tiempo que enciende un cigarrillo. Fumar está de moda, da una apariencia sexi a las damitas jóvenes.
Violeta es una mujer morena y guapa, inteligente e ingeniosa, que a todas hace reír con su sentido del humor y su deseo de estudiar teatro y literatura, a los que es aficionada. Naturalmente eso tendrá que esperar, será tal vez su realidad dentro de unos años, de momento está en la labor de criar a su familia que crece a ojos vista, igual que les sucede a casi todas las demás. Ella sufrió el dolor de perder a su primer bebé, pero, dichosamente, ya viene otro angelito de camino, y se ve hermosa.” Todas adoraremos a Milagro”.
La conversación versa sobre temas de interés común, y alguno que otro chisme.
Me contaron que se casa Rita Ruiz, la compañera que tuvimos en primer año, dice Carmen, que acaba de llegar. Entrando apenas, lanza la noticia y todas se disponen a opinar ¡Qué bueno! Responden a coro, Rita es magnífica mujer, muy tímida y dulce, me alegro por ella.
¿Quién es el novio? Pregunta Flor. Y Carmen le responde: Es un señor mayor, muy respetado, de apellido Fonseca, abogado, viudo con dos hijos pequeño, para más detalles.
Son tal para cual, porque ella es seria y formal. Yo me alegro, ojalá sean felices, sin embargo me preocupa la diferencia de edades, que algunas veces representa un obstáculo para la relación de pareja. Pues sí, pero de todas formas el matrimonio es una lotería ¡No hay reglas para ser feliz!, dice Eunice, cuñada de la anfitriona, en ese momento ocupada preparando el coctel, y comenzando a servirlo en copas altas que coloca en una charola de plata, Violeta la ayuda a repartir.
Desde el comedor Antonieta, levantando la voz para ser escuchada en la distancia, cuenta la novedad: ¿Supieron? ¡A Clemencia se le fue la cocinera! Está a punto de volverse loca, con marido y dos niñitos tan pequeños la cosa no es jugando, la empleada era excelente, se le enfermo la mamá y no hubo cómo convencerla de quedarse. Está buscando ayuda desesperadamente. ¡Pobre! Exclaman las demás, y Antonieta agrega: Si alguna sabe de alguien bueno y recomendado me avisan.
Bueno queridas, ya pueden pasar, “la mesa está servida”, todas se levantan y se encaminan hacia el comedor. La mesa está lindamente puesta, al centro luce un arreglo de flores colorido y alegre, en el extremo los platones con bocadillos, y al lado las tazas y platos de servicio. Eunice, ayudando a su cuñada, sirve en platos el delicioso pastel de palmito, con un bollito al lado. De último sirve el postre, un pastel de limón, todas comen las viandas con sumo placer, y satisfechas se retiran, dirigiéndose otra vez al salón, felicitan a la anfitriona, todo estuvo delicioso.
Dynorah está muy callada. Como casi siempre, no ha participado de la conversación, se hizo un puñito sentada en el suelo y recostada a la pared, se ha quedado dormida, o finge estarlo.
Esta bella mujer de grandes ojos negros y sedoso cabello, la más encantadora, simpática, sencilla y generosa, está pasando por una época difícil. Pertenece a una familia importante y adinerada, hija única de una pareja del gran mundo, contra toda predicción hizo un pésimo matrimonio que no logrará mantener por mucho tiempo. Dynorah tiene dos hijos pequeños que adora, y por tal causa no ha podido rehacer su vida, el temor al marido y a perder a sus hijos, le impide realizar sus ilusiones y ser feliz con alguien que la ama. Ella trabaja febrilmente en ayuda de los menesterosos que siempre fueron su principal preocupación, dirige un grupo de asistentes del Hospital de Niños, bajo las órdenes del director de la institución, desde luego en forma voluntaria.
¿Qué te sucede negra? ¿Por qué estás tan calladita, tenés sueño? La joven ríe con una risa triste. No, no es nada, creo que estoy cansada, y me dormí escuchándolas hablar.
Por cierto, yo creo que puedo encontrarle una empleada a Clemencia, decile que me llame.
Claro que si, estará feliz, ahorita mismo la llamo, dice Antonieta, y ¡muchísimas gracias! Siempre actúas oportuna y colaboradora. La morena se repliega en su sitio, cierra otra vez los ojos, y sonríe sabiendo que las otras la miran con preocupación.
Estoy acongojada y no sé qué decisión tomar, apunta Vera desde su sillón, a Julio se le ha metido entre ceja y ceja comprar una nueva finca en Guanacaste, la propiedad es enorme y no dudo que sea valiosa, pero me espantan las deudas, y me aterra pensar que no podamos hacerle frente a los pagos. Tenemos ya dos hijos nuestros, más otros dos que él tuvo del primer matrimonio, no es cosa de broma. Pero temo inmiscuirme en sus asuntos, podría molestarse conmigo y yo no quiero eso.
¡No seas necia! Interviene Violeta, Julio conoce al dedillo el negocio, nadie como él sabe acerca de ganado y fincas, además ahorita mismo es el tiempo indicado de hacer platita, los chiquillos están pequeños y no necesitamos tener tanto dinero, después con los estudios ya será otra cosa. “Pa luego es tarde” como dicen, si no comenzamos ahora a formar un capital (al menos quien esté en capacidad de hacerlo) no habrá cuando. Si, Tenés razón en eso, es que una siempre se preocupa del futuro. Pues casualmente por eso, ahora no es tiempo de “preocuparse” sino de “ocuparse” para lograr algo, hay que ser positiva y esperar siempre lo mejor, lo que sucede es porque convenía.
Azucena pertenece a una familia pudiente, su padre es empresario adinerado, y su madre una bella mujer muy oficiosa, con manos de ángel, virtud que ella heredó también. Ambas cosen, bordan y tejen, sin que parezca que manos humanas hayan tocado el material.
Azucena se enamoró de Julio, un hombre mayor, viudo y parrandero, de pésima fama, con dos hijos pequeños. Los padres, como es natural, rechazaron con fuerza al candidato, pero no hubo forma de convencerla y se casó con él. Lo quiso mucho, y, aunque él no abandonó del todo sus costumbres de soltero, a ella la quiso de verdad, la respetó y le dio siempre su lugar.
Ella terminó de criar a los dos hijos de aquel primer enlace de él, con el mismo amor y entrega con que crió a los tres que procrearon entre ambos. Es una espléndida mujer alta y elegante, cuya sola presencia llena cualquier salón.
