LA
ARDILLA
Carbones encendidos, los vivaces ojitos encienden el
entorno, la pequeña figura
Con especial cadencia, al son de
los acordes del himno de la selva, interpreta encantada
Su danza formidable de brincos y
piruetas, entre las altas ramas, los troncos y la yerba.
La pluma de su cola de tonos
encendidos, abanica con garbo entre
ramas y nidos.
El botón palpitante de su nariz
rosácea, emocionado tiembla a su ritmo y
compás.
Lanzándose sin miedo a columpiar su cuerpo, emerge entre los árboles como si fuese el agua
Que salta en las cascadas,
fluyendo como espuma, brillando como plata, cascabel delicioso
Ella reta y encanta, coqueta y
desenvuelta, ágil, feliz, liviana, Dueña del universo, Señora de la danza.
Las aves tempraneras entonaron en lo alto, su
canto de esperanza, su canto de ilusión,
Himno vivificante de vida y alegría,
entre las hojas, estrellas, de la acacia.
El destello de rayos penetrantes del sol, forman un gran
collage sobre el suelo del bosque,
Pinceles celestiales, que sobre yerba verde, vaciaron su
paleta de brillos y color.
Crepúsculo sagrado al borde de la
noche, sin ocultarse el brillo de aquel atardecer,
Las estrellas lejanas se recortan
pintadas sobre el velo celeste del enorme telón,
Y los árboles altos como faros
erguidos, levantan orgullosos sus ramas hacia Dios …
Ya la pequeña ardilla se recogió
en su nido, y mi alma reposa en su meditación.
Huntsville, Alabama
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