viernes, 3 de julio de 2009

DOS CUENTOS CORTOS

EL PEQUEÑO HECHICERO
Cuento por Heliconia-
Alfonso era un chiquillo inquieto e inteligente, al que cualquier novedad le movía a la inmediata investigación. Blanco y rubio, con ojos oscuros, estatura promedio, era un muchacho guapo. Listo y dispuesto a la aventura y al juego, había sido siempre compañero predilecto de los demás chiquillos de la familia., quienes sentían envidia de él porque vivía en esa finca y tenía muchísimas aventuras. A sus primos les gustaba jugar con él, su fértil imaginación y su compañía resultaban muy divertidas, además era un niño muy valiente, buen estudiante y muy ágil. A menudo recibía la visita de alguno de sus parientes, deseoso de pasar días en el campo, pero eso sucedía únicamente en tiempo de vacaciones, es decir, una o dos veces al año. Y no siempre, porque para los demás niños había otras alternativas como ir a la playa, o viajar al exterior con sus padres. Alfonso entonces permanecía solitario la mayor parte del tiempo, y como consecuencia se había fabricado un mundo a su medida, exclusivo para él solito, y cada vez se sentía mejor, sumergido en sus sueños, viviendo de ilusión.
Cuando el ruido de pisadas sobre el techo que escuchaba mamá algunas noches, se convirtió en motivo de preocupación para todos, Alfonso, una mañana, y sin que nadie le mirara, acercó una escalera al boquete que tenía el cielo raso para accesar a la buhardilla, y armado de un foco a pilas, caminó por las cerchas hasta encontrar el nido que la zarigüeya había hecho sobre el cartón, con desperdicios, trapos y paja, para que le sirviera de cuna a sus pequeños hijitos. Allí mismo se armó la batahola, tirando de la cola al animalejo y lanzando sus cochinadas al suelo, comenzó a limpiar él solo el lugar, la mamá llamó después a los fumigadores, quienes luego de tirar fuera los desechos, desinfectaron todo el cielo raso para acabar con arañas, hormigas, cucarachas, y todo tipo de alimañas indeseables.
Alfonso, le reprochó la madre, entre sonriente y molesta ¿Por qué razón no consultaste con tu padre, o conmigo, antes de subir al desván? pudiste haber caído, quebrarte una pierna, o algo peor, te agradezco el que se te haya ocurrido venir en mi ayuda, pero aún eres muy niño para tomar esas decisiones sin consultar. No soy tan niño mamá, ya tengo nueve años, dijo el chico resentido. Aquella mañana Alfonso había pensado llevar a su prima a cabalgar, su prima Dora, una niña de siete años, que estaba de visita en la hacienda. Dora era una niña algo torpe, a Alfonso le desesperaba por sus temores de niña consentida, pero ya que hoy estaba en casa, se disponía a atenderla y a jugar con ella. Dora le adoraba y le seguía como a un líder. La niña vivía en la ciudad, no así Alfonso y sus padres, quienes habitaban en un reparto distante del centro, una finca de recreo, hermosa entre jardines y vastas praderas, con un delicioso clima, aire puro y mucho sol. En las cercanías de la casa estaba la caballeriza, con sus corredores hermosos de piedra, y los apartos para las bestias, con un depósito en cada uno para la paja, y una pileta de agua. Numerosos aperos de equitación se acumulaban en aquel espacio, y junto a la pared había una vitrina con muchos trofeos, que miembros de la familia habían ganado en competencias hípicas. En ese momento los peones lavaban con manguera los establos, y, sobre las barandas de entrada, algunas bestias de primorosa estampa asomaban la testús, luciendo sus brillantes crines y los arreos debidos. En las paredes colgaban monturas también monturas bellas, frenos y fustas. Afuera en el jardín un elegante pavorreal estiraba su dorado abanico sobre el césped del patio, mientras varios patitos salían del pequeño lago, en donde los blancos cisnes alargaban sus cuellos, intentando pescar los peces rojos que nadaban adentro. En las ramas de un árbol de jícara, una lechuza vieja alumbraba con los focos circulares y amarillos de sus ojos pelados, entre la envoltura de sus plumas negras y canosas, como de viejo, el nido de oropéndolas que colgaba al final de la rama más alta.
¡A desayunar! Llamó doña Matilde desde el comedor, mientras servía las deliciosas panquecas cubiertas de miel, con trocitos de banano y fresa que tanto le gustaban a su hijo, un vaso grande de jugo de naranja, una taza de leche caliente, y una tortilla grande con queso para cada uno. Para ayudar con el servicio, la vieja Dorotea preparaba la masa y el chocolate, y limpiaba el fogón con una escoba. La cocina de leña de la estancia, perfumaba con humo y con historia la comida casera que la anciana preparaba.