Entretanto, en un rincón, Susana, una bella joven guapa y coqueta, no muy alta, llamativa y vanidosa, intercambia recetas de belleza con Marcela, técnica en el asunto, que ha formado una enorme clientela dentro de la sociedad, desde que ingresó al país con un título de estética facial. Susana es casada con un empresario irascible y ambicioso, que a menudo pasa de la opulencia a la quiebra, y viceversa. Tienen ya dos hijos, una parejita, y, en tiempo de crisis, regresan a casa de los padres de ella, que los reciben con amor, para, muy pronto, reiniciar sus negocios y volver a levantarse, comprar casa nueva, carros, etc. Él es un hombre ingenioso y trabajador, y ella una mujer inteligente y caprichosa, tratará de ser una buena madre, no lo ha conseguido plenamente. La armonía está ausente en sus difíciles relaciones, a pesar de lo cual, tendrán media docena de hijos, como casi todas las demás compañeras.
Marcela, la consejera en belleza, que conversa con Susana, es una muchacha alta y rubia, muy hermosa, consentida y cortejada. Sus padres la cuidan con esmero pues su salud es precaria, y tantísimo cuidado la hace frágil en vez de fortalecerla. A pesar de haber vivido largos años en un país grande, donde su padre fue Embajador, y de haber alternado con lo mejor de aquella sociedad, Marcela, varias veces comprometida en matrimonio, continúa soltera inexplicablemente. Dedicará su vida al cuido de sus padres, después de viajar con ellos por Europa, en un continuado viaje interesante y espléndido, para, de regreso a la patria, dedicarse a trabajar en su profesión, ella será por siempre la tía querida de todos nuestros hijos, parte muy importante de nuestras familias.
Cae la noche sobre la ciudad, las lámparas del entorno están encendidas, y dibujan figuras chinescas sobre la acera, las muchachas se preparan para retirarse, deberán llegar temprano a casa. El cielo estrena luna nueva, la tímida uñita de luz resplandece pequeña entre muchas estrellas, es una noche preciosa de verano.
La primera en marchar es Inés, que levantándose del cómodo sillón, y con un beso, lanzado al viento, se despide de todas sus amigas. Me voy, ahorita llega Fabián a casa y no quiero defraudarlo, ni hacerlo esperar. Todo estuvo delicioso y pasé feliz: ¿A quién le toca recibirnos dentro de quince días? A mí, contesta Flor desde su asiento. ¡Lleven bastantes chismes para comentar! ¡Ni que fuéramos unas vinas! Responde Inés, con una carcajada.
Inés y Flor, fueron amigas y compañeras desde el primer grado de primaria, juntas se graduaron de sexto grado, apadrinaron la boda de la maestra común, e hicieron juntas su primera comunión, se conocen y se quieren desde siempre.
Inés, es la guapa pelirroja, de hermosas piernas, simpática, cálida y sencilla. Enamoradísima de su marido Fabián, que sus padres al principio de la relación rechazaron, pero a quien ella defendió con dientes y uñas, y amará hasta el último de sus días, y el hombre lo merece. Es un muchacho esforzado, valiente, trabajador y honesto, excelente esposo, hijo, padre y amigo. Tienen ya dos niños pequeños, una parejita, que Isabel está criando muy bien. Ella, además de ser una excelente esposa, trabaja en casa vendiendo ropa a domicilio entre sus conocidos, y vende también lotes de una céntrica y próspera urbanización, con cuya comisión de venta espera comprar el lote de la casa hermosa que algún día construirán. Entre tanto viven en un barrio agradable en una casita de alquiler.
El hogar de origen de Inés, fue siempre ejemplar. Su madre, orgullosa y vital mujer de sociedad, muy dominante, y su padre un hombre magnífico, honesto y trabajador. Inés tiene dos hermanos varones por quienes la madre siente enorme predilección, siendo ella, en cambio, la preferida del padre. Es por eso quizás, que la madre no la trata con igual delicadeza que a sus hermanos, está celosa de la predilección del padre, y se lo hace sentir, también la hace sentir fea, gorda, inútil y sin gracia alguna. Y así será por siempre, hasta que al final de la vida, comprenda la señora su fatal equivocación. Porque esa hija maravillosa se consagrará a cuidarla y servirla, mientras el comportamiento de los varones hacia ella será por el contrario, de un egoísmo machista exagerado que ella propició.
Un caso parecido el de Flor, quien, hija del segundo matrimonio de su padre, un empresario acaudalado con dos hijos anteriores, que se casó con su mamá y otorgó a su hija, todo lo que en la vida habría deseado, amándola y consintiéndola, mientras la madre se dedicó a amar a los dos varones que no eran de su sangre.
A Flor, la madre, adrede la mantuvo lejos, sin prestarle mayor cuidado ni cariño, obligándola a refugiarse en el regazo de su abuela, que no duró mucho tiempo. También la hizo sentir fea y poco atractiva. Ella era una bella mujer, y su hijita no lo fue tanto, por lo que, contraviniendo la actitud natural y receptiva de cualquier madre, la alejó de sí, forzándola a viajar al extranjero muy niña, matriculándola en un colegio de religiosas y alejándola del padre amoroso a quien ella añoraba. Cuando infelizmente el padre murió en plena juventud, poco tiempo después, la señora le permitió a la niña venir para el entierro y la volvió a enviar al extranjero, de donde esta pudo regresar hasta que estuvo ya graduada. Posteriormente Florcita casó con un joven guapo y simpático, algo despreocupado y no muy afecto al trabajo.
Lo amó muchísimo y sufrió demasiado, cuando, al final, él se dedicó a tener aventuras con otras mujeres, a jugar y a parrandear. Con enorme sufrimiento decidió divorciarse. Y buscando ayuda de familiares marchó al extranjero a aprender un oficio. Regresó capacitada y determinada a trabajar muchísimo para sacar adelante a sus cuatro hijos, tres mujeres y un varón, a quienes logró ver convertidos en profesionales. Fue una magnífica hija, esposa, madre y amiga. Insustituible por su forma de apoyar a quienes amó. Todavía su ausencia nos la recuerda día con día, dichosamente estará ya gozando de una dicha que en el mundo nunca conoció. A pesar de ser heredera única de los múltiples bienes de la familia, tuvo que trabajar y sacrificarse mucho, para poder legar a sus hijos una excelente posición y un importante capital.
