lunes, 20 de enero de 2014

Otra vez Año Nuevo y Navidad

OTRA VEZ AÑO NUEVO Y NAVIDAD
Un vientecillo frío y reconfortante se introduce despacio, por entre las celosías de mi dormitorio, esta noche la luna refulgente brilla escondida tras de una nubecilla gris, encendiendo con luces todo su contorno, parece un encaje de bolillos, de aquellos que (siendo muy niña) aprendí, a bordar en mis días felices de colegio.
Sobre ese cielo tachonado de estrellas, los juegos pirotécnicos dibujan flechas coloridas que estallan en una lluvia de chispazos, sombrillas celestiales se dibujan a todo lo ancho del firmamento en fiesta, anunciando con sus brillos, el festejado anuncio: “Gloria a Dios en las Alturas y Paz en la tierra, a los hombres de buena voluntad”. Los perros asustados ladran en los jardines, se esconden y se quejan, y los niños corretean llevando luces de bengala en sus manitas suaves e inocentes.  Navidades felices y distantes, llenas de ansiedad y de promesas, regalos que nos dio la vida a lo largo de todos estos años.
 Cuando niña recuerdo  alrededor de la mesa familiar, el portal en la esquina de la sala mostrando toda la creatividad de mamá, los tamales receta de la abuela, el rompope casero y los regalos, la presencia infrecuente de papá, algún amigo, mamá y yo, eternamente juntas compartiéndolo todo, eternamente cerca, generalmente solas, ella  y yo, dos corazones en un mismo ser.
Ya de esposa y madre la mesa fue extendiéndose, bajo el abrazo de mis padres,  mis suegros, mis cuñados, mis sobrinos, ,la tía- mamá, mi esposo y los muchachos: uno, dos, tres, cuatro, cinco seis, regalos invaluables que nos brindara el cielo, con alegría con gozo con paz y con amor, muchísimo amor, unión y comprensión.
Aquellos  pasos silenciosos que emprendíamos descalzos los mayores, caminando como en la cuerda floja,  para dejar juguetes alrededor de las camitas en donde los chiquillos descansaban, la ilusión de mirar su despertar, su inocencia, su alegría, su infantil ingenuidad.
Los viejos se marcharon hace ya muchos años, el compañero comprensivo, insustituible y generoso se fue también, y hoy mis hijos son hombres y mujeres maduros, que me brindan sin egoísmo alguno su tiempo y su cariño, su desvelo y su cuidado.
Un aletear de mariposas me invade el corazón cuando miro alrededor la nube de chiquillos, adolescentes y mayores que me rodea en cada Navidad, ejército luminoso y sonriente que hace mi vida mucho más feliz, todos ellos  son mi orgullo, mi esperanza  y mi alegría.

 Hoy la mesa navideña se extendió más allá del horizonte,  mucho más, algunos permanecen y otros se fueron como el querido Alex, que al Cielo prefirió volar; en ella caben siempre  los que quieran llegar,  y alrededor de la “joven abuela” de más de ochenta años, la vida continúa transcurriendo con paz,  gracias al Señor de los Altares, en mi ancianidad, activa y agradecida, no existe ya la soledad.

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