Buenos días tía, buenos días mamá, dijeron los niños. ¡Que rico el desayuno que nos preparaste! Buenos días pequeños, me alegro que les haya gustado, deben de comer bien para soportar el sol y el cansancio si toda la mañana van a montar a caballo por la pradera. Les ruego que tengan mucho cuidado ¿Me lo prometen? Recuerden que en el campo hay mil peligros, a veces hay serpientes, caminos peligrosos cerca de las pendientes, en oportunidades el río está contaminado y su corriente es muy poderosa, lo mismo que pastando hay ganado muy bravo, y otros peligros menores que pueden atacarlos. Lo importante es estar con las pilas bien puestas, atentos a todo lo que pueda suceder.-Tranquila mamá, que yo cuido a mi prima. ¿Y a vos quien te cuida? Bromeó la madre, a mi me cuida mi ángel de la guarda.
El chiquillo se sacudió molesto. De acuerdo mi amor, los espero para la hora del almuerzo, no se atrasen porque me preocuparía. No olviden llevar sombrero, el sol está fuertísimo. Los niños terminaron de desayunar, se levantaron de la mesa después de agradecer a doña Matilde, fueron a lavarse los dientes y salieron al jardín. Ya Justino el peón se acercaba trayendo de diestra al potro que montaría Elisa, un potranco joven y manso, y el caballo de Alfonso, un caballito de paso que su padre le había obsequiado por navidad. “Candil”, se llamaba el caballito, blanco con una estrella negra sobre la frente, Alfonso estaba muy orgulloso de ser su dueño y de montarlo. Alfonso era excelente jinete, y eso le hacía sentir adulto y responsable. Justino ayudó a Dora a subir para treparse en su montura, revisando los aperos y la cincha y que la chica no corriese riesgos,. A paso lento los chiquillos se encaminaron hacia el portón. Ajustando el paso, Alfonso incitó a Dora a ponerse a la par suya, poco a poco la chica se acomodó a ese ritmo y cabalgaron felices sobre la pradera verde, que se extendía como un lago frente a ellos, lo hicieron por varias horas, al rato trotaron encantados hasta llegar a un riachuelo que triscaba entre piedras redondas y blancas. Detenidos allí, bajaron de sus cabalgaduras y se tendieron sobre el césped a descansar. Entre los altos juncos mecidos por el viento, las avecillas trinaban cantos melodiosos, y las mariposas aleteaban azules sobre el dorado tono del camino. ¿Elisa quieres que te cuente un cuento? Es por aquí que viven los elfos y las hadas. ¡No seas tan mentiroso primo! Siempre dices que tienes grandes dones, poderes ocultos y contactos con seres de otros mundos, pero yo no te creo, ¿es que pretendes engañarme? ¡En forma alguna!, solamente te digo la verdad. Yo soy su amigo, los he visto y converso con ellos muchas veces. Me han hecho disfrutar de aventuras sin cuento, y me conceden todo lo que pido. ¿Te dan miedo primita? No es que me den miedo, no soy una miedosa como tú dices, pero no creo que existan. Creo que te burlas de mí cuando me contás estas mentiras. Te voy a acusar con tía, ella se va a enojar cuando lo sepa.
Y el chico continuó como si no la oyera ¿No te da miedo entonces que los llame? porque puedo pedirles que vengan y se manifiesten delante de ti, como lo hacen conmigo muchas veces. Entre enojada y miedosa, Elisa se mantuvo callada y pensativa. Alfonso tomó la ocarina, que llevaba en un bolsillo, y comenzó a tocar aquella dulce melodía. Inesperadamente se oscureció la mañana, nubes oscuras cayeron sobre el río, y un velo de escarcha y de frío cubrió el lugar. De detrás de las rocas comenzó a surgir una tenue canción casi inaudible, una canción extraña, una canción de música embrujada, la canción de los elfos y las hadas.
Cual piedras con destellos opalinos las rocas reflejaban las estrellas, de los lirios del río se desprendieron figuras tenues y dispersas, que al acercarse tomaron forma de pequeñas hadas. Tomadas de las manos formaron rondas, y alrededor de los dos niños fueron tejiendo una guirnalda de flores perfumadas. Entre las piedras blancas de la orilla, los elfos de zapatos puntiagudos y sombrero de picos, con sus gabanes rojos y verdes de oscuro terciopelo, entregaban a Alfonso una varita con la que podría alcanzar un deseo, en el momento en que lo juzgara necesario. Dora estaba deslumbrada ¡Era cierto entonces todo lo que Alfonso le había contado, no la estaba engañando, en la pradera vivían los elfos y las hadas, y ahora ella también los conocía, también los había visto, ya ella sería parte de su mundo, qué emoción!