Es muy curioso el caso repetido, de la actitud, para nosotros incomprensible, de esas madres tipo siglo XVlll, que criadas por padres tiranos y madres sumisas, bajo la férula y el látigo del macho dominante, víctimas, primero del padre, y luego de un marido exigente, generalmente mayor, que, a pesar de haber sufrido en carne propia tales vejaciones, repitieron el caso con sus hijas, otorgando un trato preferencial a los hijos varones, brindando un nuevo empuje a las costumbres machistas y brutales de su época.
Y sin ir muy lejos, aún hoy en día, vemos el mismo caso repetido en multitud de oportunidades, porque, la mayoría de los padres adinerados, beneficia al varón en todas las formas, dejando a las hijas hembras absolutamente desposeídas, sin estudios formales con qué defenderse en la vida, y con una herencia muy inferior a la de sus hermanos. Están preocupados por las formas, por el qué dirán, de los varones que van a sucederles, que llevan su apellido, como fue en Europa con el legado de títulos nobiliarios, y el mayorazgo. Es su propia vanidad lo que preocupa al padre.
En igual suerte de nobleza hereditaria, los chicos de la generación de mis padres, y los de la mía propia, crecimos, en la absoluta seguridad de ser totalmente europeos y nobles. De allí que nuestros juegos infantiles consistieran en una constante e involuntaria referencia a sucesos de aquella época lejana de palacio y coche, referidos a la Europa de los viejos abuelos.
Por la calle vacía y embarrialada, cantábamos a voz en cuello:
Adónde vas Alfonso doce? ¿Adónde vas? ¡Pobre de ti! Voy en busca de Mercedes, que ayer tarde la perdí. Ya Mercedes se murió, Ya la llevan a enterrar, la llevaban cuatro pajes por la calle de Alcalá. Y al subir los escalones, Alfonso se desmayó, Y le gritan los soldados: ¡Alfonso tened valor!
En otras oportunidades jugábamos cantando en inglés: London Bridge is falling dawn falling dawn, falling dawn…
Mientras en casa, desde las paredes apelmazadas de barro y pasto apenas encaladas, nos miraba imperturbable la efigie del abuelo, trajeado de etiqueta, chaqueta, chaleco con leontina y cadena de oro, estilo inglés, encerrado en un marco ovalado de estuco dorado, al través de un cristal combo, como la hornacina de un santo. Herederos de pioneros hozados y valientes, crecimos todos en la seguridad de pertenecer a la más rancia nobleza, con escudo de armas enmarcado, soñando ser de estirpe selecta, a pesar de la sencillez de nuestra realidad cotidiana en aquella ciudad pequeña y pobre.
Durmiendo sobre laureles marchitos y lejanos, creyéndonos en todo superiores a los demás, descansando en méritos ajenos y dudosos, mientras una nueva clase luchadora y pujante se levantaba desde los suburbios a fuerza de trabajo, estudio y ambición, desplazando a la antigua oligarquía que poco a poco desapareció.
Sin dar cabida al peregrino pensamiento de llevar ni una gota de sangre indígena flotando en nuestro ser, creyendo a pie juntilla la mentirosa fábula de ser de sangre azul, falacia destrozada por la pluma de hábiles historiadores y escritores nuevos, que relataron la verdadera historia en un libro llamado “Negros y Blancos todos iguales” donde una escritora chilena nacionalizada, destruyó el halo de mi inmaculado abuelo histórico, don Vicente Aguilar, manchado para siempre con la indigna cadena del mestizo.
Mestizos todos, hijos de las indias del servicio y del señor de casa, herederos del quetzal y de la sierra, de ceniza volcánica y de barro, con pretensión de casta, de raleza, y del señor feudal, cota de malla y lanza. Arrullados por cantos de sirena en las preciosas playas, adormecido en bosques y montañas, en una niebla blanca, y el verde eterno que nos brinda esperanza, así crecimos todos, en esta patria. Y nació entonces, en todas las gargantas, la cancioncilla pegajosa y dulce, que el temblor de los pechos agitaba, el ¡Salve Patria! eterna, soberana, que nos inflama el alma de esperanza, desde el patillo de pata en el suelo hasta el prohombre que la consagrara, todos cantando con enorme orgullo por trabajo, honradez y democracia.
Fuimos felices en nuestra sencillez de pueblerinos, soñando con un mundo diferente, a causa de la guerra castigado, recorrimos las calles polvorientas entre coches jalados por caballos, rescatando las damas sus faldas de percal de sucio barro, con botines de cuero, la falda de volantes y encaje resguardadas, recordando la Europa floreciente a causa de la guerra devastada, pretendimos implantar costumbres viejas en esta nueva patria, que pudimos formar noble y valiente, con nuestro amor, mucho sudor y lágrimas.
Las muchachas se van, ya se retiran comentando al salir temas variados, todo es interesante para ellas, y todo lo comparten. No te olvides de la reunión del viernes en el kínder de Lalo, tenemos que llevar unas sorpresas para rifar. Voy a pasar a comprar algo para la casa, que me encargó la empleada, y aprovecho para comprar eso también. Paso por vos temprano. ¿De acuerdo? Si, de acuerdo, yo te espero, le responde Azucena mientras sale, poniéndose el abrigo.
Antonieta recoge los ceniceros de las mesas de la sala, va sacudiendo al paso los sillones, arreglando almohadones y recogiendo vasos. Terminado ese oficio va a su cuarto, a acostar a su niña y darle su chupón. La muñeca de cuatro meses de edad, es blanca y de ojos dorados como el sol, la cuidó la muchacha dentro del dormitorio mientras las visitas estuvieron en casa, para que no llorara, la Nana la entretuvo con cantos y con baile, que encantan a la niña.
La bebé suelta el llanto, está cansada. Su madre la levanta de la cuna, le cambia la mantilla y la pijama llenándola de besos en la cara, y casi de inmediato se duerme como un ángel. Está cansada, pobrecita, dice la mucama.
En ese instante suena el llavín dentro de la cerradura, es Alberto que llega de la calle.
