martes, 5 de julio de 2011

EL CAMINANTE
PRIMER LUGAR EN CONCURSO DE AGECO 2003

Una tupida red de polvo suspendido y calcinante, envuelve totalmente el sinuoso camino.
Como tentáculos de un pulpo poderoso, este calor me atrapa, impidiéndome reconocer el sitio en que me encuentro. Prisionero del marasmo de calor y sudor, continúo llevado por la inercia sobre la ruta pedregosa y hostil que me aprisiona, hasta hacerme sentir totalmente perdido.

Este calor oscuro y pegajoso, flagela mi piel con la untuosa sensación de una infernal caricia. No veo hacia donde me dirijo, y con cuidado voy poniendo (uno tras otro) mis pétreos y aprisionados pies, en el penoso ascenso al “cerro Carcamal”.

Desde el principio la subida fue difícil.
Primero me valí del matorral reseco, y ayudado por las salientes rocas, ( que cual gárgolas embellecen la cresta) logré llegar hasta la cima, y desde allí arribé al fin al estrecho camino.

Una vez que llegué, se desató la furia, hervor del aire ardiente y enceguecedor empujándome inexorable hacia el abismo.

Tuve que luchar mucho por mantenerme erguido, y el ocre venenoso de aquel `polvo caliente, me cegó.

A tropezones logré encontrar el trillo y voy a tientas a merced del albur.
Cansado me detuve en un recodo, decidí entonces esperar un poco, cerca del único y espinoso agave del camino. Sentado sobre piedras, esperé a que un milagro sucediera.

Pasadas algunas horas, la fura del huracán desvanecida, el polvo se asentó y pude observar el panorama: montes pelados de inusitados tonos, grises, cafés y púrpura encendidos, maravillosa gama de colores antes desvanecidos.

El camino por el que discurrió mi caminar se presentó cubierto aún de ese polvo que lo envuelve todo, en un fondo de barro resquebrajado y seco.

Algunas piedras a ambos lados y muy escasa vegetación, algunas zarzas y a lo lejos, grandes potreros verde esmeralda, increíblemente cerca del paraje desierto.

Continué con mi viaje, esperando encontrar algún medio de transporte que me facilitara la llegada a la localidad, y tuve suerte.

Atrás de mí, subía una especie de carromato elemental, de madera, que, jalado por un burro, como único cliente llevaba a un viejo peón, sentado en el pescante.

El hombre se detuvo al mirarme, era un anciano campesino de ropas andrajosas, cabello cano y barba larga y sucia, asombrado por encontrar a un forastero en ese sitio olvidado por el mundo.

El anciano ceñudo, me indicó con un gesto que subiera al pescante, adonde él permaneció sentado.”
Yo me llamo Arístides”-aventuró despacio, sin mirarme. Luego curioso preguntó mi nombre, quería saber qué me trajo hasta acá, a este sitio ignorado adonde no acostumbran a llegar forasteros.

-Yo busco a un hombre, le respondí, se hace llamar Leoncio, y viajó para acá contratado a trabajar en las minas_ ¿Le ha conocido usted?-
Se trata de un fulano corpulento y rubio, de mirar oblicuo, y estatura regular. Dejó la ciudad hará cosa de tres años-

Sin responderme el viejo me interrogó a su vez: ¿Y para qué busca usted a ese sujeto, si no es imprudencia preguntar?

Asuntos personales- le contesté, nada que a usted le pueda interesar- responda por favor, ¿Usted le conoció o le conoce?

El viejo aquel, arrugando su ceño, hizo desaparecer sus ojos negros en la tupida madeja de profundas arrugas.

El círculo dorado incandescente, se ocultaba tras los cerros y el viejo, lanzando sobre mí una mirada extraña, me respondió arrastrando las palabras:

_ Si le conozco, pero más me valiera no haberle conocido-Murmurando entre dientes continuó rezongando, no entendí sus palabras, aunque puse en aquello la mayor atención.

El carromato subía cansinamente, y comenzaron a aparecer en lontananza algunos techos bajos, pajizos, requemados, coronando construcciones de bahareque que parecían estancias, establos y viviendas, todo muy abandonado, lógicamente envuelto en su capa de polvo. Nos fuimos aproximando a aquella comunidad pequeña y sin desarrollo. Una aldehuela sin importancia alguna.