De pronto escuchó la voz de Alfonso: Elisa, ya es muy tarde, mamá estará preocupada, levantate y montemos los caballos, que estamos lejos de la casa. Elisa se extrañó, ¿Qué había pasado? Por qué razón Alfonso no le hablaba de lo que acababan de vivir, por qué otra vez era de día, y el sol cayendo a plomo sobre el campo les hacía sudar? Junto a la ribera del río los caballos triscaban tranquilos, amarrados al tronco de un espavel enorme de floreciente copa, las nubes se reflejaban sobre el río, la mañana era espléndida. Sobre el césped el sombrero de paja de la niña, y la fusta de cuero de Alfonso, quien, como si no hubiera sucedido nada, la ayudó a montar de nuevo, y silenciosos emprendieron el regreso a casa.
¡Al fin llegaron muchachos! les estaba esperando ¿Estuvo bien el paseo? ¿Te divertiste Dora?
Si tía, la pasé bien, dijo la niña en un murmullo. Entonces ¡A lavarse las manos, que vamos a almorzar! El almuerzo estuvo delicioso, un pollo asado, puré de papas, ensalada verde y de postre helados y fruta. Valdría la pena que se recostaran un poco, deben venir cansados, dijo mamá. ¿Y cuales son los planes para la tarde? ¿I r a la huerta a recoger fresas o moras, como siempre, o prefieren ir al pueblo a pasear? Vamos a recoger moras en el monte, dijo rápidamente Alfonso, sin dar oportunidad a Dora para responder. Cerca de las tres de la tarde, los niños se preparaban para salir. Doña Matilde les trajo una canasta con viandas para el camino, un abrigo liviano por si enfriaba, y un termo con té. Los muchachos salieron juntos, esta vez el paseo sería caminando, a lo largo del trillo de gardenias que sale de frente de la casa, luego tomaron una nueva ruta, la que sube a las colinas frías, adonde las moras se mecen en sus plantas colmadas de fruto, y con múltiples espinas en los tallos. Para tal contingencia, la madre-tía colocó unas podaderas, y hasta unos guantes de agricultor, para que los chicos no tuvieran problemas. De camino Elisa aventuró una pregunta, ¿Qué nos pasó en la mañana, cuando vimos las hadas y los elfos? ¿Cuando? Interrogó a su vez Alfonso, yo no recuerdo haber visto nada, simplemente nos dormimos bajo el árbol, seguramente tu lo soñaste.
No, yo estoy segurísima de lo que vimos, deja ya de burlarte. El chico no respondió.
La cuesta era empinada, el viento sacudía los cabellos rubios de Elisa, y el sol comenzaba a ocultarse tras los bellos celajes de la tarde. Cansados y agitados llegaron al fin a la cumbre de la colina, donde las matas de mora brillaban bajo la luz, como lágrimas color vino, entre las hojas verde oscuro, y sostenidas por un enjambre de espinas doradas, afiladas en cada una de las ramas. Las moras, deliciosas y ácidas, pequeñas bolitas rojo oscuro unidas en racimos redondos y jugosos, dejaban en los labios el sabor increíble de su jugo fresco. Toda la roca estaba cubierta por la planta, las moras pintaban de rojo las orillas rocosas y cuantas más moras recogían para echarlas dentro del canasto, más frutas apetitosas aparecían ante su vista. ¡Qué delicia comerlas con natilla!, pensó la niña. Alfonso se adelantó un poco, espérame primo, gritó Dora, no me dejes atrás, y apretando el paso intentó alcanzarlo.
Detrás de las colinas, las montañas azules y moradas esperaban la noche, destellos del fulgor de los planetas comenzaban a verse, y tras un árbol inmenso de follaje tupido, saltó Alfonso de pronto, ante una asustada y sorprendida Dora, moviendo para arriba y para abajo entre sus manos la varita famosa que los elfos le entregaron por la mañana. ¡ABRACADABRA, PATA DE CABRA, POR ESTA MAGIA, QUE LA BRUJA SALGA!...
Un Alfonso distinto la miraba sonriente, cubierto su cabello con un sombrero en pico, y montado sobre el palo de una escoba, le dio la mano, y alzándola en peso la subió a su cabalgadura de madera, y ambos ascendieron por el aire siguiendo una estela rosa y azul que les envolvía como un tornado, viajaron por el aire, ascendieron a las nubes, miraron los planetas, y pudieron de lejos ver cómo se alejaba la tierra pequeñita, cada vez más pequeña y más lejana. Así pasaron siglos o minutos, de repente, frente a una roca roja, morada -azul violeta de obsidiana, fueron bajando lento los viajeros, a reposar de nuevo en la pradera, al píe de la colina.
Otra vez en la mente infantil de Dora crecieron los temores, continuaba el misterio, ya Alfonso era de nuevo el mismo de hacía un rato, sin sombrero ni escoba, recogió la canasta con las frutas, y lentamente juntos caminaron de regreso a casa. Sin comentario alguno, sin explicaciones ni preguntas, sin saber qué era realidad y qué era fantasía. ¿Será que me chiflé?
¿Que me patina el coco como dicen? porque todo esto es muy extraño, pensó la chiquilla.