Antonieta sale a su encuentro, cariñosa, ¿Cómo te fue mi amor? Muy bien por suerte. ¿Y a vos cómo te fue con las muchachas, vinieron todas? Si, vinieron todas y pasamos contentas, casi que acaban de irse ¿Te sirvo un trago? Está bien, dame una cerveza, vengo cansado y con sed. Ya te la traigo.-Ya serví la comida, dice la empleada. Ahorita vamos. Y la bebé? Pregunta el padre ilusionado. Se acaba de dormir, no la despiertes porque está muy cansada, le dice la mamá. ¡Qué lata! Vine temprano para jugar con ella. Pues mañana será, si se despierta ahora, pasa llorando la noche entera, y hoy para mí fue un día muy pesado, mejor espera.
Ambos van a la mesa, Alberto limpia el plato, ella no cena nada, acaba de comer con las muchachas. Se levanta el marido de la mesa y se sienta en el hall, frente a la tele, hoy hay juego, le dice muy contento. Yo me voy a acostar, estoy cansada, y piensa mientras tanto, “aborrezco el futbol”, dentro de ella una voz dice: “por Dios no me despiertes cuando el juego termine, quiero dormir sin ruidos ni molestias”. Pero recuerda la sentencia de su madre, que le dijera siempre: “Lo peor del matrimonio es que si una quiere leer, el hombre apaga porque quiere dormir, pero si una quiere dormir, lo prende todo porque él quiere leer.” Siempre que sucede igual, pasa lo mismo”, son chispas del oficio como dicen.
Eunice, la cuñada de Antonieta, es una joven lista y atractiva, simpática, alegre, divertida, ambas fueron compañeras de escuela y de colegio, ahora lo son de vida. Eunice fue la niña consentida, la menor de cuatro hijos, tres mayores varones, ella la única niña, adorada por todos sufrió una enfermedad muy peligrosa, que por suerte dejó pocas secuelas, pero sus padres la consienten mucho y también su marido, un excelente joven ingeniero que ve por sus ojos.
Tiene un hijo pequeño, del grupo, ella es la única en trabajar fuera de casa. Es guía turística de la agencia de Viajes de su hermano, le encanta producir, lucir bonita, ir a la oficina, compartir con otros compañeros, y viajar a menudo al extranjero guiando grupos. Disfruta mucho hacerlo.
Octavio su marido la idolatra, él es quien lleva al estadio a su hijo los domingos, le lleva al cine con los otros primos, saca a su suegra y a su madre viejas, adonde ellas indiquen, y cuando lleva al niño a casa del abuelo o a la suya, le acompaña una empleada que le ayuda, porque Eunice no va jamás, las personas que le miran seguido, piensan que aquella empleada es su mujer.
Los padres de la joven, suegros de Antonieta, son una pareja tranquila, el padre trabaja en casa, es ingeniero, la madre da clases de cocina y canta con una voz de tiple, mientras el viejo toca el piano y le acompaña. Gente muy buena de costumbres austeras, viven en un buen barrio residencial, tienen su coche y un buen pasar. Todos los hijos están casados ya. Tiene varios nietos y esperan muchos más.
Eunice es muy querida entre sus compañeras, dada su condición, todas la cuidan y la complacen, es feliz con su esposo y muy activa, utiliza un sistema formidable de manejar a su antojo a su marido, y a todas nos divierte la actitud de víctima que adopta cuando él llega a la casa, hasta la voz le cambia, con su tono de niña es lánguida y ausente, como al hombre le encanta.
Es motivo de risas y de burla, pero se enoja mucho cuando no le hacen caso.
Susana, alta y guapa, con su cabello oscuro y su sonrisa, simpática y alegre, es una joven preparada, sacó su profesión y ha trabajado en la Universidad, tiene una Cátedra, sus manos son de artista, pinta, esculpe y talla, y a lo largo del tiempo no habrá técnica que ella no haya usado, va a manejar el vidrio como un hada, igual que la cerámica, y cualquier manualidad que se descubra, ella la aplicará con gran acierto. Es admirable amiga y compañera, y es una gran señora de su casa.
Desciende de un hogar muy floreciente, su padre es un rico comerciante filósofo también, un hombre bueno que ayuda a mucha gente. Su madre es tímida, no muy sociable, buena madre y esposa, con cinco hijos, dos hembras y tres machos. Susana es la menor, y se ha casado con su novio mientras él todavía estaba estudiando, viajó con él y le esperó hasta que el muchacho se graduó de arquitecto. Allá en el exterior nació su hija, ella afrontó su parto lejos de casa, es toda una mujer digna de encomio. Hoy vino al té, acaba de regresar del exterior con su marido y la niña, fue una maravillosa sorpresa saber que ya está aquí, y que podemos compartir con ella.
Carmen es una de las amigas predilectas para el grupo, es sencilla, cordial y cariñosa. Su familia es propietaria de un enorme capital, de lo que ella parece no darse cuenta. Su padre es un señor encantador, hombre bueno y amable, y su mamá, una señora linda y buena. Dado que la familia habita en una hacienda cercana a la capital, en vacaciones Carmen acostumbró invitarnos a las amigas por turnos a pasar en vacaciones, algunos días con ella. Todas llamamos tíos a sus papás que nos tuvieron tantísima paciencia.
Enamorada con amor de juventud, Carmen tuvo un primer pretendiente encantador, un poco loco, sus padres insistieron en separarlos y la llevaron lejos. Conoció durante un viaje a otro joven apuesto, rico y bueno, se creyó enamorada y se casó, tuvieron una hija, una niña de dos añitos. Hoy llegó temprano a la reunión, nos contó que planean hacer un viaje a la universidad donde estudió su esposo. Y de repente confesó¨: En realidad no quiero ir, me da temor dejar a la niñita sola en casa de mis padres.
Estás loca de remate, le rebatió Azucena, la mujer tiene obligación de acompañar a su marido cuando éste se lo pide, la chiquita ni va a darse cuenta de que no estás, y en el viaje vas a descansar, y a cambiar un poco el panorama.
Tenés razón, hace tanto tiempo que no estoy a solas con él, que ni sé de qué vamos a hablar, la tensión del cuidado de la niña, la casa, el servicio, me han absorbido e tal forma que no sé estar lejos de mis cuatro paredes.
Pues entonces precisa que hagan ese viaje, el amor hay que cultivarlo, es como un fuego, si no se alimenta apropiadamente se apaga.
Yo no lo pensaría dos veces, acepta su ofrecimiento y verás cuanto provecho van a sacar ambos de esta nueva experiencia.
Naturalmente, terció Flor, ya verás cuantas cosas van a descubrir los dos juntos y solos. Después del nacimiento de un hijo, a la pareja le conviene pasar un tiempo así, lejos del diario vivir, para regresar a casa con fuerzas nuevas a retomar la obligación.
