UN CUENTO PARA PALOMA
Despertó de
repente, sorprendida, arrullada por el
susurro del viento y entibiada por los rayos del sol, Paloma, miró alrededor, y no pudo
reconocer aquel lugar paradisíaco que la rodeaba.
Sobre el nido tibio colocado en la rama más alta del abedul de hojas lanceoladas, azules como el mar, las nubes transitaban en el
cielo invernal, como enormes
dibujos trazados con una tiza blanca
sobre la celeste cúpula del paraíso.
Enderezó su
figura delicada y flexible como las ramas del árbol que la cubría y miró a lo lejos, solazando su vista en las maravillosas cimas de montañas
nevadas que, rodeadas de una bruma rosa, vaciaban tenues tonos sobre el
grisáceo fondo, con destellos de magenta
y de carmín.
Una lenta
sinfonía de místico fulgor alegraba con tonos poderosos el ambiente
pastoral del entorno, trinos de aves
canoras, silbidos del viento, triscar del agua sobre piedras blancas,
campánulas doradas bajo el zumbido tenue de la abeja, arrastrarse de hojas
sobre el césped mojado, el croar de las ranas y el sollozo del lejano acantilado. Sus ojos deslumbrados parpadearon ansiosos,
ávidos de color. Derramados
sobre los hombros rosa carmesí, los cabellos dorados como el sol, volaron con el viento, derramando un aroma de candor y dulzura,
mientras la niña estiraba su perfecta
figura de sirena, abría sus brazos como
un saludo a la naturaleza, desperezando
su postura de reposo, y surgió de
aquel nido como una aparición.
Todo el bosque
calló, con un silencio de admiración y gozo, ante la vista de aquella real visión.
Perfecta y dulce
como la mañana, delicada y gentil como una mariposa, Paloma buscó entonces un
sitio más perfecto que aquel que había encontrado sin buscarlo, un sitio con
amor y con dulzura, un refugio de paz y de contento, y viajando fugaz sobre las
nubes encontró el sitio ideal, el más perfecto, el que le daría vida, formación, calor, abrigo, y seguridad, y se ocultó despacio y sin barullo, en el más
tibio nido de la tierra, la pancita redonda de mamá.
Yaya-
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