Doña Matilde esperaba junto al portal del frente ¡qué bueno que llegaron! les estaba esperando, dale el canasto con moras a Dorotea y que ella las lave y las prepare, que las ponga mientras tanto en la refri, para que no se dañen, mañana, cuando vengan tus padres, podrás llevarla a casa y compartir con ellos ¿te parece? muchisísimas gracias tías, eso les va a encantar.
Una vez más les sirvieron la gran cena, con pasta, carnes, fruta y golosinas, alimentados y cansados de esfuerzo y emoción, ambos niños se retiraron a dormir. Que pases buena noche, dijo Alfonso ¡nos vidrios, acá esos cuatro! y chocaron sus manos al modo que habían visto hacer a los muchachos grandes. Muy buenas noches tía, dijo la niña, que sueñes con los ángeles, le respondió doña Matilde. Ya envuelta en sus sábanas rosadas, entre almohadas de pluma y edredones, la niña Dora cayó en profundo sueño, y olvidó sus temores.
QUIQUIRIQUÍ! Cantó el gallo en la cerca, y todos los vecinos contestaron, QUIQUIRIQUÍ, llegó el nuevo día! QUIQUIRIQUÍ palomas y gallinas, QUIQUIRIQUÍ ¡saludemos al sol ¡
Hermoso sol que penetra a raudales en mi habitación, ese divino sol que limpia el aire, y aleja de la mente los temores. Ya Dora está despierta y sonríe, se siente feliz. Se baja de la cama apresurada, se pone pantuflas y bata, se dirige al baño a lavarse los dientes y a bañarse, quiere que el día le rinda para mil cosas que planean hacer. Anoche Alfonso le platicó sobre “El hechicero del río”, que, según él, vive entre las rocas en una choza, y sabe muchísimo de brujería, eso a ella le da miedo, aunque no quiera aceptarlo, además la brujería es mala y tendría que ir a confesarse con el sacerdote si aceptara una cosa así. Le diré a Alfonso que a mi no me interesa conocer a ese brujo, además, ni siquiera creo en eso.
¡Es que a mi primo Alfonso los libros de Harry Potter le tienen hipnotizado, y cree que él podría ser igual a Harry, en su versión costarricense, qué tontería!
Una vez lista y peinadita, se dirige al comedor, ya todos están sentados esperando por el desayuno. ¡Buenos días dormilona! Le dice su primo en alta voz ¡ Buenos días mentiroso! sé que te acabas de sentar, te escuché cuando salías del baño. De repente un estruendo: Mustafá el gato de angora que dormitaba en el sillón, se lanzó sobre la alfombra y botó al suelo un gran florero de cristal, ¡Carambas revoltoso! dice enojada tía Matilde ¿Qué demonios le sucede al gato? Es que vio un ratón cerca de la cornisa, no lo regañe mamá, es su instinto de cazador, dice Alfonso saliendo en su defensa. ¿Y cuales son los planes parahoy? Pregunta la tía Matilde, olvidando el disgusto. Y llamando a la criada le indicó: Dorotea, traiga por favor una escoba y el trapo para limpiar el piso, el gato botó el florero con las flores, y llenó de agua toda la alfombra. Por gran suerte no se rompió el florero ¡Qué gato tan travieso!
Tenemos varios planes mamá, dijo Alfonso, iremos primero a mirar el ordeño de las vacas, y después al río, a pescar. Me parece muy bien, dijo la mamá, así tu prima aprovechará mejor los días de vacación. No se queden hasta muy tarde, recuerden que hoy será el tope en honor del Santo Patrón. Desde luego vendremos a tiempo, yo voy a participar y llevaré a Dora a la polca. Ya lo tenemos decidido.
En la caballeriza había un fuerte movimiento, los peones se afanan en lavar corredores y estancias, los caballos por su parte eran frotados con cepillo y sus crines trenzadas con cintas de colores, les estaban preparando para lucirse en el evento de la tarde. Los mantillones estaban dispuestos sobre las estacas, las monturas más finas de cuero lindamente enceradas, la silla de montar incrustada en concha nácar sacudido y el mantón español que usaría Dora descansaba sobre la tranquera.
Saliendo de la casa, los muchachos se dirigen caminando hacia la lechería, situada a una corta distancia, como a ochocientos metros de la casa. El camino es de piedra suelta, bordeado de macizos de hortensias, tan azules como el cielo. Muchos árboles forman un pasaje a lo largo de aquel camino, árboles muy altos y hermosos, pobladas sus ramas de avecillas de colores, que trinan y revolotean cerca. Por entre esas ramas entra el sol a raudales, iluminando el camino. Llegaron muy pronto. En la lechería, los peones también lavan las baldosas del suelo con manguera y cepillos, las vacas colocadas en fila, una después de la otra, las están ordeñando en forma industrial, unos aparatos eléctricos se encargan de hacerlo, bajo la vigilancia de un empleado. La leche, de forma higiénica, sale de las máquinas en un tubo de metal, para alojarse en un enorme recipiente adonde recibirá el proceso de pasteurización. Los chiquillos son atendidos por el principal encargado, quien les ofrece muy gentilmente una taza de leche tibia, recién ordeñada. Los muchachos rehúsan muy gentilmente también, diciendo que acaban de tomar un desayuno abundante.