La iglesia de madera, bastante descuidada, una plaza en el centro, y la Comisaría.
Alrededor de la plaza se estaba celebrando el semanal mercado, en diferentes carros con productos agrícolas en mucha variedad ofrecían su mercancía.
El público era escaso, regateaba por precios, mujeres anidadas por el arco iris de sus rebozos viejos, descalzas y con trenzas, colocaban la compra en enormes canastas pajizas, levantándolas del suelo con gran dificultad.

Al llegar a la Plaza el viejo me ordenó: -“Bájese ya,-
llegamos a Colima-

Le dije “Muchas gracias” tomando mi maleta, y sosteniendo el sombrero entre mis manos, me atreví a preguntar:_ ¿Adonde yo podría encontrar alojamiento?
¬
Mirándome con sorna respondió: “Ve amigo, en eso no le puedo ayudar, aquí no hay hoteles ni casas de pensión, debió de averiguarlo antes de venir.”

Desconcertado bajé del carromato, y dirigiéndome a un transeúnte de nuevo pregunté<<<<<<<<<<<. Sabría decirme, amigo, donde está la oficina de contratación de la Compañía Minera El Girasol?

El hombre me observó con sospecha, y luego de una larga pausa, con gesto huraño me enfrentó, me respondió entre dientes: “Ahora en la Compañía ya no contratan gente”.

Eso no me interesa, no es lo que pregunté, quiero ir allá y ahora a hacer averiguaciones, asuntos personales.
En ese caso diríjase a la Comandancia, ellos le ayudarán.

Hacia allá caminé, molesto por la poca receptividad de aquella gente. Subí las gradas estrechas de piedra y entré a la recepción. El edificio de la Comandancia no era mejor que el resto de lo observado por mi en esa ciudad.
Tres destartalados escritorios muy viejos, llena su superficie de amarillentos folios, botellas de cerveza vacías, y un vaso sucio, el canasto pleno de bolas de papel arrugado, parecía un nido abandonado.

Ya para entonces el sol había bajado tras los cerros, la noche comenzaba a caer y una luna esquiva empezaba a jugar entre las nubes.

Para qué somos buenos forastero?_ Me preguntó una voz… cuyo dueño era un hombrón indígena de oscura y tosca piel, trajeado de vaquero de película gringa, recostado a la pared del cuarto y fumando a la vez.

Acabo de llegar, le respondí, quiero que usted me indique en qué sitio hallaré un alojamiento, por unos pocos días, estoy dispuesto a pagar lo que se me pida y hacer un depósito previo.-

Pues yo no estoy seguro, quizás en la Fonda puedan hacerle un sitio, pregunte por la Lupe.

Resignado bajé de nuevo aquellos escalones y fui hacia donde el hombre me indicó, llegué a la construcción de madera, en cuyo corredor había unas pocas mesas, rústicas con bancas de madera, floreros al centro con una flor plástica renegrida de mugre, y a manera de adorno largas trampas de plástico, cubiertas por mil moscas atrapadas.
Adentro un mostrados, dos o tres bancos altos, en los que discutían unos hombres- ¿Está la Lupe?- pregunté.

Desde el fondo del patio llegó una voz, la voz cascada de una mujer, de edad indefinida, que venía hacia mí, chancleteando por el pasillo. Cabello rojo fuego, cigarrillo en la mano, y mirada procaz.
¿Y para qué me ocupa mi señor? Cómo sabe mi nombre? Quién lo envió?

Eran muchas preguntas para una sola vez.

_Me indicaron en la Comisaría que quizás tenga usted un cuarto libre que me pueda rentar por pocos días. Soy forastero aquí, vine a arreglar asuntos personales, puedo mostrarle mis documentos y pagar por adelantado lo que a bien tenga usted cobrarme.
La mujer pareció suavizar el gesto huraño, mientras me respondía: “Haré una excepción, yo no acostumbro rentar habitaciones, eso sí, no más de una semana-
La Pensión es cinco dólares por noche ¿Está de acuerdo?- perfecto respondí-
Y ella continuó entonces: desayuno de seis a ocho de la mañana, no se atrase, no sirvo a nadie después de esa hora.
Descuide, respondí.

