lunes, 13 de febrero de 2012

LA VACACIÓN

Aprovechando los pocos días que faltan para que finalicen las vacaciones escolares, decidí aceptar la invitación que hijo me hiciera, para ir a visitar su condominio en Conchal, Guanacaste, un sitio realmente excepcional, de belleza y confort.
Estuve dudando sobre la conveniencia de hacer el viaje, la invitación era para únicamente cuatro días, pensándolo mejor, decidimos mi hija Irene y yo, aprovechar la ocasión, y el domingo en horas de la mañana, iniciamos el paseo. Íbamos Irene, con sus dos muchachitas: Gloriana, una gloriosa jovencita alta y hermosa, de dieciocho años, y Mónica, la alegre quinceañera, llegando en esos días de su crucero de los quince años. Marcia de once, bella hijita mayor de mi cumiche, y Noelia, de once también, sobrinita política de Irene y sobre todo, mejor amiga de Marcia.
Las niñas se mostraban alegrísimas preparándose para el paseo, sus cantarinas voces se elevaban como las de las avecillas del verano, resonaban en todos los rincones. La mañana era hermosa y en casa todo era algarabía.
Yayita, dijo Marcia, ya alisté mi mochila ¿Querés verla por si olvidé alguna cosa? Ya voy amor, estoy muy ocupada empacando las viandas, ¿Guardaste tu pijama, pantuflas, ropa interior, sandalias y los trajes de baño? Si Yayita, también los shorts, camisetas, la cámara y el ipod. No te olvides de llevar al menos un pantalón largo, los tenis, un abrigo para el regreso, por si hace frío, y visera o sombrero para el sol, yo me encargo del bloqueador, el repelente, y lo del baño-
En la ciudad habíamos sido víctimas de una ola fría que nos llegó del norte. Ahora en la playa podríamos recuperarnos, en ese calorcito delicioso de la costa.
Al fin salimos, la camioneta rebozando, repleta de paquetes, con las cajas de viandas y refrescos, y sobre ellas el caleidoscopio de paquetes y bolsas coloridas, la patineta de Mónica, el snorkel los anteojos, los libros míos y el infaltable botiquín, “Por si las moscas” que mi experiencia de abuela sabía indispensable en esas excursiones.
Tomamos la carretera nueva, avanzamos rápidamente, de repente, como un fantasma amargando nuestra dicha se presentó: “La inevitable presa”, larguísima fila de vehículos detenidos, de la no alcanzábamos a mirar el comienzo, para variar, la carretera estaba “Cerrada por Reparaciones”.
Mi hija tomó el celular, llamó a su esposo, él nos aconsejó devolvernos hasta cierto punto y reiniciar el viaje, ahora por la carretera vieja. Animosas reanudamos la marcha.
¡Mami, ponete el radio! Del asiento de atrás llegó la orden. ¡Ah no mami, que estación más pola! esa no, mejor conecte el Ipod. Está bien mi hijita ya lo conecto. Déjenos esa pieza de Chaquira!, y la madre responde: primero vamos a escuchar la de Rossana, que a tu abuela le gusta.
El panorama por demás placentero, ¡Nada más bello que el campo en Costa Rica! un despliegue encantador de tonos verdes, el vergel de la sierra y la montaña, el celeste brutal del cielo limpio, los árboles floridos estallando en campánulas: rojas, amarillas, blancas y azules en las incomparables jacarandas. El césped verde azul de los sembrados, la corola amarilla del árbol de muñeco, y. ya llegando a Guanacaste, el inmenso portal de los potreros, con árboles abiertos cual paraguas, amparando sus ramas al ganado en reposo, garzas blancas de pie sobre los lomos, calma y calor de sol ¡Hermoso cuadro!
Ya avistamos el mar ¡La maravilla! La obra más impactante del Creador! Ese enorme caudal de agua dormida al pie de la montaña, que besando la playa teje encajes, cuyo murmullo proporciona calma. Azul profundo con vestigios verdes, su corola de plumas estallando sobre una población de caracolas, de peces, de medusas y gusanos. No son los tesoros de galeotes los que animan al buzo a investigar, es el caleidoscopio colorido de la vida que brota desde el mar. La humanidad comenzó allí, en la profundidad, el mar es, para mí Alfa y Omega, su poder da temor, es insondable, y escrita en él, está la historia de la tierra.
Arribamos al fin, fueron seis horas de un trayecto agradable y bullicioso. Conchal está esperando por nosotros, y nosotros por ese paraíso de albas playas y mar azul turquesa, sus aguas transparentes, quietas como un espejo.
Las hurracas celestes con su penacho gris, pían en el balcón, están curiosas.
Yo me retiro a ver, desde esa altura, cómo el astro dorado se está hundiendo entre el azul fulgor del horizonte, dejando pinceladas de rojizos, dorados y otros bronce, se comienza a pintar ya de morado, cae la noche.
En las sombras conversan los cocuyos, todo está en calma, y descansando en mis viejos recuerdos, se repliega mi alma.