Y además, agregó Dynorah, sacudiendo la cabeza, y surgiendo de su extraña posición en el suelo, ahora sí, despabilada por completo, vas a sentirte otra vez un poco libre de hacer lo que se te antoje, mientras uno está criando al bebé, no hay tiempo de pensar en nada. ¡Así se habla mi negra! Reforzó Azucena. Cada quien tomó su coche y todas se perdieron entre el mar de luces de la carretera.

SEGUNDO CAPÍTULO
EL MISMO GRUPO, DIEZ AÑOS MÁS TARDE
¡Hola guapa! dice Antonieta derrochando encanto mientras baja del coche para llamar a Eunice que la espera en la puerta de su casa. ¡Qué bruta! Le interrumpe su cuñada, ¡hace horas que te espero, casi me convierto en piedra! No seas exagerada, quedé de recogerte a las cuatro y apenas han pasado treinta minutos, el tráfico está tupido y se me estalló una llanta, tuve que pasar a la bomba, más bien hubo suerte con que me atendieran rápido, porque soy cliente frecuente.
Pues yo estaba furiosa, te llamé a casa pero ya habías salido, vas a tener la culpa de que esté despeinada, con este ventolero del demonio, tengo el pelo parado, llevo horas de pie, esperando.
Antonieta ya tiene cuatro hijos, está más guapa, más madura y sensata, ya no lleva el cabello en la melena suelta que llevó de soltera, viene peinada de salón, cabello corto. Camina con aplomo, maneja un carro propio que le compró el marido, su niñita es ahora casi una muchacha, y tiene tres varones seguiditos, que alborotan en casa. Pendiente de sus hijos y sus padres, y también de los suegros que están algo mayores, tiene una vida activa, esa será la tónica de toda su existencia, encuentra tiempo para todo, va a clases de cerámica, a un grupo de estudio de la Biblia, y a veces juega cartas. Su vida es confortable, entretenida, y práctica.
El marido, su Alberto, es un hombre magnífico, trabajador, honrado, responsable, cariñoso, gentil y generoso, a veces sin embargo ella se aburre, quisiera tener alas, quisiera volar lejos, tiene arranques de euforia repentinos, le fascina la música, las fiestas, y su vida social es torbellino.
Aunque Alberto no tiene esos arranques, asiente a todo y a todo va con ella, él es un hombre grande, le lleva muchos años, y ella es su muchachita, él la comprende y le celebra todo, porque la ama. De repente ella siente que no ha sido buena, que él lo merece todo y ella no está contenta.
Es porque no tuvieron jamás la verdadera unión, ella no sintió nunca arranques de pasión, su amor ha sido manso, ordenado, “bonito”, pero ella quería más, y no lo ha conseguido.
Hoy el té es en San Pedro. Llegan las dos cuñadas a casa de Dynorah, que, como era de esperarse, ya tuvo que pasar por un divorcio. Ahora vive solita con sus hijos, muy cerca de los padres, los chicos van creciendo, y ella trabaja. Está más espigada, más delgada, con su cabello suelto y su sonrisa, ya sin sufrir los exabruptos del ex marido, vive un poco mejor, y más tranquila.
Ya conoció el amor, por eso está más bella, sus ojos son dos fuegos que destellan pasión, pero persiste en ella el gran temor de que el padre le quiera arrebatar a sus hijos pequeños si se entera, continuará esperando con su miedo, hasta que ya las cosas no tengan solución.
Llaman las visitantes a la puerta, y tardan en abrir, sale la empleada, y entrando al vestíbulo, un aparato raro rueda, salió tras de la puerta, las muchachas dan gritos, después dan carcajadas, es tan consentidora la dueña de la casa, que al perro de sus niños que murió, lo hizo embalsamar, le puso ruedas, y lo tiene de adorno aquí en la entrada, quedó espantoso, gritan las muchachas.
Llegaron las otras invitadas, Inés, la pelirroja, y Flor, la guapa, ambas están hermosas, las dos vieron crecer a la familia, cada una de ellas tiene ya tres muchachos. En otro coche ya llegaron juntas Azucena y Susana, con Leticia, y en el de más atrás llegó Violeta y la acompaña Carmen..
Vieron qué loca nuestra amiga! Ese es “Spotie” el perrito de lanas de los niños, ellos lloraron tanto por su muerte, que lo hizo embalsamar. El perro en vida, fue flaco y nervioso, tomaba valium permanentemente, el embalsamador no le vio vivo, lo rellenó en exceso, dejó fuera un colmillo, y parece un cerdito con colochos y una mancha en el pico. Todas tuvimos que sentarnos a reír, nadie podía parar.
Ahoritita viene la señora, dijo la empleada después de mucho rato ¿Y qué demonios está haciendo ahora, preguntamos en coro, por qué no viene? y la mujer en voz baja responde: “bañando a los muchachos, le da miedo que se quemen con el agua caliente”.
A semejantes g….., dijo alguna, aquí queda retratada la historia de Dynorah y sus muchachos…
Al fin bajó, ya apareció la doña ¡Qué pena que tuvieran que esperar! Vayan sentándose, ya viene el té, es mejor tomarse un trago para empezar. Trae el plato de bocas, y pongamos un disco de boleros, o uno de poemas, que emoción… Tomemos “Margaritas”, se presta la ocasión, y comienza la música, y todas las muchachas suspiran y se miran, qué suerte que tengamos estas locas amigas! Reloj no marques las horas…porque voy a enloquecer, ella se irá para siempre, cuando amanezca otra vez…
Y en el jardín la tarde declinaba, románticas y alegres pudimos compartir, esa serie de dudas, de ideas, de esperanzas, temores y recuerdos, que viven en la mente de toda mujer.
Carmen está delgada y ojerosa, ella siente que su vida es enorme fracaso, por culpa del amor, su vida de casada era normal, felices con la niña ella y su esposo estaban bien, pero el destino adverso se atravesó en la relación, el primer novio, que igual que ella se había casado y tenía niños, un día enloqueció, no pudo controlarse y la buscó, y ella, con su amor adolescente desatado, con un impulso loco, le siguió.
Aquella acción de ambos, no cambió el carácter impulsivo del novio juvenil que la sedujo, después de destruir los dos hogares, dejando muchos daños de corazones rotos y muchos niños solos, él continuó su juego peligroso, irresponsable y loco, para morir inesperadamente en un accidente de aviación, en una situación comprometida. La pobrecita Carmen quedó viuda con su hija pequeña y sufrió mucho.
