OTRA VEZ AÑO NUEVO Y NAVIDAD
Un vientecillo frío y
reconfortante se introduce despacio, por entre las celosías de mi dormitorio,
esta noche la luna refulgente brilla escondida tras de una nubecilla gris,
encendiendo con luces todo su contorno, parece un encaje de bolillos, de
aquellos que (siendo muy niña) aprendí, a bordar en mis días felices de
colegio.
Sobre ese cielo tachonado de
estrellas, los juegos pirotécnicos dibujan flechas coloridas que estallan en
una lluvia de chispazos, sombrillas celestiales se dibujan a todo lo ancho del
firmamento en fiesta, anunciando con sus brillos, el festejado anuncio: “Gloria
a Dios en las Alturas y Paz en la tierra, a los hombres de buena voluntad”. Los
perros asustados ladran en los jardines, se esconden y se quejan, y los niños
corretean llevando luces de bengala en sus manitas suaves e inocentes. Navidades felices y distantes, llenas de
ansiedad y de promesas, regalos que nos dio la vida a lo largo de todos estos
años.
Cuando niña recuerdo alrededor de la mesa familiar, el portal en la
esquina de la sala mostrando toda la creatividad de mamá, los tamales receta de
la abuela, el rompope casero y los regalos, la presencia infrecuente de papá,
algún amigo, mamá y yo, eternamente juntas compartiéndolo todo, eternamente
cerca, generalmente solas, ella y yo,
dos corazones en un mismo ser.
Ya de esposa y madre la mesa fue
extendiéndose, bajo el abrazo de mis padres,
mis suegros, mis cuñados, mis sobrinos, ,la tía- mamá, mi esposo y los
muchachos: uno, dos, tres, cuatro, cinco seis, regalos invaluables que nos
brindara el cielo, con alegría con gozo con paz y con amor, muchísimo amor,
unión y comprensión.
Aquellos pasos silenciosos que emprendíamos descalzos
los mayores, caminando como en la cuerda floja,
para dejar juguetes alrededor de las camitas en donde los chiquillos
descansaban, la ilusión de mirar su despertar, su inocencia, su alegría, su
infantil ingenuidad.
Los viejos se marcharon hace ya
muchos años, el compañero comprensivo, insustituible y generoso se fue también,
y hoy mis hijos son hombres y mujeres maduros, que me brindan sin egoísmo
alguno su tiempo y su cariño, su desvelo y su cuidado.
Un aletear de mariposas me invade
el corazón cuando miro alrededor la nube de chiquillos, adolescentes y mayores
que me rodea en cada Navidad, ejército luminoso y sonriente que hace mi vida
mucho más feliz, todos ellos son mi
orgullo, mi esperanza y mi alegría.
Hoy la mesa navideña se extendió más allá del
horizonte, mucho más, algunos permanecen
y otros se fueron como el querido Alex, que al Cielo prefirió volar; en ella
caben siempre los que quieran llegar, y alrededor de la “joven abuela” de más de
ochenta años, la vida continúa transcurriendo con paz, gracias al Señor de los Altares, en mi
ancianidad, activa y agradecida, no existe ya la soledad.
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