Al pasar junto a un balde con leche fresca, Dora se resbaló y cayéndose se trajo al suelo a Alfonso, que pretendió ayudarla. Pasado el susto se rieron muchísimo, uno de los empleados trajo una toalla limpia para la niña. Ambos tenían empapados las medias y los zapatos, sus piernas bañadas en leche igual que los ruedos de los pantalones. Se lavaron con agua y jabón, los dos apestaban a queso, muchísimo peor cuando salieron del edificio y quedaron bajo el sol. Se marcharon despacio y caminaron hacia el río. Alfonso llevaba sus aperos de pesca en un bolso que colgaba de su hombro, y Elisa, había traído desde la casa un salveque con anzuelos y el abrigo por si más tarde refrescaba. Los dos iban contentos, cantando una canción y marchaban del brazo hacia su próxima aventura. Las moscas y las abejas les rodeaban y les perseguían, por el olor infernal que despedían. ¡Qué cochinada! dijo Elisa, debería devolverme a la casa y bañarme de nuevo! no seas necia, le respondió su primo, ahoritita se nos quita, cuando estemos más cerca del río y nos sentemos bajo una sombra. Al fin avistaron el río, que como una cinta azul, atraviesa la pradera, adonde las florecitas silvestres adornan el césped verde claro con puntitos de todos los colores. El río es caudaloso y en sus riberas hay playones con rocas, que en algunos sitios, se prestan para sentarse a pescar bajo la sombra de grandes y árboles.
Sobre el angosto sendero por el que bajaban los muchachos, saltaron dos traviesas ranas, COARC-CROAC-CROAC-, croaban sin parar. Dora pretendió tomar por la pata a una de ellas, y la rana entonces saltó lejos, un salto olímpico de casi un par de metros. Los muchachos rieron a grandes carcajadas.
¿Qué sombra es esa que se cierne sobre el césped? Preguntó Dora un poquito asustada.
Una cortina roja se tendió sobre el lugar, como si un manto oscuro bajara sobre el campo, de repente cayó esa sombra roja cubriéndolo todo, el cielo azul, el río bullicioso y el césped verde con sus flores bellas, quedaron sumidos en una siniestra y torva oscuridad. A manera de un ave poderosa, como un águila enorme negra, negra, salió la fantasmagórica figura, un hombre viejo con una enorme capa, semejaba un vampiro, colmillos amarillos saliendo de su boca torcida, cabello largo y sucio, y ojos como de loco, rodeada de un rojo resplandor como de incendio.
¿Qué cosa es eso? ¡Qué viejo más feo! Dijo la niña muriéndose del susto. Tranquila prima, dijo Alfonso, es el genio del bosque, un hechicero que tiene un gran poder, yo mismo lo he llamado, tú no temas… Cómo que yo no tema, dijo la niña en medio de un sollozo, cómo que yo no tema, ese hombre loco me causa horror… ¿Cómo te atreves a asustarme tanto y a poner en peligro nuestras vidas? Porque yo no dudo que pueda hacernos algún mal.
Entretanto la fatídica figura se acercó más a ellos, y ante la sorpresa de Dora, la figura fantasmagórica se hizo pequeña, y postrándose de rodillas frente al muchacho, le dijo: “¡ORDENA AMO, ESTOY PARA SERVIROS!…QUE COSA PUEDO HACER PARA AGRADAROS?” “Consígueme una barca con velas desplegadas, unas mágicas cañas de pescar que pesquen solas, una merienda digna de los reyes, un canasto de oro para poner la pesca, música suave para la travesía, y alas para volar.” Dora no podía creer lo que estaba escuchando, de pronto se aclaró el ambiente, volvió el sol a brillar. En el margen del río lucía preciosa, detenida, una barca pequeña, con grandes velas que danzaban al viento. Alfonso tomó a su prima de la mano y ambos bajaron a la orilla del río. Un pequeño atracadero de madera clara se extendía frente a ellos. Pasaron hasta la barca, subieron a ella, y un viento suave les fue conduciendo a lo largo del cauce de aquel río, calmo y celeste como un manantial. Sacaron las mágicas cañas, y lanzando al río sus anzuelos, comenzaron a recoger la pesca numerosa de tal forma que casi no cabían más pececillos en la canasta. Después tomaron la merienda espléndida que el mago consiguió, mecidos por una música celeste que, brotaba del río: YAZUMBAMBÉ, JEZABEL, YAZUMBAMBÉ, TUCUTÚ, SÓRDIDO, TÚMULO, BÁSTICO, RO….