Cansadísimo de la eterna jornada tomé una ducha en el único cuarto de baño de la casa, y entrando a la habitación caí extenuado sobre la estrecha cama que me fue asignada, no muy limpia por cierto.
Una mesa auxiliar con una lámpara, frente a una mecedora. Por la ventana entraba, en súbitos embates, la luz del rótulo frontal de aquel negocio.

Caí como una piedra y dormí varias horas de un tirón, sin nunca despertar, a pesar de las preocupaciones que imponía mi misión. Y
cuando amaneció, me tiré de la cama, vistiéndome muy rápido, baje a desayunar, un desayuno simple que no estuvo tan mal.
De nuevo me dirijo a la Comisaría, para saber si alguno conocía la existencia de Leoncio Tivives, el hombre a quien vine a buscar.
Regresaron de nuevo esas miradas torvas, el personal de la Comisaría me observaba con sospecha, cual si fuera un peligro a la comunidad.
Al fin uno de ellos me respondió. Yo sí le conocí, no fui su amigo ni nada parecido, pero le conocí, hace de aquello mucho tiempo, desde aquella tragedia nadie ha vuelto a saber de él.
De cuál tragedia le pregunté asustado…¿De qué me está usted hablando?
Evidentemente arrepentido de su imprudencia, el hombre me contestó entre dientes_ El amigo que busca se metió en problemas recién llegado a este lugar. Encontró un buen trabajo en las Minas ganando buen dinero. El patrón le apreciaba, pero se metió en medio de su matrimonio y la situación se tornó fea.
La vecindad entonces comentó muchas cosas, pero de pronto un día el lío se acalló, nunca más se pronunció ese nombre, y nadie supo cual sería el desenlace.
Yo que usté no insistía_ Pero como que no, exclamé horrorizado, atravesé la mitad del país buscándolo, no me marcharé sin obtener respuesta.
Si le echaron del pueblo dígame al menos donde cree que fue, si se encuentra escondido, o si desafortunado murió, debo saberlo.
Una vez más me miró de soslayo, y envolviendo su poncho de lana sobre el cuerpo, se enfundó su sombrero hasta la copa y se marchó sin contestar, una nube de polvo se lo tragó en silencio.

Cuando quise preguntar algo, los otros individuos
Quietos en la oficina, se levantaron y desaparecieron tras una puerta. No sabía yo qué hacer, me estaba siendo muy difícil cumplir mi cometido. Salí al corredor, y desde las gradas, un andrajoso individuo que parecía borracho, me indicó me acercara. Así lo hice y el joven, en voz baja, me indicó:

Yo le puedo informar lo que quiere saber, pero aquí no podemos hablar, sería muy peligroso para ambos. Camine hacia el Sur y va a encontrar la entrada de nuestro cementerio. Espéreme allí a las dos de la tarde, tenemos que aprovechar que a esa hora el pueblo entero duerme su siesta, no correremos riesgos.

Ya más esperanzado torné a la Fonda, y pedí una cerveza, daban las once de la mañana y el calor era calcinante. No subí a la habitación hirviente, me senté en la poltrona del corredor del frente, y esperé cabeceando a que llegase la hora acordada. Mi mente era una mezcla de temor y esperanza.

Faltando media hora para la cita, no resistí la espera y caminé hacia el Sur, hasta encontrar el Cementerio aquel. En estado ruinoso como el resto.
Un portal de piedra con campana en su cúspide y un añoso portón de hierro forjado, herrumbrado y caído. La sórdida soledad de ese desierto custodiaba el lugar, inmerso en abandono, pobreza y suciedad.
Alli me senté a esperar a mi extraño informante.