Acaba de regresar de un largo viaje al que sus padres la enviaron para que se repusiera y pudiese pensar. Hoy vino a la reunión porque insistimos demasiado, el luto no puede continuar interminable, y los errores duelen sin embargo hay mucha vida por delante, y la misericordia de Dios es grande. Entre todas tratamos de animarla, a base de cariño y comprensión, como deben de hacerlo las hermanas. Violeta la recogió y la trajo, por vez primera en mucho tiempo, ahora sonríe
Violeta tiene ya sus tres chiquitos, igualitos al padre. Ella es toda una mujer emprendedora, y una excelente madre. Dedicada a su hogar y a su familia, inteligente y activa lee mucho y cuando puede escribe, su vocación le llama, pero aún no es tiempo, eso será más tarde.
Marcela continúa en su soltería, sus padres enfermaron, y ella dedica a su trabajo todo el día, y el resto de la noche está con ellos. A la muerte del padre se deshizo, sufrió valiente hasta el heroísmo, luego cayó enferma la madre, con una larga y extenuante enfermedad, y Marcela se dedicó a cuidarla, sin dejar el trabajo. Viajó de nuevo a su segunda patria, y encontró un pretendiente, un señor importante, decidió sacrificarse, renunciando a su sueño por cuidar a su madre. Es impactante el espíritu de sacrificio que tuvieron las mujeres de otros tiempos, cuando fuimos modestas y virtuosas, obedientes, sumisas, temerosas, temerosas de Dios y de la gente. Hoy da gusto mirar a las mujeres luchar por sus derechos y sus creencias, ocupar posiciones de importancia, no dejarse eclipsar por los varones de horca y cuchillo de otros tiempos.
Pero hay un justo medio para todo, la vela debe estar a igual distancia, “Ni tan cerca que queme al santo, ni tan lejos que no lo alumbre” como diría mi madre.
Entre tanto Leticia, que también tiene ya tres muchachitos, continúa en el zigzag de la balanza, su marido es a veces millonario, y otras veces se ve obligado a regresar a casa de su suegro, porque una mala situación los amenaza. Ella continúa siendo una mujer hermosa y apetecida, con chispas en los ojos, mucha vida y mucha vanidad, y su marido es hombre vanidoso y muy celoso, lo que puede ocasionar una desgracia.
En vacaciones ella va con su familia a una casa en el campo, y cerca de ella también va Flor a otra quinta muy cercana, con piscina y lugar para jugar, y se juntan las dos a conversar y pasar la mañana. En muchas ocasiones fuimos invitadas a pasar unos días en ese sitio, y pasamos felices con marido y los niños. Alguna vez todos juntos recibimos unidos el año nuevo o la navidad.
Flor con enorme generosidad se lleva siempre a la niña mayor de Antonieta, a las tres hijas suyas, y a la mayor de Violeta, invita a las demás y vamos todas a nadar, a reír y a conversar. Rodeadas de chiquillos que han crecido siendo amigos como fuimos sus madres desde niñas, en el maravilloso e incansable cuento del país de las mil maravillas.
Leticia, al igual que sus amigas, ha ido viendo crecer a su familia, a menudo pasa sus vacaciones en el Puerto, con parejas amigas, que se juntan para esperar el Año Nuevo con Antonieta y Eunice, y Azucena, que recibe en su casa de la playa, a las que quieran llegar con sus familias, aquel paseo resulta para todos una gran diversión en compañía.
Ya algunos de los niños saldrán de la primaria, otros recibirán su Primera Comunión, algunos más compiten en deportes, entran al grupo nacional de Boy Scouts, o aprenden a jugar tenis.
El hijo de Susana llegará a ser campeón. Las chiquitas de Flor son las campeonas nacionales de natación, su madre se levanta diariamente a las cuatro de la madrugada, para llevar las niñas a entrenar, el asma que sufrían la hizo tomar esa decisión, y las chiquillas no padecieron más.
En casa de Azucena, de la playa, hicimos un concurso de belleza, entre risas y tragos y alegría, formamos entre todas la larga pasarela. Violeta consiguió unas mallas rotas, y lució un traje tejido de su hija, se puso una peluca de colochos, y altas y puntudas zapatillas. Bajó la escala moviendo con soltura su cuerpo angelical, jacarandoso, moviendo las caderas como güila, se llevó el premio por demás jocoso.
A orillas de la celeste piscina, quiso Antonieta bailar el Lago de los Cisnes, pero saltó en el aire, esperando que Violeta, que no bailó ballet jamás, la recibiera, obviamente la loca pasó recto y cayó sobre el cemento como un saco de cachos, no se quebró porque dice el adagio, que nada malo sucede a los borrachos. Entre tanto jugaban los chiquillos entre el dormitorio de muchachos, con una grabadora recogían, todos los ruidos raros. Los hombres por su parte departían gozando como enanos.
Las parejas, con el tiempo, se fueron acoplando, no es tan fácil convivir íntimamente, poco a poco se fueron comprendiendo mejor, siendo más solidarios, más maduros, ya por vencido el plazo del enamoramiento más profundo, bajan las aguas y el sentimiento cambia, en el caso mejor, son mejores amigos, confidentes, protector cada cual de su pareja, disfrutan de su mutua compañía, disfrutan de los hijos, de sus logros, les ayudan, les aman, les educan, pero difícilmente les comprenden. Hablamos en idiomas diferentes cada generación.
Sobrevivimos los exámenes del bachillerato de los hijos mayores, entonces comenzaba un peligro peor, la era de los hippies casi nos alcanzaba, y algunos de los hijos fumaron mariguana, llevaron pelo largo, pantalones campana, zapatos plataforma y para estudiar, tomaban unos químicos que quitaban el sueño, tenían los ojos rojos, una los estudiaba, con un temor enorme de mirarlos caer en ese infierno horrible de drogas y de vicios. Una de las ventajas que tuvimos entonces fue que no éramos ricos, tampoco éramos pobres, había menos peligro para el que no tenía dinero que gastar.
Al baile de graduados fuimos esplendorosas, las que teníamos hijas no desfilábamos, ellas lo hacían con los padres, las madres de varones desfilaron del brazo de ellos con enorme contento y emoción. Ya estaban creciendo, iban directamente a la Universidad.