Entre la espesura de la orilla, los elfos y los gnomos cantaban la canción, mientras los jóvenes mecidos por el viento avanzaban lentamente hasta otro atracadero. Se bajaron allá, porque era tarde, y la madre esperaba en casa. Ponte tu abrigo prima, porque es tarde, y vamos a casa, vamos a volar. Elisa sintió como un cosquilleo cerca de sus omoplatos, dos alas crecían en su espalda.
Tomados de la mano Alfonso y Dora volaron sobre los pastos hasta llegar al jardín de las hortensias, allí bajaron para tocar el suelo, las alas nuevas desaparecieron, y caminando llegaron a la casa.
¿Por cual razón tenés tanto poder con estos seres? Preguntó Dora a Alfonso, y, por primera vez, éste la tomó en serio, y le respondió: “Verás primita, cuando llegué pequeño a vivir a este lugar, yo era un niño muy travieso y cruel, me complacía en maltratar a los animalitos, arrasaba las plantas con palos y piedras, ensuciaba las aguas, hacía mucho daño.” En una ocasión me vi en una situación difícil, estaba bañándome en el río, todavía no había aprendido a nadar bien, y el río estaba muy crecido, su corriente venía llena de palos y raíces, piedras, barro. De repente escuché un llanto y unos gritos, vi a un niño más pequeño, luchando por salvarse. Entonces olvidé mi problema, solté la rama de la que me estaba sosteniendo, y me lancé en su ayuda, no se cómo logré sacarlo, ni cómo sobrevivimos ambos, pero en aquel momento el hechicero del río nos ayudó a los dos, me hizo recapacitar, reconocer todas mis maldades, y me prometió ser mi amigo si yo cambiaba y ayudaba a los otros.
A todos: a los animalitos, a las plantas, a todo ser viviente, que somos hijos de un mismo Dios. Allí me propuse cambiar, y así se lo prometí. Dado que yo era aquí el único niño y no tenía con quien jugar, el hechicero me presentó a las hadas y a los gnomos del bosque, y nos hicimos todos muy amigos. Pero esto es un secreto, te lo he contado porque somos primos, pero no puedo hablar de estas cosas con nadie más.
Tengo que utilizar lo que ellos me conceden, solamente para hacer el bien. Al saber de tu llegada yo les pedí que me ayudaran a atenderte, para que pasaras unos días diferentes, y es gracias a ellos que has tenido estas experiencias y aventuras tan extraordinarias, espero que no nos olvides cuando estés en tu hogar.
Jamás podré olvidar tantas experiencias maravillosas, esta es la mejor vacación que pasé en mi vida, y eres el mejor de los primos, te quiero mucho. Dijo Dora mientras lo abrazaba. Aquella noche la niña la pasó recordando todas las aventuras vividas en unos pocos días, aventuras que jamás habría podido vivir si no fuese en esa casa y en la compañía de su primo Alfonso. Al despertar fue a desayunar y a despedirse. Hoy vienen tus papás a recogerte, le dijo tía Matilde, nos harás mucha falta ¿Has pasado contenta? ¡Felicísima tía, ni se imagina cuanto!
Cuento para niños, autora “Heliconia”

Una obrita poética para niños. Escribe Heliconia.
EL NIÑO Y EL RUISEÑOR
NARRADOR:
En una hacienda distante, muy lejos de la ciudad
Vivía un niño muy travieso, con su papá y su mamá
José se llamaba el niño, y apenas tenía seis años
Pero era muy buen jinete, cuando montaba a caballo.
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Esta es la sencilla historia, de ese muchacho valiente
Que no atendió a las razones, que le diera mucha gente.
Y que por desobediente, arriesgado y mentiroso
Casi tiene un accidente con el lagarto del pozo.
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Trepaba muy bien los árboles, agarrándose a las ramas,
Y cuando no le miraban, también saltaba en las camas.
Aunque le habían advertido, que no se alejara mucho
El chiquillo se escapaba y les preocupaba mucho.
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Para inventar mentiras se había hecho muy ducho.
Por eso mamá y papá no le dan ningún permiso
Puede salir solamente cuando le acompaña Quincho,
Que es su amigo y compañero, y es un chico muy sumiso.
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Porque sus padres trabajan muy duro todos los días
Y no pueden estar cerca para evitar sus salidas
De modo que el capataz, que es padre del niño Quincho
Les prometió que estaría pendiente de los dos niños.
JOSECITO-----------------------
Soy Josecito el astuto, niño que vive en el campo
Adoro a los animales y apenas tengo seis años.
Soy valiente y decidido. A casi nada le temo
Yo no destruyo los nidos, porque soy un niño bueno.
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Soy amigo de las ranas, de los zorros, y los perros
Y de los grandes felinos que rugen en el invierno.
Yo conozco como un viejo, casi todos los caminos.
No cazo a las mariposas, yo solamente las miro.
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Aquí en la hacienda vivimos, papá, mamá,
Y los abuelos, dos perros, quince gallinas,
Cuatro caballitos negros, una mulita gris perla
Cinco vacas, tres terneros, dos peones, y yo con ellos.