Al ser las dos en punto, el muchacho llegó, me pareció que esta vez no venía tomado como antes, moviendo la cabeza con un gesto indicó que le siguiera. Tomamos un estrecho sendero dejando atrás muchos mausoleos imponentes por descuidados, y al llegar al fondo del predio, junto a una tumba ruinosa y abandonada, el joven se detuvo.
Luego de mirar a ambos lados, oteando el horizonte en busca de algún posible espía, nervioso me espetó como un disparo, su primera frase:
_Mi información vale dinero ¿Cuánto me paga por correr el riesgo?
Dependerá de que me puedas confirmar la veracidad de tu relato- le respondí molesto.
Ni sé quién eres tú, ni si puedo confiere en tus informes…
Le diré, me contestó el tipo, yo conocí de cerca a ese señor que busca…Y continuó: Leoncio Tivives llegó a Colima hará tres años, como dice usted. Para esas fechas yo trabajaba en las Minas, y él venía recomendado desde la capital para un trabajo importante, se le recibió bien porque era un buen ingeniero y conocía de minas.
La mujer de aquel gringo era muy atractiva, una mestiza alegre y desenvuelta, que enloquecía a los hombres, Leoncio no fue la excepción.
Una noche de pago la peonada recibió la visita de mujeres de la vida airada, que venía a amenizar la fiesta. Leoncio desapareció.
Todos pensamos que él, como los demás, estaría con alguna de aquellas mujeres, pero en la mañana, al revisar barracas dormitorio, él continuaba sin aparecer.
Las vendedoras de amor se habían marchado, él no podía estar con ninguna de ellas, pasaron varios días y el personal estaba preocupado, pues Leoncio continuaba desaparecido.
Nadie recordaba ningún detalle que hiciera suponer que aquel se habría marchado, no había razón para que él lo hiciera sin despedirse, y sin haber cobrado.
Sorpresivamente llegó aquella noticia, el cadáver de la mujer de Mr. Roy había sido encontrado por los perros de un cazador, envuelto en una bolsa entre los matorrales, cerca del río.
Se dijo entonces que había sido víctima de algún secuestrador. Reconocido maleante de la zona, enemigo jurado de aquel gringo, que mediante una nota exigió su rescate, en dólares guardados en medio de una bolsa.
El norteamericano
Pagó la enorme suma, pero no devolvieron a la mujer más nunca.
Mr. Roy desolado, abrumado de pena fue trasladado a su país de origen, marchó sin despedirse y su lugar fue ocupado por el Superintendente, mientras la Compañía enviaba a un nuevo mandamás.
Entretanto ni una sola noticia sobre el paradero de Tivives, un hervidero de chismes y de suposiciones movía el campamento sin parar.

¿Cuál sería la conexión de Leoncio en ese negro día, de tan dramáticos sucesos?

Le diré, patroncito, Leoncio había sido visto muchas veces (por ojos maliciosos) en cuadros evidentes con aquella señora, había entre ellos alguna relación, porque ambos se miraban con enorme pasión. Intercambiaban cartas de amor, fijaban citas, y esas cartas bellísimas, las entregaba yo.
Don Leoncio me pagaba muy bien ese favor.

Posiblemente el murmullo llegó, a oídos del patrón, lo cual esa tragedia provocó.
Yo tengo tanto miedo que me di a la bebida, para espantar fantasmas y olvidar mi traición.

Lo peor es que don Leoncio, tenía otra relación, muy seria con Inés (la hija de Arístides) quien le condujo a usted el día que llegó.
La boda programada para meses después, dejó a Inesita a punto de enloquecer.

El padre fue obligado a recluir a la niña, en un cruel sanatorio en la ciudad vecina, jamás ha sido el mismo, su vida terminó, por la ausencia de la hija, que era su único amor.

¿Y no hubo noticias de Leoncio en la Mina? ¿Se encontró su cadáver, una carta, un papel, que pudiera indicarnos cómo fue su final?

Ningún otro detalle se pudo confirmar, no se hallaron sus cosas personales siquiera, para buscar su cuerpo fue peinada la selva, ni su nombre se escucha, ni su sombra se encuentra.

Comentan los ancianos que por ese camino, se ve un hombre que sube para aquella ciudad, pero no llega nunca a pisar el umbral, envuelto por el polvo y la temida niebla queda oculto entre la curva que cruza para acá- Eso ha propiciado la leyenda en la calle, que menciona el temido mote de “El Caminante”, pero la realidad, no la conoce nadie.

Cansado de alma y cuerpo, pagué a mi informante. Regresando a la Fonda, recogí mi equipaje, frente a la puerta estaba el viejo carromato, como si le avisaran que viniese por mí.

Regresé a mi camino derramando mil lágrimas, pensando que cruel fuera, el destino de Leoncio,
de Leoncio mi hermano que desapareció!

Lloro lágrimas santas pensando en nuestra madre, cuya amorosa insistencia me obligó a emprender, esta amarga aventura, para hacerle volver, y me veo obligado a regresar sin él.

Copi

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