A todas les pasaban asuntos parecidos, al baile del mayor sucedería la Primera Comunión del más pequeño, tal vez hasta el bautizo o la confirmación. O alguno se graduaba de la Preparatoria, salían en veladas, acudían a un encuentro, y con nuestras parejas todas fuimos a hacer, los Cursillos famosos, esos de cristiandad, que dictaban los padres para la sociedad.
Entonces los esposos mostraban ya los síntomas de los cuarenta horribles, como una tentación, querían sentirse jóvenes, con menos compromiso, vivir “la vida loca”, salir con los amigos. Llegaban tarde a casa y la mujer furiosa, complicaba las cosas con su mala actitud, porque en las oficinas las fiestas eran mixtas, no invitaban esposas, bailaban con las muchas secretarias bonitas, y las pobres mujeres cansadas como perros, no tenían la paciencia de conversar con ellos.
Así perdió Susana a su marido un día, estaba embarazada, en forma muy tardía, y mientras ella en casa afrontaba la panza, el marido paseaba con una gran lagarta. Estuvimos muy cerca de esa amiga en desgracia, unidas como un bloque le apoyamos en todo, pero el colmo del caso fue que hubo que esperar, por el viejo bandido que se marchó a pasear, y nunca regresaba para poder mi amiga, bautizar a ese niño precioso que nacía.
Al fin llegó el fantoche con su nueva querida, bautizamos al niño, se divorció mi amiga, y el estúpido viejo se casó con la tipa, ¡Pero hoy lo está pagando en una forma linda!
A mi Susana entonces le salió un cortejante, enamorado y loco quería pronto casarse, era un hombre simpático y todos lo quisimos, pero a ella le pedimos por favor ¡no casarse!, suficiente una vez sin la repetición, si es difícil de joven cuando uno está solito, de mayores es peor, soportar al viejito.
Violeta, liberada, entró al fin a estudiar, en sus clases de Teatro, se consagró de artista, ella es una payasa para morir de risa, también entró a un taller y comenzó a escribir, y tuvo tanto éxito que siguió su creación, publicó varios libros que resultaron buenos, su marido orgulloso la apoyó todo el tiempo, los hijos, las amigas, todo el mundo contento con esa nueva estrella que salía en Costa Rica, compartimos su gozo, compartimos su dicha.




TERCER CAPÍTULO
SE MARCHITAN LAS FLORES
Antonieta, que fuera hija única y sola, y siempre quiso niños, aunque ya tenía cinco salió embarazada, apenas poco antes de que su hija se casara. La mayor, comprensiva, esperó por el parto, para que su mamá pudiera ir a entregarla.
Antonieta asustada por la nueva barriga estuvo temerosa de que algo sucediera, pero le fue muy bien, la niñita nació, y toda la familia muy bien la recibió.
Dentro del matrimonio el asunto es difícil, Antonieta soñaba vivir un gran amor, y con esa esperanza se casó, pero el marido bueno que Dios le reparó, aunque la quiso mucho no tuvo la paciencia de ver que era muy joven y con poca experiencia, la dejó embarazada desde el día de la boda, y ella no pudo nunca lograr lo que esperaba, vivir un gran romance, sentirse muy amada. Los hijos que vinieron fueron de bendición, ella los adoró, pero no tuvo el tiempo para vivir romance
y al marido tan bueno pareció no importarle.
No fueron los amigos, no fueron los compinches que ella hubiese esperado, fue más bien como el padre que ella inconscientemente tal vez siempre buscó, desesperada entonces acudió a consultorios de médicos famosos, a psiquiatras, psicólogos, a sacerdotes sabios, a pastores gentiles, acudió a todos lados, pero no hubo respuesta para su situación, y continuó en la lucha, continuó resignada, sintiéndose culpable, por no saber amar, por ser tan insensible, ser mal agradecida, y vivió defendiéndose de sugerencias ciertas, no tan indefinidas, de todos los varones con quien tuvo contacto,( porque los hombre sienten esa cruel condición) la seguían en el cine, en el teatro, en las fiestas y paseos, y ella resintió siempre, que él nunca se dio cuenta, que la dejara sola defendiendo su honor, sonriendo indiferente cuando sentía furor.
Ella es apasionada, romántica y sensual, y decidió vivir, del sueño imaginario que la hacía feliz, actuando sin sentir nada en la intimidad, sintiéndose perdida en su gran soledad, rodeada de personas con las que disimula, sin nadie que comprenda lo que a ella le atribula.
En casa los muchachos crecen, en un ambiente de mucho cariño, de constante cuidado, de abundancia, y de unión familiar, con tíos, abuelos, padres, y primos. Es una casa abierta para todos, los viejos y los niños, y Antonieta reparte su cuidado a suegros, a parientes y a vecinos. Eunice sigue linda como siempre, dominante y coqueta, también ella tiene ya sus tres hijos, dos varones y una hembra, que ya tiene novio y muy pronto se casa, a pesar de que es joven y no conoce nada. El mayor estudia en España, de pronto viaja a Norteamérica a ver a su novia y se casan también, viaja su madre con Antonieta a acompañar a la pareja.
Eunice continúa trabajando en turismo, ahora visita seguido Disney World, en Orlando, Florida. Su marido es ahora gerente de una empresa, construyeron una linda casa, Octavio sigue siendo un hombre bueno que en todo le da gusto, y ella sigue feliz de estar con él.
En casa de Antonieta todo parecía bien, pero apenas la niña llegó a la secundaria, el padre cayó enfermo, con un cáncer muy malo, se fue y dejó aturdida a toda la familia, que jamás esperó desenlace tan triste. Su marido tan bueno, no dejó que Antonieta creciera lo debido, la trató cuidadoso cual si fuera una niña, ella no sabe nada de sus negocios, ni de pagos, ni prisas, él se hace cargo de todo, ella compra y envía y en la oficina pagan. Jamás supo ni cuanto ganaba su marido, ni tuvo opinión ni se escuchó su voz, él la quiso a lo loco y le ocultó lo cierto, para no preocuparla, pero la muerte artera de nada le dio tiempo, y quedó la familia casi desamparada.
Por circunstancias raras que no fueron su culpa, se perdió el aseguro, falleció su socio, se juntaron problemas que complicaron todo.
Antonieta desolada, por aquel sufrimiento, creía estar viviendo una cruel pesadilla, aún estaba cuidando a sus dos viejecitas, la tía anciana terrible y la madre con cáncer, el padre ya había muerto. Con casi quince miembros en aquella familia que siempre estuvo abierta a recibir visita, se pasaba las noches mirando para arriba, a ver así del cielo la solución venía.