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Si voy a la lechería, yo me encargo de las vacas
Las baño con la manguera y lavo también las bancas
Y si me dejan me trepo en aquella gran baranda
Para ver cómo es que ordeña la máquina de mi tata.
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Cuando hay cosecha de frutas, de limones o naranjas
Yo me subo por las ramas, incluso hasta las más altas
Y bajo un montón de ellas, y las pongo en la canasta
Para que venga mamita y prepare mermelada.
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También me llevan a veces al río de madrugada
Y puedo pescar allí, porque me alistan carnada
Para que piquen los peces, que viven en la quebrada
Y los langostinos grises que se asoman por la entrada.
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En las tardes muy ventosas, voy con Quincho a la colina
A elevar los papalotes que me regala madrina
Ella los hace con cola, de papeles de colores,
En formas de mariposas, de globitos o de flores.
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También voy a la colina, con una tabla encebada
Y sentándome con Quincho la bajamos resbalada
Papá nos espera abajo, para que no me golpee,
Es que mi papi es muy bueno, y no me deja caer.
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Vivo en una hacienda hermosa, cuyo clima es refrescante
En las noches hace frío, pero en el día hay sol brillante
Detrás de verdes potreros donde las vaquitas pacen.
Hay árboles florecidos y montes de tonos graves.
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En la Sierra Carpintera que está rodeando este valle.
Esa sierra de colores que pertenece a Tres Ríos
En Provincia de Cartago, donde hace un poco de frío
Y que fue la capital, cuando yo no había nacido.
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Voy a casa de mi amigo, el hijo del capataz
Para decirle que venga con su caña de pescar.
Que me acompañe hasta el río, no me dejaron ir solo
Quiero pescar olominas y cangrejos en el pozo.
QUINCHO----------------------------------------------
Lo siento mucho José, pero voy para la escuela
No puedo irme a pescar, y faltar a clases hoy
Si quieres espera un poco, por la tarde te acompaño
Pero no te vayas solo, puede pasarte algo malo.
JOSECITO-------------------------------------------------
Pues qué le vamos a hacer, seguiré jugando solo
Qué mariposa tan linda, con sus alitas de oro
Persiguiéndola hasta el bosque, hallé un palo de jocotes
Reventando de maduros, unos verdes y otros rojos.
NARRADOR----------------------------------------
José tomó una gran rama, que descansaba a la orilla
No se fijó que al golpear pegó contra un gran panal
Y las avispas furiosas se le tiraron encima,
Le picaron sin piedad del pie hasta la coronilla.
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En una rama más alta, descansaba un lindo nido
Que al molestar al panal, dando golpes, aquel niño
El nido se fue torciendo, y se cayó un pajarito
Y la madre que volaba, lanzó un terrible graznido.
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Josecito se lanzó a salvar al pajarito,
Y tomándolo en sus manos le devolvió hasta su nido
El niño sintió terror, al escuchar los gemidos
De la pájara furiosa que seguía con sus graznidos.
LA PÁJARA------------------------------------------
Pipiripiau niño malo, Pipiripiau pervertido
Qué le has hecho a mi niñito, por qué golpeaste el nido?
¡No puede una pobre madre ir a buscar la comida,
Ni dejar a un niño solo sin que le amarguen la vida!
JOSECITO------------------------------------------------
Perdóname mamá pájara, No tuve mala intención
Yo solo soy un niñito que tiene buen corazón.
Quería tomar unas frutas y el jocote me tentó.
Solo deseaba comerlos, cuando tu hijo se cayó.
PAJARITO--------------------------------------------
No te enojes mamacita, este es un niño bueno
Cuando el nido se torció, y yo terminé cayendo
Este mismo niño vino, empeñado en levantarme
Y con un gran cuidado, él se propuso salvarme.
MAMÁ PÁJARA----------------------------------
Entonces todo olvidado, es borrón y cuenta nueva
Ten cuidado en adelante cuando la prisa te ciega,
Puedes causar mucho daño sin medir las consecuencias.
Y no siempre saldrás bien de situaciones violentas.


JOSECITO-----------------------------------
Muchas gracias pajarito, qué gran susto nos pegamos
Bendito Dios que caíste encima de suaves pastos
Seguiré por el sendero cortando tréboles rojos,
Y buscando gusanitos, abejones y gorgojos.
LA RANA-----------------------------------
Buenas, mi amigo José, qué dichosos estos ojos
Hace ya largas semanas que no le vemos a usted
Qué andas haciendo tan sólo, tan lejos de tu casita
Donde está tu amigo Quincho, ya no te hace compañía?
JOSECITO-------------------------------------------
Doña rana usted no sabe, el susto que me pegué
Por apearme unos jocotes, un pajarito boté.
Allá viene lagartija, corriendo para saber,
Qué estaremos comentando, doña rana, yo y usted.