SEGUNDO DÍA
Amaneció en la costa, es impactante la luminosidad de la mañana, en su cuarto parlotean las chiquillas, todas están despiertas y esperando, desde luego usan ya, sus respectivos trajes de baño La mucama llegó, nos sirvió un desayuno delicioso y trajo los diarios de hoy.
Terminando de comer, preparamos una canasta con refrescos, bocadillos, etc. Para ir a recorrer las playas del entorno. Los ticos tenemos alma de nómada cuando viajamos a la playa, sin importar lo bueno que sea el hospedaje, si está cerca del mar, al costarricense le gusta ir a investigar, recorrer las diferentes ensenadas, golfos, isletas y bahías que quedan cerca. Espíritu de aventura que surge solamente en estos casos.
Tomamos rumbo a playas del Coco, fuimos a descubrir el romántico paraje de la Bahía de los Piratas, pasamos por el populoso Tamarindo, y de regreso nos detuvimos en Flamingo, con sus bellos repartos, edificios y torres estilo mediterráneo, en donde larguísimas cortinas blancas brotan libres desde los balcones. Las niñas no estaban contentas, quisieron regresarse a Conchal.
Nos molesta la arena, está caliente, además hay que sentarnos en el suelo, es muy sucio, hay muchas ramas, en algunos casos, o muchas piedras, en otros, hace mucho calor, y mucho sol, en Conchal estaríamos cerca de la piscina, descansando en chaislonge y tomando cocteles, o comiendo ceviche con aguacate y mango, y yo abría podido ir al Gimnasio un rato, agregó Glory
Y yo darme un masaje reductor, para entrar luego a la piscina hirviendo y a la helada, se siente delicioso! Dijo Irene. Y yo también, respondí resignada, podría estar tirada leyendo mi novela que fue a lo que vine, entonces junten todo y lleven los motetes para el carro, vamos andando.
Pero en eso un grito atronador nos llegó de la espuma. Marcia se había parado en la colita de una manta raya, algo a lo que siempre temió, desde que una amiguita le contó que a ella le había sucedido.
La chiquita aterrada lloraba como loca, desde luego la previsora abuela no llevó el botiquín a ese paseo, pegamos gritos buscando algún auxilio, se acercó un pescador, era un chiquillo zaparrastroso y sucio, que nos dijo: Lo que ella necesita es que alguien le orine encima de ese pie, yo lo hago por un rojo. De otra forma tienen que ir a un hospital y que la sajen, duele mucho y se puede infeccionar.
Resignada saqué la billetera, mientras Marcia gritaba: Yaya, ¡yo no me dejo! prefiero este dolor a esa gran cochinada de que ese güila me orine.
¡No seas necia! le dije, ahora dejá de respirar, cerrá muy bien los ojos.
Y le dije al muchacho, ¡Dale ahora!
El chico se acercó. Sin pena alguna sacó su aparatillo y la orinó. Después se fue campante, silbando por la playa, con el rojo bien apretado entre su puño sucio, y una sonrisa pícara en la cara. Copi nos prepara un desayuno fresco y delicioso, las mayores terminamos de prepararnos, bajamos al garaje para tomar la camioneta, y acercarnos al lindo club de playa.
Llegando recogemos sendas toallas, el muchacho nos lleva las sillas de extensión, las que va a colocar sobre la playa, viene el mesero a ofrecernos algo, y, al fin, tendidas y dispuestas, estamos frente al delicioso mar de aguas tranquilas, las niñas correteando, tengo que hacer un esfuerzo poderoso, por separar al mar de mis pupilas, y acostarme a leer, agradecida.

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