La casa enorme y linda que le compró el marido, debió de ser vendida para poder vivir, vendió todos los cuadros de su pinacoteca, pero del cielo vino alguna solución, sus amigas cercanas la ayudaron a hacer, en medio de su sala un local de alquiler. Tuvo con sus vecinas una fábrica en casa, hacían decoraciones para fiestas, piñatas, adornaban iglesias para bodas y rezos, y de alguna manera ella así fue saliendo.
Todavía en la casa vivían todos los hijos, menos el tercer varón que ya estaba casado y tenía dos pequeños. Estaba comenzando a formar su familia, y trabajaban mucho él y su esposa linda. El muchacho mayor se fue a vivir aparte, y la hija divorciada con sus tres pequeñitos, buscó un apartamento y se marchó también. Murieron las viejitas, se casó la segunda, y también el menor, Antonieta quedó sola confiando en el Señor-
A los poquitos meses apareció un varón, la quiso con el alma pero era muy mayor, ella lo quiso siempre porque era muy cercano, amigo de su padre y trabajó con él. Al tiempo que el marido de la pobre Antonieta, se moría en sus brazos dejándola tan sola, al amigo cercano se le murió la esposa, en una forma cruel. Recurriendo a la madre de la pobre Antonieta, el señor cada día quería venir a verla, hasta que ella dolida le tuvo que decir, no estaba preparada para recomenzar.
Poco después, un día, se encontró a otro señor, que de solteros ambos, había sido su amigo y también era viudo, comenzaron entonces una amistosa relación, compartiendo por años amistad y cariño, mutuamente ayudándose, casaron varios hijos actuando cual si fueran los padres ellos dos, él estaba ya enfermo, fue su apoyo y su amigo, la ayudó en muchas formas su consejo y su guía, se llevaban muy bien, los dos eran alegres y los dos bailarines, gozaban y reían, pero llegó la muerte y se llevó al señor, y Antonieta de nuevo enfrentó ese dolor.
Dentro de tanta pena la mujer fue creciendo, logró la madurez, después de tanto tiempo, y descubrió de pronto que ahora podía vivir, ya no había a quien cuidar, nadie a quien corregir, podía sentirse libre, tan libre como el viento, podía hacer una vida, sin defraudar a nadie. Matriculó en los cursos que siempre le gustaron, pero por sobre todo se dedicó a leer, que habiendo sido en ella delirante pasión, jamás le alcanzó el tiempo para poderlo hacer.
Entró a estudiar inglés (para hablar a los ángeles), ingresó en un taller literario, y se dispuso a escribir, como cuando era niña. Perdió, sufriendo mucho, a varias de sus mejores amigas, con quienes compartió toda su vida, pero guardó el cariño y siguió frecuentando a todas las demás, que fueron sus hermanas.
Violeta, siempre talentosa y exitosa, enfermó seriamente, debió guardar reposo en casa, su marido también está enfermito y los dos se cuidan y se aman, como toda la vida. Los hijos son ejemplos de talento y trabajo, exitosos y buenos, y les viven cuidando.
Eunice de repente, regresando de un viaje al que asistimos todas, a ese país lejano, se enfermó, todas creímos que era algo sin importancia, pero de vuelta a casa ella continuó enferma, y el asunto resultó ser sumamente serio, su marido también enfermó de repente, y murió antes que ella, Eunice lo siguió al poco tiempo.
Isabel vio crecer a su hermosa familia igual que en un jardín, todos sus hijos tuvieron hijos bellos y buenos, los nietos y bis nietos alegran ambas vidas, Fabián estuvo enfermo pero dichosamente se salvó de algo serio, sigue siendo muy bueno, y siguen de la mano como unos novios nuevos, amándose y cuidándose como siempre lo hicieron, ella también estuvo muy enferma y sufrió, pero dichosamente ya se recuperó, y lo que más envidia la gente en general, es ese amor tan grande que siempre los unió.
Flor se fue, como dije, en brazos de los ángeles, en unos pocos días nos despedimos de ella, la extrañamos todas, pero sabemos que pronto estaremos reunidas otra vez en el cielo.
También marchó Dynorah, mi buey izquierdo, la compañera única, la que veló mi sueño, más que una hermana, madre, una amiga sincera. El dolor de su ida se nos quedó en el pecho, porque sufrió mucho todo el último tiempo, está mejor ahora, durmiendo en el silencio.
Azucena perdió también a su compañero, sus hijos están lejos, cada cual en su casa, ella vive tranquila, resignada al silencio, tejiendo y compartiendo, es una madre buena y una excelente abuela, y cuida a su familia con cariño y con celo. Nos vemos a menudo, nos seguimos queriendo.
Leticia ha recibido el más terrible golpe, la veo desorientada, perdió a su hija menor, y no sabemos cómo soporta su dolor. Desde hace muchos años se divorció de Rogelio, que ya murió también, y murió el compañero que tuvo después de él.. Sus hijos han pasado situaciones extremas, tiene una hija escritora de gran relevancia internacional, pero ella busca en vano consuelo a su penar.
Susana está preciosa, con su cabello cano, dedicada a los libros, la historia, la música, y las artes. Es una buena abuela y dedica a sus nietos casi su vida entera, ayuda a sus muchachos, asiste a su familia, y creo que hasta propicia que los hijos ayuden al estúpido viejo que la dejó por otra. Continúa siendo aún, una mujer hermosa.
Deborah sigue sola, a veces está enferma, pero es la soledad su más fiel compañera. Su hermano la visita, también su amiga buena que viviendo muy lejos viene cuando se puede. Todas la acompañamos, llamándola a menudo, como ya conté antes, ella es parte de casi todas nuestras familias, pero es dura la vejez cuando no hay hijos, ni nietos, ni recuerdos de una vida propia.
Carmen también perdió a su marido bueno, las dos hijas menores viven lejos, y la mayor, que es demasiado ocupada, es quien la ve a menudo, pero ella es positiva, dispuesta, solidaria, inventa ocupaciones, muy a menudo viaja, es hoy mi compañera de todas las salidas, al cine, al teatro, al campo, simpática y divertida, es una magnífica compañía.
Enfrentamos con garbo las cosas de la vida, continuamos de frente esperando el final, las “rosas del Otoño” soñamos con volar… Copi