LA LAGARTIJA (con acento mexicano)-----------------------
Híjole, mi Josecito, tanto tiempo de no verte
Te encuentro más repuestillo, espero que andes con suerte
Y por qué venís solito, no vino Quincho con voz?
Para treparse a los palos, nadie como ustedes dos!
JOSECITO----------------------------------------
Quincho ahora está en la escuela, no pudo venir conmigo
Pero yo estaba aburrido, y caminé distraído
Me acerqué sin darme cuenta, de que el río estaba cerca
Y no pude detenerme hasta que llegué a sus puertas.
LA LAGARTIJA-------------------------------
No te acerques mucho al río, puede ser muy peligroso
Hay un lagarto muy malo que está escondido en el pozo.
Ese río es muy traicionero, y sus aguas muy revueltas
Mejor piensa en otra cosa mientras tu amiguito llega.
JOSECITO----------------------------------------
No, si no me pasa nada, voy a acercarme un poquito
Voy a pescar unos gupies, con este lindo tarrito.
Esos gupies son muy carga, a veces son renacuajos
Me los llevo en el tarrito y los echo en el establo.
NARRADOR--------------------------------------------
Acercándose a las piedras, para agacharse hacia el río
Perdió el niño el equilibrio y rodó por un desvío
Cayendo cerca del pozo, con el lagarto dormido.
Mojado y sucio de barro, también temblando de frío.
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Sonó un rugido estridente, cayeron piedras al río,
Y asomándose en la gruta, salió el lagarto temido.
Se lanzó detrás del niño que se hundía dentro del barro
Y agarrándole del pelo, al hoyo le fue acercando.

JOSECITO
Auxilio, auxilio, familia, estoy sólo y asustado
Amigo Quincho, por Dios, ven que estoy muy apurado
Yo sé que tengo la culpa, porque no tuve cuidado
Este lagarto es muy malo, y seguro está enojado.
EL LAGARTO
Quién es este mozalbete que ha venido a despertarme
Yo soy el rey de este río, nadie puede molestarme
Le tomaré por el pelo y lo jalo hasta mí boca
Esta carnita tan fresca es la que a mí me provoca.
EL RIO
Pobrecito ese chiquillo, yo lo conozco muy bien
Es hijo de don Emilio y de doña Ana Isabel
Lástima que yo no pueda ayudarlo en este trance
El lagarto está furioso y temo que me rebalse.
LAS PIEDRAS
Este chiquito es tremendo, pero lo queremos mucho
Porque desde que nació ha venido aquí a jugar
Aquí pasaba las horas cuando aprendía a pescar
Y venía con un canasto a la par de su papá.
NARRADOR
En eso se oyó en el cielo el ruido de muchas alas,
El canto de un ruiseñor interrumpió la mañana
Desde lo alto, en formación, bajó un regimiento de aves
Colibríes, come maíces, viuditas, canarios finos.
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Un colibrí, dos palomas, un ave del paraíso,
Palomas, una lechuza, de piuses una legión
Se lanzaron a los ojos del miserable lagarto
Que sumiéndose en el pozo, desapareció en el acto.
JOSECITO
Mamá, papito, me ahogo, yo no se nadar aquí
El lagarto ya se ha ido, pero me voy a morir…
Sé que fui desobediente y que no merezco nada
Pero tengo mucho miedo y el agua está muy helada
MARIPOSAS_
Mariposa #1---------------------------
Venimos a rescatarte, porque fuiste un buen amigo
Todas volamos unidas para venir a salvarte,
Nunca quisiste matarnos cuando caímos en tu red
Ahora haremos una soga para sacarte con bien.
Mariposa #2------------------------------------
Unimos ala con ala, y todas entrelazadas
Te rodearemos el tronco, por debajo de los brazos
Para levantarte en peso y colocarte en el pasto.
A salvo de que te ahogues, en estas aguas heladas.
JOSECITO
Gracias, gracias pajaritos, y amiguitas mariposas
Por salvarme de este trance en que me he visto metido
Aunque cometí el error de venirme sólo al río,
Prometo que en adelante voy a ser más precavido.
NARRADOR
Y que aprendan otros niños, en el campo o la ciudad
Que un niño no va solito sin permiso de papá
Porque hay grandes peligros para los niños pequeños
Que no obedecen al punto las órdenes de sus viejos.

Direcciones-
CONCURSO LEER ES VIVIR- Prosa, Poesía o Teatro. de 10 a 50 páginas-
PARA NIÑOS ENTRE 6 Y 11 AÑOS
EDITORIAL EVEREST-COPIA MANUEL tovarc/comunicaciones@everest.es
www.leeresvivir.comPDS
8-28034 Madrid, España, tel. 913581494
Nombre_ María Teresa Salazar Castro
FIRMA COMO HELICONIA-
Dirección _San José Costa Rica
Correo E. _ copysalazar@yhoo.com
Nacionalidad _ costarricense

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